De la noche al día. Arlene James

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De la noche al día - Arlene James Bianca

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      Morgan se puso a trabajar y enseguida fue evidente que sabía muy bien lo que estaba haciendo y le gustaba hacerlo. Para ella, cocinar era una tarea que prefería no hacer.

      Y los resultados merecieron la pena. Morgan sirvió tostadas de ajo, ensalada aliñada con vino tinto y especias y la cazuela de pollo al queso y Denise se encontró sonriendo por primera vez en varios días. Su sonrisa se transformó en un sonido de placer en cuanto probó el primer bocado.

      Morgan sonrió.

      –Bueno, ¿verdad? ¿Quieres la receta?

      –Sí, está bueno, pero no, no quiero la receta.

      –No te gusta cocinar, ¿eh?

      Ella se encogió de hombros.

      –No tengo tiempo.

      –Ya sé lo que quieres decir. Yo siempre he disfrutado de la cocina, pero me enganché tanto en la carrera corporativa que cosas como cocinar y todo lo que me gustaba, quedaron apartadas a un lado.

      –Pero si disfrutabas de tu carrera…

      –No. Bueno, tenía sus momentos. Me enganché a la excitación de ganar hasta que un día se me ocurrió que si yo siempre ganaba, alguien tendría que perder. Empecé a preguntarme por qué no se podría empatar a veces y me dijeron en términos tajantes que había perdido mi toque, que el negocio era lo único que importaba y me lancé otra vez a muerte.

      Morgan siguió comiendo, pero ella no pudo evitar sentir que había dejado la historia inconclusa.

      –¿Y qué pasó? –preguntó irritada cuando se tomó su tiempo en masticar y tragar

      –Lo que pasó es que mi mujer insistió en que fuera a un psicólogo. No podía entender por qué yo era infeliz y estaba convencida de que el problema estaba en mi cabeza.

      –¿Y?

      –Y el psicólogo tenía una mente muy abierta. Sólo hicieron falta unas pocas sesiones para que los dos comprendiéramos que había estado años intentando encajar en el molde de otra persona.

      Denise no pudo evitar una oleada de resentimiento.

      –Todo era culpa de la esposa, supongo.

      –No, era mi propia culpa. Debería haberme aferrado a mis valores y principios, pero quería hacerla feliz. No comprendía que el amor mutuo y verdadero significa aceptación. Con el tiempo, comprendimos los dos que ya no nos amábamos. A mí me sedujo su sofisticación al principio y lo que a ella le atrajo de mí fue mi disposición de dejarla moldearme en lo que ella esperaba que fuera su marido. Cuando ya no me seducía ni estaba dispuesta a dejarme…

      –El matrimonio se rompió.

      Él asintió y apoyó los dos codos sobe la mesa.

      –¿Y qué hay de ti?

      –¿De mí?

      –¿Has estado casada alguna vez?

      Ella pensó en decirle que no era asunto suyo, pero después de su confidencia, no le pareció justo.

      –Sí, lo estuve.

      –¿Divorciada?

      –Sí.

      –Supongo que no querrás contarme por qué.

      Denise supo que la decepción en su voz tenía menos que ver con la curiosidad que con el hecho de que la confianza no fuera recíproca.

      –Me quedé embarazada.

      –Yo hubiera creído que quedarse embarazada es una razón para casarse, no para divorciarse.

      La antigua amargura la embargó y continuó con sarcasmo.

      –Así es como suele ser, pero no con mi «ex».

      –Me temo que no lo entiendo.

      Ella abandonó toda intención de comer y se reclinó contra el respaldo alzando la mirada hacia él.

      –Nos casamos nada más acabar la universidad, los dos números uno y los dos ansioso por triunfar. Íbamos a comernos el mundo de los negocios. Nunca habíamos hablado de niños. Supongo que pensábamos comernos el mundo empresarial y después dedicarnos a la paternidad. Entonces pillé una terrible sinusitis y al médico se le olvidó decirme que aquellos antibióticos podían dejar sin efecto a la píldora. Al principio no podía creer que me hubiera quedado embarazada, pero en cuanto superé la conmoción, el instinto maternal empezó a funcionar, ¿lo entiendes?

      –Sí. Yo también tengo un hijo.

      Ella sonrió.

      –Me alegro. Deseaba, bueno, en aquella época pensaba que sólo con que Derek se alegrara, todo sería maravilloso.

      –Pero Derek no se alegró.

      –Derek me dio la opción del aborto o el divorcio.

      –Y le elegiste el divorcio.

      –Elegí tener a mi hijo aunque significara tenerlo sola.

      –O sea que también tienes un hijo.

      –Lo tenía.

      Un segundo más tarde, Morgan hizo lo que nadie había hecho nunca antes. Se levantó de su silla, rodeó la mesa, se arrodilló a su lado y le tomó las manos entre las suyas diciendo con suavidad:

      –Lo siento mucho. ¿Quieres hablarme de él?

      Capítulo 2

      DENISE agarró el bolígrafo para escribir su nombre en la línea apropiada y a mitad del apellido se olvidó de lo que estaba haciendo. Su mente voló al instante en que él se había arrodillado delante de ella con los ojos tan cálidos y cargados de comprensión que parecieron fundir algo profundamente helado en su interior. No podía creer que, con las lágrimas rodándole por las mejillas, hubiera empezado a contarle el accidente, lo que se resentía, incluso ahora, de que los otros chicos hubieran sobrevivido y su hijo hubiera muerto en el acto. No se lo había contado a ningún ser humano hasta ese momento porque había sentido mucha vergüenza de su primera reacción. Ahora se preguntaba si cualquiera que no hubiera sido Morgan hubiera aceptado una confesión así sin juzgarla y la idea de que pudiera ser tan único le aterrorizó tanto que las manos le temblaron.

      –¿Le pasa algo, señorita Jenkins?

      La voz de preocupación de su secretaria le devolvió al presente.

      –¿Se encuentra bien?

      El color empezó a subirle a las mejillas, pero agarró el bolígrafo y disimuló.

      –Nada. Sólo un calambre en el dedo. ¿Algo más, Betty?

      –Recordarle su reunión con el señor Dayton.

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