Vergüenza. Группа авторов

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la gran saga El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien

      Sin embargo, esa pequeñez, esa real fragilidad, es lo propio de la Esperanza. Charles Péguy describe el paradójico fenómeno de esta maravillosa virtud usando la imagen del tierno y frágil brote con el que comienza todo gran árbol…

      Es la lógica de la encarnación, donde todo comienza con el recién nacido, pequeño, frágil, totalmente vulnerable e impotente ante el poder del mal. El niño que, llevado por otros, debe escapar del poder de Herodes. Pero ¿qué sería del mundo “sin ese único brotecito de esperanza?”.

      Pienso que es desde esa lógica desde donde tiene que brotar nuestra esperanza, que no viene desde lo grandioso o desde las estructuras modificadas; en efecto, la institucionalidad eclesiástica no ha hecho más que reaccionar, y a un ritmo demasiado lento, exasperante. La esperanza viene desde lo ínfimo, desde lo aparentemente inútil y despreciado. Desde lo vulnerable y los vulnerados. De hecho, da mucho que pensar que quienes han revelado y desplegado esta crisis, y quienes han derribado muros de bronce y han logrado que al menos algunas cosas cambien, han sido quienes fueron vulnerados, los vulnerables, los pequeños. Ellos son los blandos y frágiles brotes verdes. Algún día veremos cómo su grito ahogado habrá sido el que hizo posible que surgiera un canto nuevo. Esa es mi pequeña y frágil esperanza.

      Notas:

      LAS INVISIBLES

      CAROLINA DEL RÍO M.

      La publicación italiana no hizo más que visibilizar una realidad dolorosa que muchas mujeres padecían y que no había tenido eco en Roma. Se hacía pública una injusticia de proporciones que afectaba a mujeres religiosas que, incluso, debieron abortar hijos de clérigos o esos hijos crecieron sin saber de sus padres. Se visibilizaban abusos y maltratos de superiores hacia las religiosas en todos los ámbitos imaginables.

      Las mujeres en la Iglesia han sido habitualmente presentadas como peligrosas y seductoras, y eso ha implicado que la jerarquía católica no asuma que ellas también han sido víctimas de abusos. Si la Iglesia no acoge estas denuncias, la condición de opresión de las mujeres en la institución nunca cambiará.

      El 19 de marzo de 2019, María Silva Allendes, de 53 años, rompió el silencio para denunciar —también por televisión, esta vez en CNN— a una religiosa y a un sacerdote que la habían abusado mientras vivía en el Hogar de Niños San José de Talagante. El caso está hoy siendo investigado por la justicia canónica. En la justicia civil está prescrito.

      Las breves denuncias expuestas son, como dice el dicho, golondrinas que no han hecho verano. Esperábamos que las mujeres se atrevieran a dar pasos importantes, que levantaran la voz y denunciaran las situaciones de abuso que estaban padeciendo. Sin embargo, no ha sido así. La mayoría de las denuncias aún no han visto la luz pública y las víctimas prefieren el anonimato. Muchas no quieren hablar por temor a represalias de sus superiores o de autoridades eclesiásticas. Muchas no lo hacen por vergüenza. Otras, porque han perdido toda esperanza de recibir la ayuda que necesitan. Y otras, porque aún no logran ponerse de pie.

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