Vergüenza. Группа авторов

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modo de Jesucristo. Ello, acompañado de gravísimas falencias en la formación humana y afectiva. Pero, para que estas falencias tengan consecuencias abusivas en su ámbito propio, se requiere primero de un uso distorsionado de la autoridad que está profundamente arraigado en la Iglesia desde tiempos muy cercanos a sus orígenes. Es un virus que contrajo en sus inicios y del cual no ha podido librarse.

      Si aceptamos que la crisis de fondo es el mal uso y ejercicio del poder, entramos en la profundidad de la crisis. Nos damos cuenta de que no es un tema solo de clericalismo. Tampoco es un tema esencialmente de machismo. Estos y otros problemas, que sin duda están presentes en la Iglesia, son solo parcelas. El abuso de poder, autoridad y conciencia puede ser ejercido por cardenales, obispos, sacerdotes, diáconos, superiores de comunidades religiosas femeninas y masculinas, laicos y laicas consagrados, catequistas e incluso agentes pastorales. En cada lugar de la Iglesia donde se ejerce la autoridad de un modo ya instalado y aprendido por demasiadas generaciones, hay un espacio estructural propicio para el abuso. Y el hecho de que esa autoridad tenga un carácter religioso hace que el abuso sea más fácil y peligroso.

      Como sobreviviente de abuso de conciencia y como sacerdote, me duele y me hiere profundamente que este gravísimo problema —que es como la gran masa de hielo debajo de lo que se ve de un iceberg en la superficie— no se asuma con claridad y no se enfrente con urgencia. Las consecuencias existenciales para tantas personas que han confiado en la Iglesia para desarrollar su vocación son profundísimas. Pero aún no reaccionamos.

      REALIDADES OCULTAS

      Teniendo en cuenta esta masa debajo del iceberg que es el abuso de autoridad y de conciencia, hay dos realidades que merecen particular atención. Creo que su invisibilidad se justifica por la acentuación de dos categorías en las que se ha centrado mucha de la reflexión y medidas adoptadas. Estas son el clericalismo y el abuso sexual a menores de edad. Como he dicho, estas son dos realidades existentes y gravísimas, pero no son la base de todo. Y por ello —desde mi punto de vista— deja puntos ciegos extraordinariamente graves.

      En primer lugar, cuando centramos la reflexión y las medidas en el clericalismo, dejamos fuera —al menos en cuanto a prioridades— a todo el vasto mundo de la vida religiosa. Y, dentro de ella, particularmente el vasto mundo de la vida religiosa femenina, pues en ella no hay posibilidad de revisar posibles clericalismos. Es un mundo donde hay gran cantidad de abuso y del cual prácticamente no se habla. Sus dinámicas estructurales son un caldo de cultivo óptimo para el abuso de autoridad y de conciencia, quedando innumerables mujeres a merced de espiritualidades muchas veces totalmente enfermas, con un culto al sufrimiento, la humillación y la autonegación. En demasiados de estos espacios a las religiosas se les succiona la vida, la alegría, la iniciativa, el carácter único de su personalidad y de sus talentos. En nombre de una espiritualidad insana, a través de la obediencia, se demuelen las personalidades para hacer religiosas de acuerdo con el molde de la congregación o de la fundadora. Se constituyen así auténticas sectas intracatólicas con dinámicas de lavado de cerebro y control mental. Es inmenso el sufrimiento silencioso y sometido en una importante porción de las religiosas y laicas consagradas de la Iglesia católica. Es abuso escondido, secreto e impune.

      En segundo lugar, qué duda cabe de que se debe atacar con todas las fuerzas y energías los abusos a menores de edad. Sin embargo, ello no debería distraer nuestra atención ni dilatar las medidas para ir en auxilio de los denominados adultos vulnerables. Todo joven mayor de 18 años, sea varón o mujer, es un corazón en búsqueda y anhelante. Por ello está ávido de encontrar respuestas y cuando encuentra una que lo llena de sentido se entrega con una generosidad sin límites. Si juntamos ese corazón con un sacerdote, religioso o religiosa, o un catequista que lo guía sin respetar toda su dignidad y libertad, y todo, en el contexto de una estructura propicia, lo que ocurre es que ese corazón es vulnerado. Ese joven, mayor de 18 años, es un adulto vulnerable. Y la edad que abarca esta categoría puede extenderse mucho más.

      Cuántos corazones

      siguen gritando hoy…

      cuántos gritan

      desde el mismo encierro…

      Pero el grito es tan agudo

      que no se deja oír.

      Solo se hace perceptible

      en rostros desfigurados,

      en sus vidas succionadas,

      en sus alegrías mutiladas…

      y en algunos que sobrevivieron

      para contarlo…

      EL FRÁGIL BROTE DE LA ESPERANZA

      Una vez que seamos capaces de asumir las verdaderas dimensiones y consecuencias de este cataclismo, se abrirá

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