Vergüenza. Группа авторов

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Yo lo amaba, me enamoré de él ¡y le aguanté tanto! Él me decía que yo era la única que conocía su miseria, que no lo podía dejar, que me necesitaba, que yo era su refugio, su catedral, y me buscaba. Me perseguía en el auto, me decía que me amaba. Para cada cumpleaños me mandaba flores y yo tenía que inventar que otras personas me las mandaban… Nunca volveré a ser la misma, hoy tengo muchas cicatrices.

      Empezó a descubrir que el sacerdote del que se había enamorado “tiene una red de mujeres con las que se acuesta en forma permanente. Se acostaba con cualquier mujer, de las más diversas, casadas, viudas, separadas, jóvenes, mayores, todas cabíamos…”. Ximena descubrió que él había mantenido relaciones paralelas todo el tiempo que estuvieron juntos. Cuando lo encaró y le preguntó ¿por qué? Él respondió: “Por hacerles un favor”.

      Me explicó que yo era víctima de un psicópata integrado. Me explicó que tenía que sacarlo de mi vida, que yo tenía que hacer un duelo de algo que nunca existió: él nunca me amó. El psicópata te usa hasta que le sirves. Yo, por tres años no podía hablar, no dormía… Intenté mantenerme alejada, pero más de alguna vez volví con él, recaía.

      Recién pudo contarle lo sucedido a su marido hace pocos meses. “Él, que es de una nobleza infinita, me dijo que había que denunciarlo. Y yo, amándolo, me di cuenta de que tenía razón”. Y se inició la investigación canónica correspondiente. Con el paso del tiempo Ximena va viendo con más claridad lo sucedido: “Siento que me quedaba un poquito de dignidad que fue la fuerza que me ayudó a salir de ahí. Que lo amé, lo amé profundamente. La dinámica ya la tengo clara: una vez que saben información captan que estás vulnerable, y ahí empieza todo…”. Y agrega:

      Es muy doloroso, me destruyó mi vida, estoy tratando de salvar mi matrimonio, estoy con terapia… me robó mi alegría, me hizo mucho daño, no era capaz de conectarme, sentía que el demonio me había habitado y yo apostaba por la condenación, no por la salvación… para mí ha sido una bomba atómica. También siento que estoy saliendo, fue algo que viví muy sola, no podía contarlo… fue tremendo. Pero este hombre no logró destruir mi fe. Yo sin Dios no sé en qué habría terminado. Gracias al Espíritu Santo estoy aquí y puedo hablar. Estuve seis años con él y fueron años de condenación, de dolor profundo.

      Y sigue:

      Hoy me re-conozco, me re-significo —desde la humildad más grande— como una mujer valiente, intuitiva, de convicciones, fuerte, con amor propio, digna, guerrera y, sobre todo, amadísima por el Señor y muy amiga del Espíritu Santo. Cada cierto tiempo lloro y lloro mucho, me vacío, me limpio, me purifico, pero sigo mi camino de sobreviviente, gracias a mí y a mi Espíritu Santo. Gratitud es hoy lo que siento, verdaderamente sobreviví.

      INSTITUCIONES Y SESGO DE GÉNERO

      La experiencia de estas mujeres y de tantas otras, ha sido de mucho dolor. Y cuando se atreven a denunciar se topan, no solo con la incomprensión de lo que significa el abuso y el daño que produce, sino también, con un muro aun insalvable: los prejuicios y los sesgos de género en las instituciones que deberían defenderlas. Sesgos de género que pasan por desacreditar a la víctima debido a supuestos comportamientos sexuales inadecuados, a la forma como estaban vestidas o se comportaban, etc. Para ninguna es fácil contar su historia:

      La religiosa de 49 años, María, el 19 de marzo 2019 se animó a presentar su denuncia ante el Servicio de Escucha del Departamento de Prevención de la Conferencia Episcopal de Chile (CECH) por el acoso que ella había sufrido por parte de un profesor sacerdote. Cuando hizo su denuncia ante el Arzobispado se presentó como religiosa y no tardó en darse cuenta de que eso le daba mayor credibilidad a su relato: “Capté que ser religiosa a mí me da otro respaldo… ¡ah es religiosa!, su testimonio es creíble. Si viene otra religiosa con hábito, será más creíble que yo… mucho más que una laica”. Se levanta aquí la pregunta acerca de qué sesgos operan en el derecho canónico y en quienes reciben las denuncias, más allá de los de género. Por ejemplo, ¿serán menos creíbles las personas que no viven de acuerdo con la moral de la Iglesia católica? ¿Una mujer con pareja o hijos, pero sin matrimonio sacramental tendría aún más dificultad para ser creída? ¿Y una soltera o una divorciada? ¿Y una lesbiana?…

      También en la Universidad Católica empiezan a surgir casos. Beatriz denunció por acoso a su profesor y sacerdote. El resultado de la investigación interna de la institución estimó que los hechos denunciados carecían de fundamento plausible y que el profesor solamente sería “torpe en su trato con las personas”.

      El caso, que se hizo público a principios del 2019, escaló —sin embargo— a la Corte de Apelaciones a través de un recurso de protección presentado por la abogada Soledad Molina, de Abofem, la asociación de abogadas feministas. Para ella, el aporte más notable del fallo emanado de este tribunal es que reconoce que la violencia de género y su invisibilización es un fenómeno sociológico presente en la sociedad chilena y que “el trato indigno que se le da a las mujeres que denuncian forma parte de esta violencia. A partir de esta premisa —agrega citando el fallo— los ministros afirman que ‘no se trepida en descalificar a la denunciante, como una forma de desacreditar esta clase de denuncias con el fin último de desincentivarla’”. Por eso, que uno de los tribunales superiores de justicia haya introducido la violencia de género como un elemento que debe ser ponderado cada vez que un juez evalúa la prueba permite trasladar

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