Educación, filosofía y política en la Argentina 1560-1960. Juan Carlos Pablo Ballesteros

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de Alberini es más importante aclararlo: es el de “colonial”. Existe una costumbre muy extendida en llamar así a este período en diversos ámbitos, como cuando hablamos (en nuestro territorio) de una “arquitectura” o “estilo” colonial. Esto es un error, porque, a diferencia de las posesiones inglesas de ultramar, que fueron efectivamente colonias, según la concepción estricta del término, los territorios americanos jurídicamente no fueron “colonias” de España, al punto de que quienes nacían en él gozaban de los mismos derechos que quienes lo hacían en Madrid o Salamanca. El historiador Ricardo Levene, en su obra Las Indias no eran colonias, escribe al respecto: “Se llama comúnmente el período colonial de la Historia Argentina a la época de la dominación española (dominación que es señorío o imperio que tiene sobre un territorio el que ejerce la soberanía), aceptándose y transmitiéndose por hábito aquella calificación de colonial, forma de caracterizar una etapa de nuestra historia, durante la cual estos dominios no fueron colonias o factorías, propiamente dichas.”9

      Las leyes de la Recopilación de Indias nunca hablaban de colonias, sostiene Levene, y en diversas prescripciones se establece expresamente que son provincias, reinos, señoríos, repúblicas o territorios de islas y tierra firme incorporados a la Corona de Castilla y León. La primera de esas leyes es de 1519, dictada para la Isla Española, antes de cumplirse treinta años del descubrimiento, y la de 1520, de carácter general, es para todas las Islas e Indias descubiertas y por descubrir (Recopilación de Leyes de Indias, Libro III, Título I, Ley 1).

      Hay, por último, una última observación sobre la periodización de Alberini. El paso de la filosofía imperante en el período hispánico (primer período) al pensamiento iluminista (segundo período) es, en filosofía, un paso demasiado grande, que por cierto no ocurrió de ese modo en Europa, en la que entre la escolástica (término en este caso bien entendido), que concluye prácticamente a fines del siglo XIV, le siguen los siglos XV y XVI, en el que se desarrolla la escolástica decadente al mismo tiempo que las ideas del Renacimiento. La filosofía moderna recién comienza en el siglo XVII y el Iluminismo es propio del siglo XVIII.

      Además, creo que entre el primero y el segundo período señalados por Alberini habría que colocar una suerte de subperíodo, que explica el paso del primero al segundo. Lo denomino período ecléctico y está representado por una institución muy particular: el Real Colegio de San Carlos. En el Río de la Plata es principalmente Juan Baltazar Maziel (o Maciel) quien introduce el eclecticismo, cuyo centro es este colegio, que existió entre 1783 y poco antes de 1810.

      No obstante lo señalado anteriormente, la periodización de Alberini, a grandes rasgos, me es útil, con los cambios de denominación que realizaré, para establecer los distintos momentos de la educación en la Argentina en sus contextos filosóficos y políticos.

      Nuevamente hay que marcar la diferencia de nuestra situación con la del Perú y México, en los cuales los españoles se encuentran con una cultura indígena bastante desarrollada. Cuando se da el encuentro de dos culturas en distinto grado de desarrollo (la que traía España era en varios sentidos superior, pero sobre todo en el tecnológico) se da un proceso de interculturalización, donde se mezclan elementos de ambas, con la primacía de la superior. En cambio, cuando una cultura superior se encuentra con otra que está en un estado muy primitivo, la primera se impone casi de un modo completo sobre la otra. Tal es lo que ocurrió entre nosotros. Esto es lo que llevó a Alberdi en su obra Bases a sostener que entre nosotros todo es europeo: idioma, costumbres, vestimentas, etc. Y nuestro gran poeta Leopoldo Lugones (1874-1938) sostuvo que la Argentina “era un país joven con tres mil años de cultura”. Esto a primera vista parece contradictorio, pero Lugones está pensando que culturalmente somos herederos directos, a través de España, de la cultura de Grecia y Roma. Directos precisamente porque la cultura que trae el español a estas tierras tiene muy poco con qué mezclarse de la que podrían aportar algunos pueblos indígenas; apenas algunos términos de nuestra toponimia: Paraná, Iguazú, etc.; algunas costumbres, como tomar mate, el idioma guaraní circunscripto a las actuales provincias de Misiones y Corrientes y donde ya una minoría muy pequeña de la población lo conoce, etc. Por eso podría afirmarse que la Argentina, a diferencia de otros países del sur de América, en los que predomina lo indoamericano o lo afroamericano, es un país en el que predomina, hasta ahora, lo euroamericano.

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