Vergüenza. Группа авторов

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SOY TU DIOS

      El abuso en el mundo religioso femenino ha sido frecuente. Religiosas y consagradas han sido, muchas veces, víctimas, no solo de sacerdotes, sino de sistemas normativos abusivos y de superioras o directoras(es) espirituales y de formación que se han erigido en conductoras(es) de vidas ajenas.

      Fue el mismo Concilio Vaticano II el que, lamentablemente, abrió la posibilidad de la existencia de sistemas que pueden alejarse de la libertad querida para los hijos e hijas de Dios. El decreto Perfectae Caritatis, sobre la renovación acomodada a los tiempos, de la vida religiosa (en adelante DPC), entregó a los superiores y superioras de congregación una facultad que, mal usada o comprendida, puede manipular conciencias y vidas vulnerables: la obediencia irrestricta a quien representa la voluntad misma de Dios…

      Antonia (33) siempre tuvo claro que “la obediencia era una parte importante de la vida religiosa y uno no siempre hace lo que quiere, por lo que había que aprender a ir en contra de la propia voluntad y deseos para obedecer la voluntad de la superiora y las reglas de la comunidad”. Florencia (50), ex consagrada de Regnum Christi recuerda que aprendió que “el poder de la directora era ‘sagrado’” y debía ser obedecido a como diera lugar, y agrega:

      En nuestros estatutos teníamos la “obediencia ciega” entonces a mí me decían te vas a Timbuktú a limpiar platos y lo hacías. Nos enseñaron que la voluntad de Dios siempre venía de tus directoras, desde afuera, nos manipularon hasta convencernos de eso… cuando yo me confesaba el cura me decía “la voluntad de Dios siempre será para usted su directora”.

      A pesar de las advertencias estipuladas en el DPC, sobre respetar la libertad y la dignidad de cada persona, un(a) superior(a), director(a) de conciencia o acompañante espiritual sin criterio o con escasa formación o con problemas psicológicos severos o amparados por sistemas abusivos, puede cometer graves abusos. Y las superioras de congregaciones femeninas no están exentas. Tampoco las mujeres que dirigen o acompañan espiritualmente o forman a otras consagradas.

      Muchas mujeres han sido víctimas de abusos por parte de sus superioras o por parte de aquellas encargadas de su dirección espiritual y formación. Antonia, por ejemplo, creyendo que tenía vocación religiosa entró a una congregación femenina. Con 25 años inició el postulantado y su formación. Recuerda que “su superiora, representaba el ‘dios’ de la exigencia, de la norma, del rigor, del mérito, del sacrificio”. Antonia quería servir a Dios y a los más pobres y se encontró, de pronto, sirviendo a un montón de reglas que le parecían absurdas y en donde una sola persona controlaba todos los aspectos de su vida:

      La misma religiosa era mi superiora, era la ecónoma de la casa y, además, era mi acompañante espiritual. Cualquier decisión, desde si me compraba un chicle, lo que leía, en que usaba mi tiempo, o si seguía o no en la congregación, dependía de ella. Y si no estás de acuerdo con alguna decisión o no te llevas bien o lo que sea, no hay mucho espacio para patalear. Puedes hablar con tu provincial, cosa que hice varias veces, pero el poder real sobre tu vida lo tiene una sola persona.

      La mezcla de la dirección espiritual con el cumplimiento de las normas u otras áreas del cotidiano desenvolvimiento de la casa o congregación es un elemento muy común y extremadamente complejo. Mezclar la dirección espiritual con las decisiones de gobernanza de la casa y, en algunos casos, con la jefatura laboral, deja a la persona en una encrucijada difícil de resolver. Florencia (50), por ejemplo, recuerda que, trabajando en un colegio, le tocó que la directora y por lo tanto jefa, era también su directora espiritual y la directora de la casa donde vivía: “Laboralmente no podía decirle nada. Y, si lo hacía, ella me lo sacaba luego en la dirección espiritual. Fue tremendo”.

      Unir la dirección espiritual con cualquier otro cargo y, además, sumarle lo normativo, afecta a la acompañada y provoca severas distorsiones… “Que una sola persona controle y evalúe permanentemente todo lo que tú haces, desde tu vida de oración, tu salud física, cuantas veces vas a ver a tu familia, cuanto rato usas internet, como te vistes, cuánta plata tienes para gastos ¡todo! Es muy duro”. Las prácticas controladoras e invasivas de la intimidad, como abrir y revisar las cartas recibidas y por mandar, aprobar las visitas que se reciben o se hacen, hablar con los médicos o psicólogos sin el consentimiento de la afectada, entrar al baño mientras la otra persona está en la ducha, irrumpir en el dormitorio a medianoche con peticiones ambiguas o francamente inadecuadas, pero todo disfrazado de “cuidado”, y muchas otras prácticas de control constituyen —sin lugar a duda— dinámicas abusivas que solo quitan la libertad y enferman a las postulantes, religiosas o consagradas. Al recordar, Florencia explica: “¡Si hasta nuestra oración estaba manipulada! Estaba todo tan manchado y manipulado que ni siquiera nuestra oración era auténtica. Después de tanto tiempo buscabas la verdad… y ¿¡dónde estaba la verdad!? ¿A quién le pedías ayuda?”.

      En las congregaciones y movimientos de mujeres —también en muchos masculinos— hasta los tiempos libres están estrictamente normados. Antonia recuerda que su superiora le dijo que debía aprender a tocar guitarra porque lo necesitaban para la misión.

      Varias veces pedí dedicar más tiempo a leer en vez de a tocar guitarra. Porque siempre me ha encantado leer y estudiar. Y ni siquiera en eso fueron capaces de ceder un poco. Cuando en el noviciado volví a pedir usar el tiempo de la guitarra para otra cosa, la respuesta de mi maestra de novicias fue que no. Que como yo venía de una familia de clase alta —me dijo— y tenía estudios universitarios, había tenido muchas oportunidades en mi vida. Y que ahora lo que me tocaba era aprender a obedecer.

      Y Florencia recuerda:

      Los domingos nos hacían jugar básquetbol, todos los domingos, atroz, para mí el domingo era un estrés. Después, en las vacaciones nos hacían subir montañas, yo lloraba, con mis zapatillas Adidas de esa época. No había espacio para que yo pudiera encontrar mi propia forma de descansar, no podía hacer nada sola, todo tenía que ser en la comunidad. Yo odiaba subir montañas… Yo solo pedía que me dieran al menos veinte minutos para tejer.

      Las exigencias desmedidas con las que viven religiosas y consagradas pueden atentar gravemente contra su salud física y psíquica. “Si no hay espacio para la fragilidad y todo se reduce a si tienes o no tienes vocación, ¡se simplifica la complejidad del ser humano!”, afirma Antonia.

      El descuido de superioras o directoras por la salud de las novicias o de quienes se preparan para la consagración, fue algo recurrente en estas entrevistas. Antonia, por ejemplo, recuerda:

      Junto con la depresión empecé a somatizar. Además del cansancio, el desánimo y la pena permanente, se me cortó

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