Ocho lecciones de yoga. Aleister Crowley

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Ocho lecciones de yoga - Aleister Crowley [sic]

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en El libro de la ley, que acabo de citar hace un momento. «Deseo» es la necesidad de toda unidad de ampliar su experiencia combinándose con su opuesta.

      No resulta difícil elaborar toda la serie de argumentos que conducen a la primera «Noble verdad».

      Pues bien, esto no es tan difícil como pueda parecer, ya que cada pensamiento en nuestro ser, cada una de las células de nuestro cuerpo, todos y cada uno de los electrones y protones de nuestros átomos, no son más que yoga y el resultado de yoga. Para lograr emanciparnos, para hallar satisfacción, bastará con que nuestro deseo sea realizar esta operación inevitable y universal sobre el absoluto en sí mismo. Quizá algunos de los miembros más cultivados de mi público pensarán que mis afirmaciones son circulares. Están en lo cierto. Sólo hay un inconveniente. Cada uno de los elementos de los que nos componemos está constantemente dominado por la satisfacción de sus necesidades particulares a través de su propio yoga, pero precisamente por esta razón está asimismo completamente obsesionado con su propia función, que deberá juzgar naturalmente como la condición sine qua non de su existencia. Por ejemplo, si tomamos una probeta abierta por los dos extremos y con ella capturamos una abeja que esté sobre el cristal de una ventana, la abeja continuará golpeándose contra el vidrio hasta morir exhaus­ta, en lugar de escapar por el otro extremo del tubo. No podemos confundir el funcionamiento necesario y automático de cualquiera de los elementos que nos componen con la verdadera voluntad, que es la órbita adecuada de cualquier estrella. Si las personas logran funcionar como unidades, ello se debe a incontables generaciones de aprendizaje. Los procesos evolutivos han puesto en marcha un orden más elevado de acción yóguica en virtud del cual hemos logrado subordinar lo que consideramos intereses particulares en aras del bienestar colectivo. Formamos comunidades, y nuestro bienestar depende de la sabiduría de nuestros líderes y de la disciplina con la que se apliquen sus decisiones. Cuanto más complicados seamos, cuanto más arriba hayamos ascendido en la escala evolutiva, tanto más compleja y difícil será la tarea de legislar y mantener el orden.

      En comunidades altamente civilizadas como la nuestra [sonoras carcajadas], el individuo se ve constantemente atacado por intereses y necesidades contrapuestas; su individualidad se ve asaltada sin tregua por el impacto de otras gentes; y a menudo ocurre que los individuos no soportan bien estas tensiones. «Esquizofrenia», palabra hermosa donde las haya, y que quizá no venga en vuestros diccionarios, refleja una queja sumamente extendida. Significa la escisión de la mente. En casos extremos nos tropezamos con fenómenos de múltiples personalidades, Jekyll y Hyde, por citar sólo un ejemplo. En el mejor de los casos, cuando alguien dice «Yo» se refiere exclusivamente a un fenómeno transitorio. Su «Yo» cambia mientras pronuncia la palabra. Pero, dejando de lado la filosofía, resulta cada vez más difícil encontrar un hombre en sus cabales, con pleno dominio de su voluntad, incluso en este mismo sentido modi­ficado.

      Quiero que reparéis, por tanto, en los obs­táculos que encuentra la unión con el absoluto. Para empezar, el yoga que practicamos sin cesar no da siempre los mismos resultados; la atención que prestemos, así como nuestras investigaciones y reflexiones, influyen sobre los resultados. Me propongo abordar en próximas lecciones las modificaciones de nuestra percepción así causadas, ya que son de gran importancia para nuestra ciencia del yoga. Por ejemplo, el caso clásico de dos hombres perdidos de noche en la espesura de un bosque. Uno le dice al otro: «Ese perro que ladra no es un saltamontes; es el traqueteo de un carro». O también: «Él creía haber visto a un cajero bajándose del autobús. Volvió a mirar y vio que era un hipopótamo».

      Cualquiera que haya dedicado parte de su tiempo a la investigación científica sabrá, por doloroso que sea, que todas y cada uno de sus observaciones deben validarse una y otra vez. La necesidad del yoga es tan punzante que nos ciega. Corremos el peligro incesante de ver y oír lo que nos gustaría ver y oír.

      Nos corresponde, por tanto, si deseamos alcanzar el yoga universal y final con el absoluto, domeñar cada elemento de nuestro ser, ponerlo a salvo de cualquier guerra intestina o exterior, intensificar todas nuestras facultades al máximo, entrenarnos en la sabiduría y la fuerza sin escatimar esfuerzos, de suerte que cuando llegue el momento oportuno nos hallemos en perfectas condiciones para arrojarnos al horno del éxtasis cuyas llamas ascienden desde el abismo de la aniqui­lación.

      El amor es la ley, el amor sujeto a la voluntad.

      1. Eclesiastés 1:18. En lo sucesivo, la traducción de los versículos citados por Crowley no seguirá ninguna edición castellana de la Biblia en particular para no cortocircuitar las alusiones a expresiones bíblicas del original inglés.

      Segunda conferencia

      Yama

      Haz lo que quieras será la totalidad de la Ley.

      ¡Oh, estrellas y amniotas placentales! ¡Oh, vo­so­tros, habitantes todos de los diez mil mundos!

      la conclusión de nuestras pesquisas de la semana pasada fue que el yoga definitivo, el que permite la emancipación que aplaca la sensación de separación, que es donde reside el deseo, debe y puede alcanzarse por medio de la concentración de todos y cada uno de los elementos del nuestro propio ser, para luego aniquilarlo mediante su íntima combustión con el Universo.

      Debo señalar aquí, y entre paréntesis, que una de las dificultades que encontraremos consiste en que todos los elementos del yogui aumentan exactamente en la misma medida en que éste progresa, como consecuencia, precisamente, de su progreso. Sin embargo, no vendamos la piel del oso antes de cazarlo. Ahora debemos concentrarnos en sentar unos principios científicos serios, basados en la experiencia universal, que nos servirán fielmente en cada etapa del viaje que acabamos de empezar.

      Cuando principié mis estudios sobre el yoga, por fortuna estaba pertrechado con unos sólidos conocimientos sobre los principios fundamentales de la ciencia moderna. Vi en seguida que si quería contribuir a la materia con una pizca de sentido común (la ciencia no es más que sentido común instruido), lo primero que necesitaba era embarcarme en un estudio comparativo de los distintos sistemas de misticismo. Apenas tardé un segundo en darme cuenta de que los resultados eran los mismos a lo largo y ancho del mundo. Los enmascaraban teorías sectarias. Los métodos eran los mismos en todas partes, pero los prejuicios religiosos y las costumbres locales los desfiguraban. Pero en esencia... ¡eran idénticos! Me bastó este simple principio para desbrozar la materia que me ocupaba de las extraordinarias complejidades que habían confundido su expresión.

      Cuando llegó el momento de elaborar un análisis sencillo del asunto, se me planteó la pregunta siguiente: ¿qué términos hay que emplear? Los misticismos europeos están embrollados sin remedio; las teorías han sepultado los métodos por completo. El sistema chino es quizá el más sublime y simple, pero sus símbolos plantean una dificultad insuperable para cualquier persona que no haya nacido

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