De la noche al día. Arlene James
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Betty había estado recogiendo documentos de su mesa y el repentino cese de los movimientos de la eficaz secretaria alertó a Denise. Alzó la vista para encontrar la expresión de sorpresa de Betty antes de que la ocultara.
–Bueno, le iban a operar de anginas, ¿no?
–Sí, señora. Es sólo que… Gracias. Muchas gracias.
Denise la despidió con el ceño fruncido sin saber qué le irritaba más, que su secretaria pensara que no se enteraba de nada de lo que se comentaba en la oficina o su sorpresa de que ella demostrara un ápice de compasión.
Sin embargo, tenía que reconocer que no era muy propio de ella hacer comentarios personales. Sabiendo que Betty debía estar pensando lo mismo que ella, salió de su despacho encogiéndose de hombros.
Para cuando llegó al impresionante despacho de Chuck, el temor se había transformado en potente desagrado. Nunca le había gustado Chuck, pero las preferencias personales nunca habían jugado un papel en su carrera. ¿Qué diferencia había si el jefe o el subordinado era un gañán o un aburrido? ¿O que fuera un príncipe azul? Lo único que importaba al final en el mundo empresarial era el rendimiento. Punto. Pero aún así, no se podía quitar la aprensión.
Sabía que Chuck estaba a punto de dar un paso hacia ella. No sería el primero que había tenido que sortear ni el último. Denise consideraba aquellas situaciones desagradables como mera parte del trabajo. Venía con el territorio, por decirlo así, al ser una mujer en un mundo masculino. Era sólo un obstáculo más que no dejaría que se interpusiera entre ella y el éxito.
Pensarlo le sirvió de cierta ayuda, así que se cuadró mentalmente de hombros, saludó con la cabeza a la joven secretaria de Chuck y entró en la madriguera del león.
El «león» alzó la vista y esbozó una sonrisa radiante.
–¡Eh, Dennis, entra!
Denise trató de hacer sus movimientos fluidos al acercarse a la mesa. No había ninguna silla frente al escritorio. Para Chuck, ningún subordinado se sentaba delante de él mientras que a los superiores los acomodaba en la agradable zona de estar de la suite frente al ventanal.
Denise se cruzó de brazos.
–¿Quería verme?
Él le dirigió una mirada de superioridad y siguió leyendo sus papeles sólo para demostrar quién era el jefe. Cuando le pareció que ya la había tenido esperando suficiente tiempo, alzó la vista y sonrió.
–Tienes muy buen aspecto hoy.
Ella dejó pasar el cumplido sin comentarios y él se reclinó contra el respaldo disfrutando a sus expensas.
–¿Sabes? Realmente tienes que relajarte. Esa pose de reina del hielo es buena para los inferiores. Los mantiene en su sitio. Pero los de arriba estamos acostumbrados a vivir al sol. Nos gusta un poco de calor de vez en cuando y estoy seguro de que entiendes lo que quiero decir.
–¿Para qué quería verme?
Chuck frunció el ceño, se inclinó hacia adelante de nuevo y empezó con los detalles.
–Es acerca del nuevo minorista. He invitado a su representante a cenar el viernes en la posada de Ozark Springs. ¿Has estado allí ya?
–No.
–Bueno, pues es tu oportunidad de disfrutar de algunos lujos a expensas de la compañía. Creo que podré reservar alojamiento para una noche para ambos.
A Denise se le revolvió el estómago.
–Su esposa debería disfrutarlo.
–Mi mujer está acostumbrada a que el trabajo me retenga más de un día.
Chuck sonrió con gesto de picardía.
Denise hizo lo que pudo para no abrir la boca. En vez de eso, se obligó a sonreír y se pasó una mano por la frente.
–¡Vaya! Me gustaría que me hubiera avisado con más tiempo –dijo pensando con frenesí–. El viernes es… pasado mañana y yo… bueno, ya había hecho planes.
La sonrisa de su jefe desapareció.
–¿Qué tipo de planes?
–Planes personales.
Él contrajo el gesto.
–¿Una cita? ¿Me estás diciendo que tienes novio?
Lanzó un sonido como si tener novio fuera una enfermedad. Un novio estropearía sus cuidadosos planes diseñados para seducirla. Y además, Chuck no se tomaría la molestia de asegurarse que ella deseaba estar con él. Era más probable que se lo exigiera. Sí, definitivamente, un novio era necesario.
–Sí, lo cierto es que tengo novio.
–Bueno, pues el trabajo tendrá que tener prioridad. Si no lo sabe ya, tendrá que aprender.
–Lo sabe.
–Entonces, cancela tus planes.
–Ah, no.
–¡Jenkins! Esto es tu trabajo. ¡Quiero que vayas a esa cena el viernes por la noche.
Ella se agarró a un clavo ardiendo.
–¿Cenar? Bueno, a cenar sí, eso podré arreglarlo si…
Chuck entrecerró los ojos soltando el aire como un cerdo truculento, pero Denise sabía que no debía infravalorarle.
–¿Lo llevas contigo? –sugirió él.
A Denise se le erizó el vello del cuello.
No tenía la más remota idea de lo que estaba planeando su jefe, pero no dudaba que se guardaba algún as en la manga. El Chuck que ella conocía no se tomaba con deportividad las negativas.
Pero él parecía haberse animado por la idea.
–¡Sí, sin duda! Llévalo contigo. Insisto. De verdad.
Ella se sintió como una rata en una trampa, pero si tenía que elegir, prefería hundirse con el barco a caer en las manos de Chuck para poder escapar. Con frialdad inclinó la cabeza aceptando su invitación.
Sólo cuando salió, comprendió que su pequeño plan tenía una fisura.
No tenía ninguna cita para el viernes, cuanto menos un novio.
Era, por supuesto, la solución obvia, no sólo porque fueran amigos, sino porque era el único hombre que conocía en todo el pueblo. Y además, tenía la sensación de que él no le fallaría. Lo que no tenía tan claro era que él no quisiera aprovecharse de la situación, pero tenía que arriesgarse. No le quedaba otro remedio. Temblando para sus adentros, se aclaró la garganta, inspiró profundamente y alzó la mano para llamar a la puerta.
Una