Marxismo y comunicación. Francisco Sierra Caballero

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Marxismo y comunicación - Francisco Sierra Caballero Filosofía y Comunicación

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comunicación para una lectura crítica de la mediación que contribuya a apuntar nuevas y productivas lecturas, en la medida en que proyecta hacia el futuro la caja de herramientas necesaria para una teoría crítica de la comunicación en nuestro tiempo. En esta línea, es preciso una perspectiva de «larga duración» (Mattelart, 2011, p. 10), pues, justamente, es la necesidad de trascender la tradicional fragmentación y compartimentación normalizada de la realidad por el conocimiento científico positivo la que sitúa en una posición privilegiada a la crítica filosófica, política y teórica, frente al conocimiento instrumental que inspira, no solo el funcionalismo sociológico de la mass communication research y sus epígonos contemporáneos de la teoría social de la información, sino también la pretendida apertura de los estudios culturales que, en ámbitos como el nuestro –y más aún en estos momentos–, reproducen por lo general la tendencia al aislamiento de la experiencia histórica y de los condicionamientos político-ideológicos sobre los que se proyecta todo campo de trabajo intelectual, convirtiendo así la crítica teórica en –como irónicamente apunta Eagleton– retórica e ilusionismo posmoderno.

      La lucha epistemológica de reconfiguración del campo crítico de la comunicación pasa, a nuestro entender, desde este punto de vista, por limitar y definir el alcance del giro lingüístico de los estudios culturales, reconectando pensamiento y capitalismo, discurso y realidad, a partir de la centralidad de la lucha por el código como base de la nueva forma de reproducción del capital. Contra esta lógica desmemoriada del saber, aportamos aquí elementos para el debate en términos de una historia de las ideas para la resistencia contra la comunicación como dominio, una lectura productiva de la «cultura de los oprimidos, cultura del silencio, cultura de la insubordinación, cultura de la resistencia, cultura alternativa; cultura de los grupos subalternos, memoria popular, cultura popular, cultura nacional popular, cultura de liberación» (Mattelart, 2011, p. 13) que trata de interpelar al lector con conocimiento fundado y, en consecuencia, con mayor reflexividad histórica para una agenda radical de la investigación en comunicación.

      Todo cambio social exige, por principio, una proyección temporal. No hay futuro sin un presente arraigado en el pasado. Más aún, el mundo no existiría como civilización sin la memoria. Todo progreso, toda sociedad con historia –nos enseñó Lévi-Strauss– cambia y reproduce sus patrones culturales por medio del aprendizaje, que es tanto como decir que evoluciona con el registro, escriturado, de lo aprendido, en forma de recuerdo. La cultura –ilustra Bolívar Echeverría– es una actividad creativa. Pensar las mediaciones significa, por lo mismo, reivindicar la capacidad transformadora de la perspectiva histórica; tratando, en suma, de mirar hacia atrás y hacia adelante, en el tiempo y en el espacio, conociendo y procurando conocer toda relación ficcionalizada, todo imaginario de la modernidad, como una experiencia y como un problema en sí mismo. Pues la teoría no es otra cosa que ilustrar las pruebas, conectar y modificar perspectivas, avizorar nuevos horizontes cognitivos, capturar, en su esencia, el complejo prodigio de la vida en común. Lo que exige que recordemos que toda relación, todo sistema relacional, es por definición contradictorio: las relaciones no solo son imaginarias, ideales, son también producto de la experiencia mediatizada por intereses, por poder, situación y desigual posición de observancia. No hay pensamiento sin acción, sin performatividad. Por lo que –como enseñara Gramsci– no es posible pensar fuera, no es posible el mito de la exterioridad. Toda narrativa es una forma de cavar trincheras. En otras palabras, el estudio de las dinámicas históricas a largo plazo permite analizar los problemas contemporáneos con criterio, de forma integral y perspectiva consistente. Ahora, no debemos desconectar la historia por arriba con las estructuras de dominación de la historia por abajo y las formas contrahegemónicas –como advertía Mandel–. Las brechas entre cultura y política, entre pensamiento y acción, y la desarticulación de teoría y praxis por la estetización general de una posmodernidad acrítica nos obligan, en este sentido, a comenzar por el camino perdido, por las huellas de lo ingobernable y la estética relacional, tal como nos enseña Mattelart. En la obra, sin duda, más acabada para una teoría crítica de la mediación, aprendimos que, si conocer es cuestionar e intervenir en la realidad, escribir, de algún modo, a contracorriente constituye una función pública de articulación de espacios de recuerdos y omisiones, trenzando, al modo de Benjamin, constelaciones de patrimonio simbólico para el acuerdo o la controversia. El presente libro propone que es necesario situarnos, hoy más que nunca, en la estela de un patrimonio crítico sobre el que resta casi todo por explorar y conocer, en tanto que legado para los procesos emancipatorios del siglo XXI –si en verdad se trata de clarificar caminos y antecedentes teóricos que puedan despejar el horizonte intelectual del pensamiento, disolviendo nuevos malentendidos o lugares comunes en la teoría de la comunicación, apuntando lecturas disidentes del bagaje con el que el pensamiento en comunicación ha ido transitando los cambios históricos acontecidos a lo largo del último siglo.

