De la noche al día. Arlene James
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–¡Eh! Me alegro de verte. ¡Pasa! –Morgan se retiró de la puerta para dejarla entrar–. Dios, ¡Qué día tan precioso hace ahí fuera!, ¿verdad? Me encanta este tiempo del año. Las hojas empezarán a ponerse amarillas enseguida. Los días son perfectos y las noches lo bastante frescas como para encender un fuego. ¿Qué más se puede pedir?
–¡Nada!
Denise alzó las manos en un gesto tan frívolo que se avergonzó al instante. Morgan compuso su cara cuadrada e indicó la primera habitación que salía del recibidor.
–Vamos a sentarnos y me cuentas lo que va mal.
Denise miró a su alrededor. El recibidor era todo de madera pulida, latón y unas escaleras serpenteantes de mármol y barandilla de madera. Un enorme espejo, enmarcado en pesada madera ornamentada colgaba de una pared y enfrente un antiguo árbol perchero. Entre ellos, un pequeño candelabro de latón con cerámica colgaba del techo.
Denise siguió a Morgan al salón. Él le indicó un sofá y se sentó él mismo en la mecedora de enfrente apoyando los brazos sobre las rodillas. Denise cruzó los tobillos y las manos en el regazo con el corazón acelerado.
–De acuerdo. ¿Qué va mal?
Ella esbozó una sonrisa con voz falsamente brillante.
–No va nada mal. Sólo pensé que podías unirte a mí y a otra gente para cenar el viernes… por la noche. En la posada de Ozark Springs.
–¿El viernes por la noche?
–Ya sé que es un poco tarde, pero prometí llevar a un… amigo. Sinceramente, Morgan, te agradecería tanto que pudieras venir…
–De acuerdo. Ahora, ¿cuál es el resto de la historia?
Sin aliento por el alivio, Denise se reclinó contra el respaldo y cerró los ojos.
–No puedes imaginar lo mucho que te agradezco…
–Simplemente dime lo que ocurre.
Ella se incorporó de nuevo pensando que después de todo, saldría todo bien.
–Lo cierto es que no necesito tanto una cita como un novio. Oh, no es que quiera uno, es sólo que… bueno, mi jefe está en una edad problemática, por decirlo de forma educada. De hecho, si estuviera deseando acabar con mi carrera, podría denunciarlo por acoso sexual, pero he pensado que lo más justo será conseguir el ascenso a pesar de él, quizá sobre él y entonces le haré pagar… bueno, ya me entiendes.
Denise lanzó una carcajada esperando que él la imitara, pero Morgan estaba mortalmente serio.
–O sea que tu jefe estará en la cena.
–Sí. ¡Y gracias a Dios que eso es todo! Tuvo el valor de intentar que me quedar a pasar la noche en la posada, que es por lo que le dije que ya tenía planes.
–Ya. ¿Y de quién fue la idea del novio?
–De él, la verdad. Sacó esa conclusión y yo dejé que se lo creyera. Entonces insistió en que llevara a mi novio a cenar. Sólo que no conozco a nadie más para pedirle que aparente ser mi novio. ¿Lo entiendes?
Él sonrió entonces.
–Claro. Ningún problema.
Ella suspiró y se llevó la mano al pecho.
–No sé cómo agradecértelo.
–¡Eh, no es para tanto! Me gusta la posada de Ozark Springs.
–¡Qué bien! Yo nunca he estado allí, pero ahora lo estoy deseando. Ah, tengo que avisarte que es fundamentalmente una cena de negocios. Tenemos un nuevo minorista y el representante de la empresa cenará con nosotros.
–¿Entones seremos sólo los cuatro ?
Denise puso un gesto de desagrado.
–Parece ser que Chuck nunca lleva a su esposa a esas cenas. Chuck es mi jefe.
Morgan asintió.
–Tiene sentido. Sin duda, la pequeña esposa estropearía su estilo.
–Sin duda. Ah, una cosa más. Creo que Chuck planea algo. Cuando insistió en que llevara a mi novio, tenía cierto brillo en los ojos, que creo que se guarda un as en la manga. No te sorprendas si dice o hace algo extraño.
–¿Algo como para echar a un novio de verdad?
–Eso es lo que yo imagino.
–Sin problema.
–¿Estás seguro?
–Conozco a los tiburones como Chuck. No te preocupes. Confía en mí.
Curiosamente ella lo hizo.
–Te estaré eternamente agradecida.
–¡Eh! ¿Para qué son los amigos? –se frotó las manos con aquel gesto exuberante suyo–. Ahora, ¿puedo invitarte a una copa?
–Oh, no, gracias. No suelo beber más de un vaso de vino con la cena. Se me sube directamente a la cabeza.
–Entonces haces bien en evitarlo.
–Sí. Bueno, será mejor que me vaya. Smithson querrá su cena.
–Hablando de cena –Morgan se levantó al mismo tiempo que ella–. ¿A qué hora será la del viernes?
–No lo sé seguro. Las reservas son para las siete y media, pero no sé lo que se tarda en llegar hasta allí.
–Es un paseíto. Como cuarenta y cinco minutos. ¿Qué te parece si te recojo a las siete menos cuarto?
–¡Oh, no hace falta que me recojas!
–Bobadas. ¿Cómo iba a parecer que soy tu novio si nos reunimos allí?
–Sí, supongo que tienes razón. Podemos llevar mi coche, si quieres.
–No. Sacaré el viejo Mercedes del garaje. Le sentará bien que lo use algo.
–Si estás seguro, de acuerdo.
–Será un placer.
Denise se dio la vuelta y salió al recibidor.
–Tú ya has estado en la posada antes. ¿Qué debo ponerme? ¿Será demasiado un vestido de cóctel?
–No, estará bien. Supongo que la intención de la cena es impresionar al cliente, por decirlo de alguna manera.
–Sí.