Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas

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Colección de Alejandro Dumas - Alejandro Dumas

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mes de octubre, y la oscuridad era total. De pronto, el chirrido de una puerta que gira sobre sus goznes me hizo temblar; un globo de fuego apareció encima de la abertura guarnecida de vidrios del techo arrojando una viva luz en mi habitación y vislumbré con terror que un hombre estaba de pie a algunos pasos de mí. Una mesa con dos cubiertos, con una cena totalmente preparada, se había alzado como por magia en medio del cuarto. Aquel hombre era el que me perseguía desde hacía un año, el que había jurado mi deshonor y el que, a las primeras palabras que salieron de su boca, me hizo comprender que lo había cumplido la noche anterior.

      -¡Infame! - murmuró Felton.

      -¡Oh, sí, infame! - exclamó Milady viendo el interés que el joven oficial, cuya alma parecía suspendida de sus labios, se tomaba en este extraño relato-. ¡Oh, sí, infame! Había creído que le bastaba con haber triunfado de mí en mi sueño para que todo estuviese dicho; venía esperando que yo aceptaría mi vergüenza, puesto que mi vergüenza estaba consumada; venía a ofrecerme su fortuna a cambio de mi amor. Todo cuanto el corazón de una mujer puede contener de soberbio desprecio y de palabras desdeñosas lo arrojé sobre aquel hombre; sin duda estaba habituado a reproches semejantes porque me escuchó tranquilo, sonriente y con los brazos cruzados sobre el pecho; luego, cuando creyó que yo había dicho todo, se adelantó hacia mí: yo salté hacia la mesa, cogí un cuchillo y lo apoyé sobre mi pecho. «Dad un paso más - le dije - y además de mi deshonor tendréis también mi muerte que reprocharos.» Sin duda, en mi mirada, en mi voz, en toda mi persona había esa verdad de gesto, de ademán y de acento que lleva la convicción a las almas más perversas, porque se detuvo. «¡Vuestro amor! - me dijo-. ¡Oh, no! Sois una amante encantadora para que consienta en perderos así, después de haber tenido la dicha de poseeros, una sola vez solamente. ¡Adiós, hermosa! Esperaré para volver a visitaros a que estéis en mejores disposiciones.>» Tras estas palabras, silbó; el globo de llama que iluminaba mi habitación subió y desapareció; volví a encontrarme en la oscuridad. El mismo ruido de una puerta que se abre y se cierra se reprodujo un instante después, el globo resplandeciente descendió de nuevo y volví a encontrarme sola. Aquel momento fue horrible; si aún tenía algunas dudas sobre mi desdicha, esas dudas se habían desvanecido en una desesperante realidad: estaba en poder de un hombre al que no sólo detestaba sino al que despreciaba; un hombre capaz de todo y que ya me había dado una prueba fatal de a lo que podía atreverse.

      -Mas ¿quién era ese hombre? - preguntó Felton.

      -Pasé la noche en una silla, estremeciéndome al menor ruido; porque a media noche más o menos, la lámpara se había apagado, y yo ya me había vuelto a encontrar en la oscuridad. Mas la noche pasó sin nuevas tentativas de mi perseguidor. Llegó el día, la mesa había desaparecido; sólo que yo tenía aún el cuchillo en la mano. Aquel cuchillo era toda mi esperanza. Yo estaba rota de fatiga; el insomnio quemaba mis ojos; no me había atrevido a dormir ni un solo instante: el día me tranquilizó, fui a echarme sobre mi cama sin abandonar el cuchillo liberador que oculté bajo mi almohada. Cuando me desperté, una nueva mesa estaba servida. Esta vez, pese a mis terrores, a pesar de mis angustias, se hizo sentir un hambre devoradora; hacía cuarenta y ocho horas que no había tomado ningún alimento: comí pan y algunas frutas; luego, acordándome del narcótico mezclado al agua que había bebido, no toqué la que estaba en la mesa y fui a llenar mi vaso en una fuente de mármol adosada al muro, encima de mi lavabo. Sin embargo, pese a esta precaución, no permanecí menos tiempo en una angustia horrorosa; pero mis temores no estaban fundados esta vez: pasé la jornada sin experimentar nada que se pareciese a lo que temía. Había tenido la precaución de vaciar a medias la jarra para que no se dieran cuenta de mi desconfianza. Llegó la noche, y con ella la oscuridad; sin embargo, por profunda que fuese, mis ojos comenzaban a habituarse a ella; vi en medio de las tinieblas hundirse la mesa en el suelo; un cuarto de hora después reapareció con mi cena; un instante después, gracias a la misma lámpara, mi habitación se iluminó de nuevo. Estaba resuelta a no comer más que objetos a los que fuera imposible mezclar ningún somnífero: dos huevos y algunas frutas compusieron mi comida; luego fui a tomar un vaso de agua de mi fuente protectora y lo bebí. A los primeros sorbos, me pareció que no tenía el mismo gusto que por la mañana: una sospecha rápida se apoderó de mí, me detuve, pero ya había tragado medio vaso. Tiré el resto con horror, y esperé, con el sudor del espanto en la frente. Sin duda, algún invisible testigo me había visto tomar el agua de aquella fuente, y había aprovechado mi confianza para asegurar mejor mi pérdida tan fríamente resuelta, tan cruelmente perseguida. No había transcurrido media hora cuando se produjeron los mismos síntomas; sólo que como aquella vez no había bebido más que medio vaso de agua, luché más tiempo, y en lugar de dormirme completamente, caí en un estado de somnolencia que me dejaba sentir lo que pasaba en torno mío, a la vez que me quitaba la fuerza de defenderme o de huir. Me arrastré hacia mi cama, para buscar allí la única defensa que me quedaba, mi cuchillo salvador; pero no pude llegar hasta la cabecera: caí de rodillas, con las manos aferradas a una de las columnas del pie; entonces comprendí que estaba perdida.

