Vergüenza. Группа авторов
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Carolina del Río Mena
Círculo de Estudios de Sexualidad y Evangelio
Centro Teológico Manuel Larraín
ES DE NOCHE Y GRITO… ¡CÓMO GRITO!
PBRO. EUGENIO DE LA FUENTE
Esta reflexión está realizada desde mi perspectiva, la de un sacerdote sobreviviente de profundo y grave abuso de conciencia y autoridad en contexto eclesial. He podido compartir e intercambiar experiencias con muchas víctimas de abusos sexuales, de conciencia y de poder en el mismo contexto. Con muchos de ellos se ha gestado una profunda amistad que ha nacido desde la vivencia compartida, a la que se une en todos, sin excepción, la dolorosa nueva experiencia de la revictimización por la respuesta de la institucionalidad eclesiástica, con una terrible falta de empatía y, en muchos casos, sin justicia ni reparación.
La experiencia que lleva a estas reflexiones brota, por lo tanto, de vivencias personales compartidas y quieren reflejar el dolor, la frustración y el daño integral que implica la experiencia del abuso.
En su obra más famosa, denominada El grito, el pintor Edvard Münch ha dejado plasmada en la tela —de manera brillante— la experiencia del grito profundo de la angustia ahogada, desesperada, aniquiladora que puede llegar a invadir la existencia personal. La pintura es desgarradora y crudamente gráfica. En ella, todo está deformado. Pero es una deformación que surge desde adentro hacia afuera. El “gritante” sufre en sí mismo una terrible desarticulación esencial y una estridente desarmonía que lo deforma, tanto física como espiritualmente. A partir de él, de su desintegración vital, lo que lo circunda también se deforma, se desarticula y se torna un reflejo de su propia angustia. Los colores alterados de todo lo que lo rodea, sus formas desfiguradas, son expresión clara de su grito interior; el exterior también se vuelve angustioso, amenazante, estrecho y ácido. Y las manos en sus orejas reflejan la ambigüedad de no saber bien si se está protegiendo de su grito interior o del entorno que su misma angustia interior ha deformado…
Con la carnada más perfecta
y el macabro anzuelo
deglutido hasta el fondo…
emergió el grito,
desde lo más profundo
del estrangulamiento vital,
en una atmósfera sin oxígeno,
por un sinuoso sendero
de destinos prometidos
—santidad y verdadera libertad
se les llamaba—
que jamás llegaban
como espejismos en medio del desierto1.
Este es el grito de la víctima y de la revictimización eclesiástica. Otros artículos de este libro explorarán distintas aristas del tema: posibles causas, alcances, consecuencias, ámbitos, etc. Estas líneas solo quieren esbozar, con todos los límites del lenguaje, el grito ahogado de las víctimas de abuso eclesiástico. Y en mi caso que escribo el grito impotente, doloroso e hiriente, de ver a la Iglesia a la cual pertenezco no terminar de comprender la tragedia humana que esto significa y la falta de respeto a las víctimas.
UNA ESTAFA QUE ROBA LA VIDA
Para todos es familiar la figura de la estafa. Nos molesta conocer tantas historias de personas engañadas, que pierden todo por confiar en alguien que ofrece algo en términos que parecen reportar un beneficio dentro de los acuerdos del quehacer humano. Hemos sido testigos de desfalcos piramidales, empresas de papel, etc. Mediante ello se puede llegar a robar todo el capital económico de una persona, dejándola en la calle con gravísimas consecuencias para su vida. Pero lo que esos grandes fraudes nutridos de engaño no pueden hacer, es esclavizar y devorar la vida y la dignidad del afectado. En la estafa económica el perjudicado podrá enfurecerse con su estafador, indignarse, insultarlo, iniciar de inmediato, si es posible, acciones legales.
El tipo de fraude que significa el abuso de poder y de conciencia y, por cierto, el abuso sexual, es radicalmente más hondo. La oferta que se acepta por parte del abusado es aquella que ofrece llenar de sentido la vida, abrirla a la trascendencia, desplegar lo mejor de lo humano en un ambiente de sólida confianza. Una vez que el abusador —usando la oferta divina y aprovechándose de la confianza que le confiere el espacio donde se mueve— consuma la estafa, lo que roba no es algo. Lo que roba, aquello de lo que se apropia, es la esencia de la persona: su ser, su libertad, su dignidad, su humanidad y su alegría.
El clásico cuento de los hermanos Grimm Hansel y Gretel, cuenta la historia de dos niños que fueron expulsados de su hogar. Un antiguo cuento infantil nos lleva a comprender con imágenes muy vivas un modus operandi propio del abusador eclesiástico que engaña y roba la vida.
En el cuento, los niños extraviados en el bosque encuentran una casa de dulce y chocolate que para ellos significaba la salvación de su desamparo y un verdadero paraíso. Atraídos por la promesa de lo que se les presentaba deciden acercarse y entrar. La bruja les tiende una trampa y los encierra, a la niña la esclaviza y al niño lo pone en engorda para comérselo. La bruja miente, engaña y quiere devorar. Para ello usa la carnada del dulce y el chocolate.
Desde mi experiencia personal, y desde la de todas las víctimas que he conocido, no puedo dejar de encontrar elocuentes imágenes en esta antigua historia. Lo que nos ha pasado a muchos —a demasiados— en la Iglesia es algo aún más perverso. Dios, que “por nuestra causa”2 se hizo hombre, fundó esta posada (Lc 10, 34) para sanar a la humanidad herida y dar vida en abundancia al ser humano; para rescatar, salvar, redimir, plenificar y divinizar. Quiso —por amor— dejar un sacramento de su presencia en el mundo para cumplir sus promesas en la historia hasta el fin de los tiempos. Y ese sacramento o signo, la Iglesia, esta posada de sanación para muchos, se ha convertido en la casa de la bruja, en una verdadera mansión siniestra. Y ello, por la perversión de unos, la negligencia y/o el encubrimiento de otros.
La primacía del cuidado de la institución por encima de la persona, ha permitido que muchos espacios eclesiales se transformen en una gran trampa que atrae por la belleza de las promesas de Jesucristo, pero que, una vez dentro, nos deja en las manos de quienes nos encierran. Y una vez encerrados, buscan esclavizarnos, utilizarnos y devorarnos…
Esa mente
era un grotesco remedo de Dios.
Un remedo
que tomó control y señorío
sobre ese vulnerable corazón.
Un remedo escondido
y agazapado como una fiera
detrás de los más grandes anhelos
del ser humano,
en el mismo corazón de la Casa