De la noche al día. Arlene James

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De la noche al día - Arlene James Bianca

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la cabeza y se desprendió de la banda de la frente.

      –No estás escuchando. No jugaremos más. Y si descubro que has vuelto a usar mi nombre para colarte en el gimnasio otra vez, te denunciaré.

      Morgan lanzó una carcajada.

      –Hazlo, pero eso es escapar de la pregunta, ¿verdad?

      –¿Qué pregunta?

      –¿Ha sido entrenamiento o pura suerte?

      Ella le apuntó con un dedo firme.

      –Te he ganado en justicia.

      –De acuerdo, pero, ¿puedes conseguirlo de nuevo?

      Ella se puso en cuclillas de nuevo balanceando su peso con facilidad.

      –No lo entiendes, ¿verdad? Tú y yo no somos un par de amigos jugando una partidita. Somos casero e inquilina y nada más.

      –Eso se puede corregir con facilidad. Te invito a cenar.

      Denise puso una expresión completamente rígida antes de levantarse de nuevo.

      –No gracias.

      –Ah, vamos, Denise. ¿Qué tiene que hacer un chico para acercarse a ti?

      Ella le dirigió una mirada de aburrimiento y se dio la vuelta.

      –No estoy de humor para salir con nadie por si te interesa. Mi trabajo me ocupa todo el tiempo.

      –Yo solía ser así.

      Morgan cruzó una pierna sobre la otra, pero sus palabras le picaron el interés lo suficiente como para echar un vistazo a sus espaldas.

      –¿Ah, sí? ¿Y qué pasó? ¿Perdiste el gran ascenso?

      Él sólo sonrió.

      –¿Por qué no vienes a cenar y lo averiguas?

      Ella siguió avanzando hacia la puerta.

      –Tengo suficiente con mi propia carrera, gracias. Ah, de paso –se dio la vuelta y le sonrió–. Tu perro tiene la mala costumbre de dejar olorosos regalos a mi puerta. ¿Podías hacer algo al respecto?

      Con eso cerró la puerta dejándolo débil y decepcionado. Y lo que era peor, descorazonado. Se había quedado sin ideas de como acceder a Denise Jenkins, sin ideas y sin oportunidad, parecía ser.

      Denise cerró la puerta del despacho de Chuck e inspiró con fuerza manteniendo la expresión impenetrable. No iba a mostrarle al resto del personal lo que la afectaba el viejo Chuck. De nuevo. Dios, le gustaría darle un puñetazo para quitarle aquella sonrisa de superioridad de su fea cara.

      «Pareces caliente hoy, cariño. Los más fríos en la sala de juntas son los más calientes en la habitación. Suavízalo y luego suelta la bomba».

      Denise cerró los ojos un instante temiendo lo que iba a hacer. Chuck estaba intentando hacerla su segundo de a bordo de insultándola en el proceso. Por cinco centavos podría denunciarlo por acoso sexual, pero entonces tendría que decir adiós a su carrera y había trabajado demasiado duro como para perder ahora.

      Cuadrándose de hombros, recorrió los interminables pasillos hasta llamar a una puerta abierta y esperar a que el joven de dentro alzara la vista y le sonriera.

      –¡Señorita Jenkins!

      –Ken, tengo que hablar contigo.

      –¡Claro! ¿Qué pasa?

      Denise no se permitió sonreír aunque el impulso de suavizar la bomba era muy fuerte.

      –Aquí no. Reúnete conmigo en mi despacho en cinco minutos.

      Denise vio como le cambiaba la cara e intentó no pensar que Ken Walters era un joven casado con un bebé. Según Chuck, ese era el problema. Ken no estaba poniendo toda la carne en el asador. Sus preocupaciones familiares interferían con su carrera. No le importaba que el niño hubiera nacido prematuro y tuviera una lesión cardiaca. Era evidente que Ken no estaba haciendo buenas ventas, pero era comprensible dadas las circunstancias. Y las ventas era lo único que importaba en aquella empresa. Si dependiera de ella, le hubiera transferido a un puesto menos estresante, pero no dependía de ella. Entró en su oficina resuelta a hacer lo que pudiera por Walters.

      Él apenas le dio tiempo a descolgar el teléfono y entró sin molestarse en anunciarse como si ya supiera lo que le esperaba. Denise no se anduvo por las ramas. Era evidente que él no quería.

      –Lo siento, Ken. Sé que es injusto, pero tengo que despedirte.

      Ken se puso pálido.

      –¡Maldita sea!

      Denise apretó el botón del interfono.

      –Betty, trae la carta en cuanto esté lista –se volvió hacia Walters–. Siéntate. Mi secretaria te está preparando una carta de recomendación y me he tomado la libertad de concertarte una entrevista con un conocido mío en Rogers –sonrió–. No creí que te importara.

      Empujó un papel hacia él donde había anotado todos los detalles intentando ignorar la sorpresa de su cara. Ken tardó una eternidad en leer la hoja.

      Denise se aclaró la garganta.

      –Ya sé que el seguro será un problema por los problemas de salud de tu bebé, pero lo he tenido en cuenta. Da la casualidad de las dos compañías utilizan el mismo seguro y haré lo que pueda para que te cubran por completo –por primera vez sonrió con ganas–. Simplemente no estropees la entrevista, ¿entendido?

      Ken dobló el papel y lo guardó antes de mirarla a los ojos.

      –Es una vergüenza que nadie de aquí sepa lo buena persona que eres. Debes haber trabajado muy duro para ocultarlo.

      Ella tragó para pasar el nudo que tenía en la garganta.

      –Te agradecería que no mencionaras esto a nadie.

      –Ken se levantó.

      –No te preocupes. No te desenmascararé.

      Ella sonrió con indulgencia.

      –Si te das prisa te dará tiempo a recoger las cosas de tu despacho y a llegar puntual a la entrevista!

      –No sé como darte las gracias. Dios sabe que prefiero decirle a mi mujer que he cambiado de trabajo a llegar con la noticia de que me han despedido.

      Denise alzó una mano en señal de advertencia.

      –No está conseguido todavía. Podrías estropear esto si no vas con la actitud adecuada.

      Ken lanzó una carcajada.

      –Soy un vendedor y bueno. Han sido unos meses duros, pero estoy dispuesto a subir a la cima de nuevo. De hecho, no había tenido esta euforia desde que salí de la universidad. Quizá este cambio es justo lo que necesitaba. Recogeré la carta al salir.

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