De la noche al día. Arlene James
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Deborah A. Rather
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
De la noche al día, n.º 1075 - agosto 2020
Título original: Mr. Right Next Door
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-681-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
LA BOLA rebotó en el muro con un satisfactorio giro y saltó hacia su izquierda. Le hubiera costado dar dos pasos para devolverla, pero no tenía dudas de que lo conseguiría. Era un movimiento que ya había hecho antes. Se dirigía hacia ella cuando recordó que la acción política era dejar pasar la bola. Con el brazo ya extendido y la raqueta en el ángulo perfecto, sólo le quedaba un segundo para actuar. Demasiado tarde para abortar el movimiento. Demasiado tarde para corregir, o mejor dicho, corromper el ángulo. Con desesperación, hizo lo único que podía: dejarse caer. La raqueta golpeó el suelo al mismo tiempo que ella chocaba contra la pared en un torpe lío de brazos y piernas, coleta castaña y zapatillas de deporte. La triunfante carcajada de Chuck resonó en la cancha de tenis. Denise sintió una oleada de rabia seguida del ardor de la piel raspada y el frío y estudiado control que la mantenía cuerda.
Con torpeza, se enderezó y se sentó apoyando la espalda contra la pared con la respiración jadeante. Bueno, se dijo a sí misma. Se llevaría la satisfacción en el hecho de que él nunca sabría que lo había dejado ganar. Y le había hecho sufrir, lo cual contaba para algo. Dobló una rodilla y se concentró en inspirar. Chuck, mientras tanto se acercó y se arrodilló con las manos en las rodillas, jadeando sofocado, con la cara redondeada casi púrpura y el sudor rodando por su cabeza un poco calva. Denise se había recuperado y revisado su raqueta mucho antes de que él recuperara las fuerzas para refregarle su pérdida.
–¡Y la «vieja Dennis» muerde el polvo de nuevo! –era la broma de la oficina ponerle el nombre de chico–. pero definitivamente estás mejorando.
Denise sonrió de forma mecánica. Poco sabía el «viejo chivo» que podía ganarle siempre que quisiera. ¿Es que ser jefe cegaba para las mínimas conclusiones lógicas? Tomó nota mental de no caer en aquel egocentrismo cuando a ella le llegara el turno. Y llegaría, a eso estaba decidida. Llegaría un día en que estaría muy por encima de Chuck Dayton y sus secuaces, aunque por ser mujer tendría que ser mejor para que la consideraran igual. Suspiró y por un momento se permitió reconocer la fea lucha que era su vida. Entonces apartó la autocompasión, se cuadró de hombros, se secó la transpiración de la frente y se recordó a sí misma que era una mujer con ambiciones y que con treinta y cinco años podía ganar a su jefe cincuentón cuando le diera la gana.
Recuperando la toalla y secándose la cara, escuchó a medias la reprimenda disfrazada de camaradería que le estaba dando Chuck hablando de su falta de control por haber dejado caer la raqueta. Lanzó unos sonidos de protesta, pero aparentemente no estaba lo suficiente humillada como para alimentar la necesidad patológica de superioridad de Chuck, porque él consiguió saltar por encima de sus bien afinados sentidos y darle una palmada en el trasero.
–Pero nunca dejas caer la bola entre las sábanas, ¿verdad?
Antes de poder darle un codazo, él se apartó riéndose de su propia gracia y ella se contentó con maldecir para sus adentros y prometerse que algún día le haría pagar a Chuck cada comentario lascivo y sexista. Llevaba dos meses trabajando para él y la lista crecía cada día. Aunque ya le habían advertido, por supuesto. Aquellos que se le enfrentaban, acababan en el último puesto de algún pueblo en medio de ninguna parte y los que no, ascendían como la espuma. Y Denise pretendía no sólo abrir las perladas puertas del paraíso,