Vergüenza. Группа авторов

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que todo lo que me pasaba anímica y físicamente, era “normal”. Entonces, no necesitaba de ningún cuidado. En el fondo, mi propia experiencia de sentir que lo que me estaba pasando no era normal, fue descartada.

      La falta de control médico, los diagnósticos y tratamientos errados, con las respectivas consecuencias, hacía que muchas tuvieran bastante mala salud, Florencia recuerda que “descubrimos que a algunas las habían hecho operarse de cosas que no necesitaban, a otras se les daban remedios muy fuertes”. Más aún, continúa…

      Les pasó a algunas que se salieron y se podrían haber casado, pero idealizaron la consagración y muchas se operaron y las vaciaron, les sacaron el útero. Se operaron mientras eran consagradas. Nunca supimos si era por indicación médica de verdad… o puede haber sido cualquier cosa, pero varios casos…

      Después de todo lo vivido y conocido en la Iglesia, muchas de las que ejercieron poder, sea en congregaciones religiosas o en movimientos de consagradas, empiezan a tomar conciencia… Luisa (33) afirma: “Yo he escuchado a algunas directoras pedir perdón por lo que hicieron. Yo creo que no eran malas personas, pero estaban en un sistema tan abusivo, tan estricto que hacían lo que tenían que hacer”.

      Otro tipo de abusos padecieron mujeres laicas. Cuando estalló el caso Karadima, gracias a los testimonios de Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo, nadie o casi nadie, se preocupó por las mujeres que habían sido dirigidas espirituales del exsacerdote. Elena (52) fue una de ellas. Recuerda que pololeaba con uno de los jóvenes de la parroquia, uno de los “favoritos”. Ella quiso contarle al padre Fernando de su relación, pero su pololo le pidió que no lo hiciera, “el padre no puede saberlo”, fueron sus palabras. Se lo ocultó a su director espiritual durante un par de meses y al contarle, “él me dijo que eso no podía ser, que debía terminar inmediatamente porque él estaba reservado para Dios, que Dios lo había escogido y que yo no podía entrometerme”. Mientras a él le decía algo similar, agregando que ella lo estaba distrayendo, que él estaba “reservado” para Dios. Y desde ese día, recuerda, “el padre Fernando se propuso presentarme a otra persona. Me presentó a un hombre de la misma parroquia”. La intrusión de Karadima en las elecciones de pareja y su manipulación para armar y desarmar parejas era habitual. En el caso de Elena, ella y su pololo debieron terminar. Años después, él se ordenó de sacerdote y ella se casó, tuvo hijos y hoy está separada.

      EL MIEDO AL CUERPO

      La mayoría de las mujeres abusadas en nuestra Iglesia no son religiosas y no levantarán nunca la voz. No se mostrarán en público. Guardarán el abuso como un oscuro secreto que no debe ser develado ni siquiera ante el marido. Porque cuando unas pocas se atrevieron a abrir el corazón con un confesor o acompañante espiritual —varón— se encontraron con sesgadas y machistas respuestas como “y usted ¿no cree haber hecho algo que motivó la violación? ¿no puede ser que lo haya incitado?”. Otro, “¿cómo andaba vestida? A lo mejor andaba provocativa…”. Y otro más, “¿no habrá estado muy escotada?”.

      El intento masculino por dominar el cuerpo y la sexualidad de las mujeres ha sido habitual en la sociedad. En la Iglesia, sin embargo, a través del sacramento de la confesión y de la dirección espiritual, ha tenido consecuencias insospechadas.

      Marta (68), profesora básica y de religión de un colegio de hombres, recuerda que un año tuvo un desempeño notable como organizadora y directora del evento de fin de año y entrega de notas del colegio. “Yo estaba medio inflada porque todo había salido muy bonito”. Sin embargo, el lunes a primera hora recibió un llamado del rector.

      El rector me dice que supo que el día de entrega de notas de los niños yo andaba con un vestido muy escotado, que me recordaba que era un colegio de hombres, que yo debía saber comportarme y vestirme, que no quería saber nunca más que anduviera con una ropa así, que yo había hecho un papelón, una ofensa, me dijo muchas cosas y yo cada vez me hundía más. No podía creer lo que me estaban diciendo. Cuando me dijo todo lo que quiso, yo me fui a llorar, traté de recordar qué tenía el vestido y, nada, era un vestido largo, elasticado, una solera, solo se veían mis hombros ¡en diciembre con un calor enorme! y yo tenía muy poco busto, era casi plana, no sé qué mostré o qué me vio. Lloré mucho, me sentí muy mal, le conté a mi marido, esto me duró muchos días, mi corazón quedó herido, no podía entenderlo.

      El modus operandi habitual en el acoso a las mujeres es la ambigüedad, los chistes en público, las bromas de doble sentido, siempre en público. También el rechazo o los acercamientos desconcertantes. Lo saben bien alumnas y exalumnas de la facultad de teología de la Universidad Católica. Varias recuerdan el profundo cambio que experimentaron en su aspecto físico al entrar a la facultad: “si alguien nos miraba, no sabían si éramos monjas o laicas”; otra, “nos pasaba que de a poco nos iban intimidando y empezábamos a taparnos”; otra, “un día me miré al espejo y dije ‘esa no soy yo’. Había dejado de arreglarme, usaba cuellos subidos, dejé de maquillarme, ¡parecía monja!”. Y otra…

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