La historia oculta. Marcelo Gullo

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La historia oculta - Marcelo Gullo

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era la justificación del presente a través de una historia tergiversada que respondiera a sus intereses y que les asegurase la perpetuación de su proyecto en el futuro. Es decir que las oscuridades y falsificaciones de nuestra historia no se deben al azar o a la ignorancia sino que respondieron a una estrategia deliberada, como se transparenta en una carta de Domingo F. Sarmiento enviada a Nicolás Avellaneda desde Nueva York, fechada el 16 de diciembre de 1865: “Necesito y espero que su bondad me procure una colección de tratados argentinos, hecha en tiempos de Rosas, en que están los tratados federales que los unitarios han suprimido después con aquella habilidad con que sabemos rehacer la historia”. O en la de Mitre a Vicente Fidel López, nuestros dos historiadores fundacionales: “Los dos, usted y yo, hemos tenido la misma predilección por las grandes figuras y las mismas repulsiones contra los bárbaros desorganizadores como Artigas, a quienes hemos enterrado históricamente”.

      Luego vendrían los “modernos”, acaudillados por Tulio Halperín Donghi, quienes fueron adaptando la historia oficial a nuevas épocas, incorporando tecnologías, copiando modas y cambiando de nombre, escribiendo los textos escolares y universitarios, sucesores de quienes bautizaron calles, avenidas y parques, compusieron canciones patrias, colgaron retratos en paredes de colegios y oficinas públicas, fijaron las fechas patrias. Con algunos ejes: el desmedro de los jefes populares, la exclusión de los humildes y las mujeres, la concepción de las circunstancias históricas como consecuencia de la voluntad de los “grandes hombres” y no el resultado de movimientos sociales en los que los sectores excluidos son siempre protagonistas.

      Alguien fue el autor de la difundida frase “la historia la escriben los que ganan”. Nada más cierto. Pero también vale la acuñada por un amigo ingenioso, “la historia la ganan los que la escriben”. Y eso lo sabían bien los que inventaron una Argentina a su medida, que escribieron profusamente, comenzando por Mitre que dejó una bibliografía abundantísima. Por eso es que quienes bregamos por una historia mejor dedicamos mucho de nuestro tiempo a libros, a programas de radio y televisión, a conferencias y seminarios. Y Gullo viene cumpliendo con esta premisa dando a luz excelente publicaciones.

      Contradiciendo a quienes desvalorizan la divulgación histórica, asoma aquí otra vez la cola de lo ideológico: o se hace de la historia un corpus elitista, exclusivo para conocedores de contraseñas, o se comparte su potencia esclarecedora con la gente, con el pueblo. A nosotros es esto lo que nos interesa. Este excelente y recomendable libro de Marcelo Gullo, razón por la que he accedido a prologarlo, es un avance importante en la consolidación de un corpus teórico que plantea con claridad, fundamentación y coraje una historia comprensible en consonancia con las visiones y los intereses de los sectores populares.

      Introducción

      Hace ya mucho tiempo, Raúl Scalabrini Ortiz, después de años de paciente investigación histórica –y atenta observación de la realidad–, dio a publicidad su célebre obra Política británica en el Río de la Plata en 1936. En ella se atrevió a develar el resorte oculto de la historia argentina. En efecto, siguiendo los hilos de las “marionetas” que en el Río de la Plata parecían ser grandes patriotas e ilustres estadistas, comprobó que todos esos hilos conducían a Londres.

      El de la Argentina, por supuesto, no era un caso aislado. El poder inglés ejercía su influencia urbi et orbi y así, por ejemplo, durante la guerra civil norteamericana Inglaterra jugó sus cartas a favor del sur para que Estados Unidos no pudiera completar su proceso de industrialización y se partiese definitivamente en dos o más Estados. Gran Bretaña aplicó en todas partes del mundo, con mayor o menor éxito, la política de dividir para reinar. Ciertamente, en la América española la política británica tuvo un éxito absoluto y sin igual, pero es importante remarcar que, para el logro de sus fines, Gran Bretaña utilizó siempre más su inteligencia que su fuerza. Por eso Scalabrini Ortiz afirma:

