La Sonrisa Escondida de Dios. John Piper

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La Sonrisa Escondida de Dios - John  Piper

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la hacía peor, porque mi justicia era el propio Jesucristo, “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, Hebreos 13:8. Entonces sí que cayeron las cadenas de mis piernas. Fui liberado de mis aflicciones y mis hierros… Ahora también me volví a casa regocijándome por la gracia y el amor de Dios38.

      “Creo que habría muerto con gratitud y gozo”

      El fundamento sólido de Los treinta y nueve artículos de religión de la iglesia de Inglaterra (formulados en 1571) había existido por casi 150 años cuando William Cowper, el anglicano, experimentó el poder de su verdad sobre la justificación. El artículo 11, “Sobre la justificación del hombre”, dice:

      Ante los ojos de Dios somos estimados como justos pero sólo por el mérito de nuestro Señor y Salvador Jesucristo por medio de la fe y no por nuestras propias obras o merecimientos. Por lo cual el hecho de que estamos justificados por la fe es sólo una doctrina muy benévola y reconfortante…39.

      Ciertamente era consuelo para el joven Cowper que había sido enviado a un manicomio por su depresión suicida. Allí, un hombre de Dios le presentó las verdades del evangelio una y otra vez. lentamente, Cowper comenzó a sentir algo de esperanza. Un día abrió la Biblia al azar, y el primer versículo que vio fue Romanos 3:25, “A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados”. Él marca su conversión a partir de este momento, porque, como él dice,

      De inmediato recibí la fortaleza necesaria para creerlo, y los rayos del Sol de Justicia resplandecieron sobre mí. Vi la suficiencia de la expiación hecha por Él, mi perdón sellado en Su sangre, y la plenitud y totalidad de Su justificación. En un instante creí, y recibí el Evangelio… Si no me hubiera sostenido el brazo del Todopoderoso, creo que habría muerto con gratitud y gozo. Se me llenaron los ojos de lágrimas, y mi voz quedó entrecortada por la gran emoción que sentía; lo único que pude hacer fue mirar al cielo en silencioso temor, abrumado por el amor y asombro40.

      Nuevamente es “la totalidad de la justificación [de Cristo]” lo que el Espíritu Santo utilizó para despertar y rescatar a Cowper de la oscuridad de la condenación que se había asentado sobre él. La guerra por el alma de Cowper no había terminado, pero la batalla decisiva había sido peleada y ganada por el evangelio de la justificación por gracia a través de la fe.

      “Este camino de salvación, enteramente por la justicia de Cristo”

      El Catecismo menor de Westminster formó el fundamento doctrinal de la vida y ministerio para David Brainerd, el congregacionalista (con inclinaciones presbiterianas41). Lo usó entre sus conversos indígenas42, ya que él mismo había crecido en él. La pregunta 33 es la siguiente: “¿Qué es la justificación?”, y responde: “La justificación es un acto de la libre gracia de Dios, mediante la cual perdona todos nuestros pecados y nos acepta como justos ante sus ojos, solamente a causa de la justicia de Cristo que nos es imputada, y que recibimos solamente por la fe”43. En el Día del Señor, 12 de julio de 1739, a la edad de veintiún años, Brainerd experimentó una conversión que marcó el resto de su vida.

      En aquel momento, el camino de salvación se me abrió con tal sabiduría, eficacia y excelencia infinita, que me preguntaba si alguna vez debería pensar en algún otro camino de salvación; estaba asombrado de no haber dejado antes de lado mis propias maquinaciones para aceptar este camino tan encantador, bendito y excelente. Si mis propios deberes, o cualquier otra de las formas que antes había ideado, me hubieran podido salvar, mi alma entera [ahora] los habría rechazado. Me asombraba que todo el mundo no viera y acatara este camino de salvación, enteramente por la justicia de Cristo44.

      Al igual que con Bunyan y Cowper, el “camino de salvación, enteramente por la justicia de Cristo”, es lo que rompe la oscuridad de la duda e incredulidad y despierta una nueva vida.

      Y no solo al comienzo de su caminar con Dios, sino también al final de su vida, esta es la verdad que lo sostuvo. El sábado 19 de septiembre de 1747, menos de tres semanas antes de morir, escribió sobre cómo Dios lo sostuvo en un momento de auto-recriminación:

      Casi de noche, mientras trataba de caminar un poco, mis pensamientos se volvieron así: “¡Qué infinitamente dulce es amar a Dios y estar totalmente entregado a Él!”. Sobre esto, se me sugirió: “Tú no eres un ángel, no eres vivaz y activo”. Ante lo cual, mi alma entera respondió de inmediato: “Tengo un anhelo tan sincero de amar y glorificar a Dios, como cualquier ángel del cielo”. Entonces se me sugirió de nuevo: “Pero tú eres inmundo, no apto para el cielo”. Entonces al instante aparecieron las benditas vestiduras de la justicia de Cristo, en las cuales no pude hacer menos que regocijarme y triunfar45.

      Donde crece el fruto de la aflicción

      ¿No es notable que el canto de estos tres cisnes sufrientes fuera tan similar en los momentos cruciales de sus conversiones? La justicia de Cristo, fuera de ellos mismos, imputada a ellos únicamente por medio de la fe, no los hizo a ellos inútiles sino adoradores. No los condujo a la vida libertina, sino que los impulsó a la búsqueda de la santidad. No los dejó satisfechos de sí mismos, sino que los puso a predicar, escribir y evangelizar. Los sostuvo a través de todo el sufrimiento (para Cowper, con dificultad –1 Pedro 4:18) y formó la tierra sólida donde el fruto de la aflicción podía crecer sin que el árbol se rompiera.

      Bajo la gracia soberana de Dios, entonces, lo que tenemos que agradecer por la gran alegoría de Bunyan y los himnos de Cowper y la vida de Brainerd es, primero, la gloriosa verdad bíblica de la justicia de Cristo imputada por la gracia únicamente por medio de la fe, y segundo, el misericordioso regalo de la aflicción. Hoy somos los beneficiarios del fruto de su aflicción. Y el designio de Dios en ello es que no nos desanimemos, sino que confiando en Él sepamos que alguien también se verá fortalecido por el fruto de la nuestra. Detrás de una ceñuda providencia, Él esconde un rostro sonriente. Puede que lo veamos mientras vivimos, o puede que no. Pero la Biblia entera está escrita, y todos los cisnes están cantando, para convencernos de que está allí, y que podemos y debemos “gloriarnos en las tribulaciones” (Romanos 5:3).

      Se me hizo ver que si alguna vez iba a sufrir de manera justa, primero tenía que pasar sentencia de muerte sobre todo aquello que se pueda considerar propiamente como cosa de esta vida; incluso contarme a mí mismo, a mi esposa, a mis hijos, mi salud, mi disfrute y todo, como muertos para mí, y a mí mismo como muerto para ellos.

      Lo segundo era, vivir sujeto al Dios que es invisible.

      John Bunyan

      Gracia abundante

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