      Si, como dejó escrito José Carlos Mariátegui, por lo general quien no puede imaginar el futuro tampoco puede pensar el pasado y, por lo mismo, quien no cultiva la memoria poco o nada puede proyectar en el horizonte histórico; volver a las fuentes de referencia y aportes clásicos del materialismo cultural no puede, a nuestro juicio, resultar más oportuno en un tiempo de transición y encrucijada como el presente. Se trata de ofrecer al lector, a través del recuerdo-diálogo, un mapa de exploración sobre el sentido de las luchas y las palabras que han vertebrado los debates en el campo específico de la comunicología. Hemos querido, por ello, introducir la discusión más contemporánea en nuestro ámbito de conocimiento con un trabajo original de metainvestigación, de reflexividad dialéctica, recursiva y generativa del campo, a fin de tratar de recomponer las posiciones de observación, algo similar a lo que Žižek describe en Visión de paralaje sobre cambios de objeto y posiciones de observador. Esa, al menos, es la intención original que anima la escritura con la que hemos pensado la recepción productiva de nuestro ensayo.

      Sabemos que el futuro de la teoría crítica pasa por un incesante trabajo de deconstrucción, tanto de los procedimientos como de las ideas, renovando las formas de expresión del análisis y abordando la realidad multidimensional del debate en comunicación y, en general, de las ciencias sociales, como un problema de articulación productiva con el proceso de cambio de nuestra posmodernidad. En ello nos jugamos el futuro. Convendría subrayar sobremanera este hecho, porque el campo en comunicación no es del todo consciente de esta particularidad característica de nuestro tiempo. Pero no siempre fue así. Desde Para leer al Pato Donald, el pensamiento crítico en comunicación ha procurado deconstruir el proceso neocolonialista de las industrias culturales y de la teoría funcionalista o etnocéntrica occidental, hibridando, releyendo, reescribiendo de nuevo la historia y el pensamiento desde su topología y mundos de vida. Hoy, sin embargo, cierta deriva conservadora en la teoría social niega la lógica productiva de toda enunciación y manifestación cultural, incluido, como es lógico, el discurso científico, ante lo que podríamos calificar como un nuevo idealismo culturalista que, como el de algunos estudios poscoloniales, terminan por ser inconscientes de la geopolítica global y del hecho material, concreto y evidente –de sentido común, que diría Pasolini– de una realidad dominante en la que empresas como Disney marcan las condiciones o marcadores ideológicos, como actores globales, con mucho mayor peso e influencia cultural que antaño, por ejemplo, a la hora de construir arquetipos islamófobos o de organizar nuestro tiempo libre como neg/ocio, en un proceso de expansión ilimitada, al menos en su figuración, de la lógica de valorización. Frente a esta praxis teórica, que hemos calificado de negacionista, convendría recordar que, en la era del trabajo inmaterial, en la era del acceso y la cibercultura, la «fábrica social» se fundamenta en un proceso de trabajo. Negar esto es afirmar la lógica positiva de la práctica comunicológica.

      En otras palabras, la reivindicación de la memoria constituye, aquí, una reivindicación de la función transformadora de la ciencia frente al neopositivismo y la acrítica lectura empirista que impone el colonialismo académico. Nuestro tiempo, si por algo se distingue, es, justamente, por la preeminencia de una cultura pragmática y una percepción del presente perpetuo; marcada, incluso teóricamente, por el olvido de la historia y la negación de toda lectura crítico-interpretativa sobre las cenizas del pasado. La complejidad y velocidad de los cambios informativos han penetrado tan profundamente

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