Marxismo y comunicación. Francisco Sierra Caballero

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Marxismo y comunicación - Francisco Sierra Caballero Filosofía y Comunicación

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irreductibles a la crítica científica, mientras el proceso de estructuración de la comunicación y la cultura pública incide en las lógicas de dominación y desigualdad material y simbólica, características del modo de producción capitalista. La naturalización de las formas desvertebradas y alienantes de la cultura contemporánea ha reafirmado, como consecuencia, una concepción individualizada de la vida social que debe ser objeto de crítica, para hacer visible las causas sociales de fenómenos desconcertantes de la «modernidad líquida» –como las fake news– que fragmentan y descomponen los marcos axiológicos y de convivencia. En este sentido, dos obstáculos fundamentales para la teoría crítica son, por un lado, el poder dominante de la metafísica burguesa –en especial, la ilusión, extensamente propagada, de que el mercado capitalista y el régimen dominante de producción de bienes simbólicos son eternos e insuperables– y, por otro lado, el imperio de una teoría miope que no es capaz de pensar más allá de los límites formales que determina la lógica de acumulación. Esta miopía intelectual sobre los dispositivos mediáticos de control y subsunción social de los mundos de vida por el capital es la clave de la renuncia a la idea de una sociedad comprometida con los espacios próximos de reproducción cultural y con la articulación dialógica de las complejas relaciones a distancia que median los sistemas desterritorializados de poder, basado en flujos de información, que hoy también colonizan el pensamiento y la producción teórica, condicionando una nueva concepción del intelectual y de los trabajadores de la cultura, tal como veremos.

      En este escenario histórico, la pregunta recurrente que de nuevo debe afrontar la teoría crítica es qué hacer. No viene al caso plantear aquí respuestas a un objeto ajeno a la razón de ser de este libro. Pero conviene, cuando menos, reconocer el escenario en el que se sitúa la actual publicación –que coincide, no casualmente, con el desplazamiento del campo de trabajo hacia el más sofisticado pancomunicacionismo, desde un discurso idealista que anula el potencial conflictivo del proceso de integración global del capitalismo–. Por ello, hemos de procurar otear el horizonte más allá del «aquí y ahora», con la voluntad de mirar en el tiempo la comunicación-mundo. Pues es necesario –como advierte Bernard Cassen– constituir «una memoria reflexiva y autocrítica» de los foros y espacios de articulación mundial, observar en la distancia las continuidades y rupturas de la geopolítica de la comunicación y su pensamiento. Situar, en fin, la memoria en el centro de la comunicación, por principio y coherencia con una visión sociopráxica de la mediación.

      Hace más de una década, con motivo de la presentación del volumen preparado por Michel Senecal sobre el itinerario intelectual de Armand Mattelart, apuntábamos que la voz –no en el sentido de Laclau, sino más bien en un sentido auténticamente gramsciano– de toda obra nos habla e interpela desde la memoria crítica y reflexiva. De la necesaria objetivación dialógica del sujeto observador y de la práctica científica de análisis, que diría Bourdieu, este ejercicio nos sitúa en la estela de la proyección emancipatoria del principio esperanza. Y ello fundamentalmente por la dimensión política y el potencial transformador que anticipa. Este, a nuestro juicio, es el principal valor de toda práctica teórica verdaderamente transgresora, el valor de revelación y metaanálisis en la distancia, de una crítica de la mediación social que renuncia al academicismo para forjar procesos de producción y vida.

      Los problemas metacientíficos –decía Manuel Sacristán– son siempre filosóficos. Y la política, una actividad reflexiva, la valoración de ideas, propósitos y programas de ideación y acción social. La memoria crítica y comprometida contribuye a esta mediación entre la experiencia y la construcción colectiva de lo social. El trabajo de revisión de las bases del materialismo histórico en comunicación representa, en este sentido, una oportuna invitación a pensar el cambio, a conquistar el futuro, a proyectar nuevas luces en la ciencia de la comunicación, iluminando nuevos horizontes de intervención y crítica teórica, en la medida en que, lejos de limitarse al estudio y disertación escrita de la producción científica, trata de apuntar tendencias, lagunas y contradicciones del campo social, a partir de una premisa fundamental del pensamiento crítico: todo producto de la historia, como todo conocimiento, debe ser considerado históricamente y, más allá aún, ilustrado económica y políticamente. En otras palabras, si algún valor ha de tener la re-construcción de lo pasado es el de cumplir una función vicaria de mediación sobre los mundos de vida, dirimiendo la proyección de lo real desde lo potencial. Este y no otro es el sentido de la utopía y de la libertad informativa como autorrealización cultural en el ejercicio de autodeterminación sociopolítica. Como un ejercicio de palingenesia, como la construcción, en fin, de lo social desde lo colectivo, como un pensamiento y una acción transformadora, la utopía es una forma de determinación de nuestro presente y posibilidades de acción, instituyendo una norma con la que medir la realidad desde nuestras aspiraciones colectivas. Arriesgada apuesta en un tiempo como el actual, convulso, marcado por un proceso –como denunciara a propósito de la Unión Europea Jürgen Habermas– de evidente desertización, trivialidad y desconcierto.

      Asumiendo el riesgo intelectual de la incomprensión, el rechazo o, simplemente, el aislamiento habitual cuando uno desarrolla este tipo de planteamientos, esperamos que Marxismo y comunicación contribuya a desplegar la capacidad de interrogación –por su potencia interpelante y construccionista–, además de la voluntad utópica anticipatoria que necesariamente siempre ha de alentar el trabajo de Prometeo que nos corresponde; en tanto que, como toda teoría crítica, la verdadera labor intelectual, desde el punto de vista de la praxis, siempre corresponde al lector y debe a fortiori ser articulada. Dicho de otra manera, la teoría crítica de la sociedad solo encuentra justificación si es capaz de sacar a la luz, y poner en cuestión, los presupuestos teóricos e ideológicos del sistema de relaciones dominante en el campo de la información y la comunicación y, con ello, «iluminar los pasos necesarios para la emancipación de aquellos que sufren los efectos más perversos y explotadores de dicho sistema» (Herrera, 2005a, p. 177). Es decir, pensar los puntos de observación es apostar por un análisis sintomático que debe hacer emerger lo real, proyectando nuevas prácticas instituyentes, un nuevo pensamiento y praxis social, para pasar de la cultura de la resistencia a la razón emancipadora en movimiento a partir, cuando menos, de tres compromisos intelectuales:

      – La socialización de los sistemas de información y conocimiento, hoy asimétricos en las lógicas de distribución del mercado.

      – La visibilización de lo procomún oculto o mixtificado.

      – Y el antagonismo político y cultural contra las formas cosificantes y hegemónicas de «inversión simbólica».

      El volumen que tiene el lector en sus manos es un ensayo cartográfico en esta dirección. Para ello, hemos estructurado el volumen en dos partes bien diferenciadas: una primera orientada a sentar las bases teóricas del análisis marxista en comunicación, de Marx a Althusser, de Gramsci a Brecht, pensando en definir algunos elementos y principios epistemológicos que hay que considerar en la crítica materialista de la mediación social. Y en la segunda parte, a partir de las nociones básicas identificadas en las fuentes originales de la crítica marxista, analizamos algunos de los retos, contradicciones y problemas neurálgicos del tardocapitalismo en la era de la sociedad de la información.

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