      Más influencia y territorios conquistó Inglaterra con su diplomacia que con sus tropas o sus flotas. Nosotros mismos, argentinos, somos un ejemplo irrefutable y doloroso. Supimos rechazar sus regimientos invasores, pero no supimos resistir la penetración económica y a su disgregación diplomática… La historia contemporánea es en gran parte la historia de las acciones originadas por la diplomacia inglesa. (Scalabrini Ortiz, 2001: 43)

      Luego, poniendo el dedo en la llaga, Scalabrini Ortiz advierte:

      El arma más temible que la diplomacia inglesa blande para dominar los pueblos es el soborno… Inglaterra no teme a los hombres inteligentes. Teme a los dirigentes probos. (45)

      Digamos al pasar que ese tipo de hombre, al que Inglaterra teme, ha sido demasiado escaso en la elite política argentina desde los tiempos de Mayo hasta nuestros días, y que este hecho facilitó la acción de la diplomacia británica en estas tierras. Acción que la mayoría de los historiadores argentinos en sus grandes obras –desde los tiempos del reinado de Bartolomé Mitre hasta la actualidad bajo el principado de Tulio Halperín Donghi– parecen ignorar o descartar de plano. Respecto de semejante omisión que hace imposible todo análisis serio, objetivo y científico de la historia argentina, Scalabrini Ortiz afirma:

      Si no tenemos presente la compulsión constante y astuta con que la diplomacia inglesa lleva a estos pueblos a los destinos prefijados en sus planes y los mantiene en ellos, las historias americanas y sus fenómenos sociales son narraciones absurdas en que los acontecimientos más graves explotan sin antecedentes y concluyen sin consecuencia. En ellas actúan arcángeles o demonios, pero no hombres… La historia oficial argentina es una obra de imaginación en que los hechos han sido consciente y deliberadamente deformados, falseados y concatenados de acuerdo con un plan preconcebido que tiende a disimular la obra de intriga cumplida por la diplomacia inglesa, promotora subterránea de los principales acontecimientos ocurridos en este continente. (46-47)

      Finalmente, Scalabrini Ortiz, para no perder tiempo en el examen de detalles innecesarios y superfluos e ir a la búsqueda de los datos que realmente tienen relevancia histórica, remarca como clave interpretativa:

      Para eludir la responsabilidad de los verdaderos instigadores, la historia argentina adopta ese aire de ficción en que los protagonistas se mueven sin relación a las duras realidades de esta vida. Las revoluciones se explican como simples explosiones pasionales y ocurren sin que nadie provea fondos, vituallas, municiones, armas, equipajes. El dinero no está presente en ellas, porque rastreando las huellas del dinero se puede llegar a descubrir los principales movilizadores revolucionarios. (48)

      Siguiendo, entonces, la senda interpretativa abierta por Raúl Scalabrini Ortiz, afirmamos que la historia de la Argentina –su historia real, no la historia oficial escrita por los vencedores de Caseros y sus hijos putativos– es, en gran medida, la historia del pueblo argentino en lucha por su liberación de la dominación británica.

      La historia que se nos oculta desde las usinas de la historia oficial –ayer liberal o mitrista-marxista y hoy, progresista– es que, a partir el Reglamento de Libre Comercio de 1778 impuesto por los Borbones, las tierras del virreinato del Río de la Plata, sin dejar de ser una colonia española –sometidas al imperialismo borbón– se fueron convirtiendo paulatinamente en una semicolonia inglesa. De manera insensible, sin dejar de ser formalmente parte del imperio español, nos fuimos convirtiendo en parte del británico.

      Conviene recordar que, en 1778, España era un reino desindustrializado mientras que Inglaterra era ya la fábrica del mundo y que, por lo tanto, de toda apertura económica realizada en cualquier parte de la tierra el primer beneficiario era, siempre, el Imperio Británico. Conviene recordar también que hasta 1778, mientras Buenos Aires vivía de la importación legal o ilegal de las manufacturas británicas, el resto del virreinato del Río de la Plata vivía de la producción industrial gozando, como sostiene José María Rosa, de un alto bienestar y de una situación laboral que, en términos actuales, denominaríamos “de pleno empleo”. Pero a partir de 1778 la paulatina introducción de las manufacturas británicas fue enriqueciendo

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