Sin recuerdos. Rebecca Winters

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Sin recuerdos - Rebecca Winters Jazmín

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en muchas ocasiones, sobre todo cuando estaba trabajando en el caso Brittany. Diana y tú me ayudasteis a mantener la cordura antes de convertirla en mi esposa. Nunca ha sido un secreto el aprecio que siento por Diana. Cuando los chicos de la agencia se enteren de lo que le ha ocurrido se van a poner muy tristes. Y sobre todo Britanny y Annabelle.

      –Lo sé. Las tres son como hermanas.

      –Se lo diré a todo el mundo. Vete con Diana y déjanos a nosotros que investiguemos.

      Cal le puso una mano a Roman en el hombro.

      –Espera aquí un momento. Le diré a alguien que saque sus cosas –encontró una auxiliar y le dijo lo que querían que sacara de la habitación donde estaba Diana.

      –En un momento se las traigo. El médico la va a trasladar a una habitación individual en el cuarto piso. Le diré que vamos a subir sus cosas a la habitación.

      –Perfecto.

      Al cabo de unos pocos minutos la auxiliar llegó con una bolsa de plástico donde estaban todas las pertenencias de Diana. Cal se las dio a Roman.

      –Espero que encuentres algo. Por el bien de Diana, cuanto antes se resuelva este misterio, mejor.

      –No te preocupes. Voy al coche por la caja. Uno de los chicos llevará después el coche a tu casa. En cuanto descubra algo te llamó al móvil.

      Cal asintió. No podía pedirle más. Miró cómo se iba su amigo Roman.

      Capítulo 2

      ENFERMERA?

      –¿Sí, señora Rawlins?

      –¿Podría llamarme Diana, por favor?

      –Claro, si tú me llamas Jane.

      –Muy bien, Jane. He oído al doctor Farr decir que mi hijo tiene cuatro días. No entiendo por qué no siento nada después de un parto. ¿Cómo es que no me ha subido la leche todavía?

      –Eso es algo que tendrás que preguntar al médico cuando venga a visitarte. No te preocupes. El niño está bien atendido.

      –¿Cuándo lo podré ver?

      –Tiene que estar bajo las luces hasta mañana, como mínimo.

      –¿Podrías llevarme hasta donde está para poderlo ver?

      –El médico ha dejado dicho que ahora lo que tienes que hacer es descansar y estar tranquila. Porque querrás ponerte bien, ¿no? Tu marido se ha ido a casa a traerte algo de ropa. Cuando vuelva si quieres hablas con él de esto. Pero si quieres puedes esperar hasta esta tarde, que venga el doctor Harkness. Quizá os deje a tu marido y a ti que vayáis a ver al niño. Todo depende de cómo esté.

      –Es que no entiendes, Jane. No recuerdo que ese hombre sea mi marido. Lo único que quiero es ver a mi hijo.

      –Lo sé. Pero querrás que se ponga bien, ¿no?

      –Claro.

      –Entonces intenta ser paciente. Ya sé que es difícil. Pero tienes que intentarlo. Además, tienes un poco de fiebre. Dentro de un ratito vengo a ponerte el termómetro otra vez.

      –¡No te vayas!

      La enfermera se acercó a la cama.

      –¿Qué es lo que te asusta?

      Diana se tapó la cara con las manos.

      –No lo sé. Todo.

      –Ya lo sé. Si yo no me pudiera acordar de mi pasado, estaría asustada también. Pero esto es algo temporal. Te acuerdas de que tenías el niño en brazos cuando te caíste. Eso significa que tienes algunos recuerdos. Sé un poco paciente.

      Levantó la cara llena de lágrimas.

      –Tienes razón. Incluso me acuerdo de que se llama Tyler.

      –Así es. Y pronto empezarás a recordar más cosas.

      –¡Pero solo recuerdo eso! No me acuerdo de nada más. No puedo soportar la cara de dolor que ese señor Rawlins pone cuando me ve.

      –Es normal. Se preocupa por tu salud. Esta mañana, antes de que te fueras a trabajar, todo era normal entre tú y él, y de repente lo llaman y le cuentan que acabas de tener un accidente.

      –¿En qué trabajaba yo? –le preguntó a la enfermera, medio asustada, porque no lograba acordarse de nada–. ¿Cómo podía ir a trabajar cuando acababa de tener un hijo?

      –Eso es lo que me han dicho –la informó Jane–. Pero ya te lo explicará tu marido. Dentro de poco vendrá. Es evidente que te quiere mucho, porque no ha abandonado el hospital en ningún momento.

      –Yo no le he pedido que me cuide.

      –Es posible que no, pero si te pones en su lugar, entenderás que está tan asustado como tú.

      –¿Por qué puede estar asustado? Él me conoce.

      –Tienes razón, pero está casado con una mujer que no lo conoce a él. Lo tratas como si fuera un extraño porque no te acuerdas. ¿Cómo te encontrarías tú si la situación fuera al contrario?

      Diana se mordió el labio y volvió la cabeza hacia la pared. Sintió un dolor en la parte de atrás, donde se había dado el golpe. No quería que Jane le dijera que Cal Rawlins también estaba sufriendo.

      –Si quieres estar acompañada le diré a alguna de las auxiliares que venga a hablar contigo, o a leerte lo que quieras.

      –No, creo que prefiero estar sola por ahora.

      –Voy a ver a un par de pacientes y enseguida vuelvo.

      –Gracias –trató de no llorar–. Siento mucho estar comportándome de esta manera.

      –El hecho de que te estés disculpando quiere decir que eres una mujer buena de corazón y sensible. Y las personas cariñosas no hacen daño a nadie intencionadamente.

      Cuando la enfermera cerró la puerta, Diana se tocó la tripa. Estaba lisa y suave como la seda. No había señales de que le hubieran hecho una cesárea.

      De pronto se le pasó por la cabeza que a lo mejor ella no había dado a luz a aquel niño.

      ¿Lo habría adoptado?

      Nadie le había dicho nada. ¿Qué estaba ocurriendo?

      Por primera vez desde que había llegado al hospital sintió deseos inmensos de hablar con ese señor Rawlins. Parecía que era la única persona capaz de darle las respuestas que ella necesitaba.

      El problema era que no sabía si se podía fiar de alguien a quien no conocía.

      Cal acababa de entrar en su casa por ropa para Diana, cuando el teléfono móvil sonó. Lo sacó del bolsillo y se lo puso en el oído.

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