      Felton palideció horrorosamente, y un estremecimiento convulsivo corrió por todo su cuerpo.

      -Y lo que era más horroroso - continuó Milady con la voz alterada como si hubiera experimentado aún la misma angustia que en aquel momento terrible - es que aquella vez yo tenía conciencia del peligro que me amenazaba; es que mi alma, puedo decirlo, velaba en mi cuerpo adormecido; es que yo veía, es que oía; es cierto que todo aquello era como un sueño, pero no por ello menos espantoso. Vi la lámpara que ascendía y que poco a poco me dejaba en la oscuridad; luego oí el chirrido tan bien conocido de aquella puerta, aunque aquella puerta sólo se hubiera abierto dos veces. Sentí instintivamente que alguien se acercaba a mí; dicen que el desgraciado perdido en los desiertos de América siente de este modo la cercanía de la serpiente. Quería hacer un esfuerzo, trataba de gritar; gracias a una increíble energía de voluntad me levanté, para volver a caer al punto… y volver a caer en los brazos de mi perseguidor.

      -Decidme, pues, ¿quién era ese hombre? - exclamó el joven oficial.

      Milady vio de una sola mirada todo el sufrimiento que inspiraba a Felton, sopesándolo en cada detalle de su relato; pero no quería hacerle gracia de ninguna tortura. Con mayor profundidad le rompería el corazón, con mayor seguridad la vengaría. Ella continuó, pues, como si no hubiera oído su exclamación, o como si hubiera pensado que no había llegado aún el momento de responder a ella.

      -Sólo que aquella vez el infame tenía que habérselas no ya con una especie de cadáver inerte, sin ningún sentimiento. Ya os lo he dicho: aunque no conseguía recuperar el ejercicio completo de mis facultades, me quedaba el sentimiento de mi peligro: luchaba, pues, con todas mis fuerzas, y, sin duda, pese a lo debilitada que estaba, oponía una larga resistencia, porque lo oí exclamar: «¡Estas miserables puritanas! Sabía que cansan a sus verdugos, pero las creía menos fuertes contra sus seductores.» ¡Ay! Aquella resistencia desesperada no podía durar mucho tiempo, sentí que mis fuerzas se agotaban; y esta vez no fue de mi sueño de lo que el cobarde se aprovechó, fue de mi desvanecimiento.

      Felton escuchaba sin hacer oír otra cosa que una especie de rugido sordo; sólo el sudor corría sobre su frente de mármol, y su mano oculta bajo su uniforme desgarraba su pecho.

      -Mi primer movimiento al volver en mí fue buscar bajo mi almohada aquel cuchillo que no había podido alcanzar; si no había servido para la defensa podía servir al menos para la expiación. Pero al coger aquel cuchillo, Felton, me vino una idea terrible. He jurado decíroslo todo y os lo diré todo; os he prometido la verdad, la diré aunque me pierda.

      -Os vino la idea de vengaros de aquel hombre, ¿no es eso? - exclamó Felton.

      -¡Pues, sí! - dijo Milady-. Aquella idea no era de cristiana, lo sé; sin duda ese eterno enemigo de nuestra alma, ese león que ruge sin cesar en torno de nosotros la soplaba a mi espíritu. En fin, ¿qué puedo deciros Felton? - continuó Milady con el tono de una mujer que se acusa de un crimen-. Me vino esa idea y sin duda ya no

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