Lady Aurora. Claudia Velasco
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–Hugh, querido, ¿puedes dejarnos a solas?
La duquesa forzó una sonrisa y el duque, aliviado, abandonó la habitación muy de prisa. Aurora lo observó salir en silencio y luego se giró hacia su tía, que la estaba mirando con un desprecio tal que sintió un escalofrío por toda la columna vertebral. Sin embargo, no se movió y esperó con calma a escuchar lo que le tuviera que decir.
–Salid todas de aquí, necesito hablar con esta muchacha a solas.
–Claro, excelencia –la modista y la doncella se esfumaron y lady Frances se le acercó con mucho ímpetu.
–Te recogí en mi casa cuando eras una cría de trece años que se había quedado sola en el mundo. Mi esposo adoraba al cabeza loca de tu padre y, aunque yo apenas te conocía, te di un techo, ropa y comida. Has crecido con mis hijos, hemos cuidado de ti y soportado tus rarezas, así que ahora vas a mostrar un poco de agradecimiento y vas a aceptar el marido que he elegido para ti sin rechistar, sin una réplica, y te vas a largar de una maldita vez de mi casa.
–Milady… –saltó al escuchar el improperio y ella se le puso muy cerca al notar que se aferraba a la pulsera de seda que llevaba en la muñeca derecha.
–¿Qué es eso?
–Una pulsera, milady.
–Eso ya lo sé. ¿Quién te la ha dado?
–Charles… –susurró y cuadró los hombros–. Lord Charles Villiers, milady.
–¿Recibes regalos de hombres? ¿Quién eres? ¿Una cualquiera?
–Conozco a Char… a lord Villiers de toda la vida, es como un hermano, y me la ha traído de su gira por Italia, milady.
–¿No te habrá propuesto matrimonio también?
Sin querer se sonrojó y la duquesa estalló en un enfado monumental, agarró el primer jarrón que tenía a mano y lo estrelló contra el suelo.
–Escúchame, mocosa –la sujetó con fuerza por el codo y Aurora frunció el ceño e intentó zafarse, pero no pudo–. Un hijo del duque de Buckingham jamás, ¿me oyes?, jamás se casará con alguien como tú, la pobre huérfana del hijo menor de un duque, así que déjalo en paz y olvídate de él.
–Yo no…
–Su padre jamás lo consentirá.
–Charles no es el heredero –contestó más por orgullo que por otra cosa y su tía la señaló con el dedo.
–Es el segundo hijo del duque más poderoso de este país y ya tiene un compromiso apalabrado, así que aléjate de él o te mandaré a vivir a las Colonias.
–No tengo ningún interés en casarme con él, milady –se deshizo de su garra y cuadró los hombros.
–Eso espero, porque antes de que acabe el verano anunciaremos su compromiso con tu prima Rose.
Guardó silencio pensando en que Charles no soportaba a la pobre Rose más de diez minutos seguidos y su tía soltó una risa de satisfacción.
–Tendrán la boda más grande y ostentosa que Londres haya visto jamás, así que olvídate de tus fantasías y esta noche dame el nombre de tu futuro marido. Ya bastante he hecho gestionando estos asuntos por ti, que ni siquiera llevas mi sangre.
–Insisto, milady, es una decisión muy importante que no puedo tomar de forma tan precipitada, así pues, si usted…
–Tienes hasta esta noche, no pienso repetirlo.
–Tía Frances…
–Ya no eres una niña, eres una mujer, y no puedes seguir viviendo bajo el mismo techo que mis hijos. Sé que te persiguen, sé que coqueteas con ellos, que los buscas, y que cualquier día tendremos una desgracia porque, desde luego, niña, aunque te quedes embarazada, ninguno de ellos se casará contigo…
–¿Disculpe?
–Ya me has oído. Todo el mundo sabe lo que haces a mis espaldas.
–Yo jamás…
–¿Te atreves a llamarme embustera?
–No, milady, pero no puedo permitir que se me acuse de semejante falacia.
–La gente habla, nuestros amigos hablan, la servidumbre habla. Si no te casas ahora, te irás a la calle igualmente. No te quiero ya más por aquí.
–Muy bien, tía –cuadró los hombros con los ojos llenos de lágrimas, ofendida hasta lo más profundo de su ser, y Frances FitzRoy ni parpadeó–. Puedo marcharme esta misma noche.
–Hoy no, que es la fiesta de tu tío, pero mañana, a primera hora, Hanson tendrá preparado un carruaje para ti.
–Gracias, milady –le hizo una educada reverencia y se giró hacia la puerta, pero ella la siguió y le cortó el paso.
–Sola, sin una familia que te respalde, vas a terminar arruinada y mancillada en cualquier vereda. ¿No te crees tan lista?, ¿no eres la más inteligente de la familia?, pues piensa un poco y cásate. Esperaré tu decisión hasta la medianoche.
–Me iré con la familia de mi madre a Escocia, milady, y una vez allí decidiré lo mejor para mi futuro.
–¿Con esos plebeyos muertos de hambre? Te desplumarán y luego te echarán a la calle.
Aurora no le contestó, pero la miró desde su altura con toda la impotencia y la rabia que esa mujer solía provocarle y que llevaba años reprimiendo. Forzó una sonrisa, luego salió al pasillo contando hasta veinte, llegó a la escalera y bajó corriendo hacia los jardines, donde a esas horas ya se estaba sirviendo una cena fría con motivo del sesenta cumpleaños de su tío.
Buscó con los ojos a Mary, una de las doncellas de confianza de la casa, la agarró por el brazo y se la llevó hasta su dormitorio sin mediar palabra. La chiquilla se resistió un poco, pero cuando entraron en el cuarto y le ordenó sacar sus baúles, ella asintió entusiasmada y se puso manos a la obra con el equipaje. Parloteaba sobre la ropa, las joyas y los sirvientes de los invitados que llenaban esa semana la casa de campo de los FitzRoy en Amesbury, mansión propiedad de lady Francis, que había sido su valiosa aportación al matrimonio, y que era su máximo orgullo después del castillo que su marido tenía en Suffolk.
El condado de Grafton había sido creado el once de septiembre de 1675 por el rey Carlos II para su hijo ilegítimo, Henry FitzRoy, por lo tanto, era un título nobiliario relativamente nuevo, además, de oscura procedencia al ser ostentado por un hijo bastardo del rey. Pero su tía Francis solía presumir de alcurnia, de sangre y de propiedades, y lo reivindicaba todo organizando cacerías y semanas enteras de festejos para sus aristocráticos amigos, como esa misma semana, cuando el cumpleaños de su tío había motivado un despliegue tan grande de lujos y derroche que Aurora estaba deseando perderlos de vista.
–¡¿Qué haces?! –su prima Rose entró sin llamar y Aurora la miró, pero no dejó de doblar su ropa sobre la cama–. ¿Te marchas a alguna parte?
–Mañana