Tiempo para el amor. Anne Weale

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Tiempo para el amor - Anne Weale Bianca

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Neal.

      Cuando se volvió, se dijo a sí misma que, si tenía algo de sentido común, lo llamaría por la mañana para decirle que no podían cenar juntos.

      Ella necesitaba a un hombre en su vida. Lo llevaba necesitando desde hacía tiempo. Pero no a un hombre como Neal Kennedy.

      Por lo que ya sabía de él, por no mencionar todo lo que él aún no sabía de ella, no encajaban de ninguna de las maneras.

      Capítulo 2

      EN EL minibús y con un collar de flores de bienvenida alrededor del cuello, Sarah miró a la guía que había ido a recoger a los trece miembros del grupo.

      La guía se había presentado a sí misma como Sandy, un nombre bastante andrógino para alguien que tenía unas pocas características femeninas, pero cuya apariencia general y forma de comportarse era más masculina que femenina. Sarah, a la que generalmente la gente no le caía mal nada más verla, sintió una aversión instintiva por ella mientras la veía dándoles órdenes con un micrófono en la mano.

      Porque lo que estaba haciendo era darles órdenes. ¿De verdad que se imaginaba esa mujer que se iban a quedar con todo aquello mientras dormían? Habría sido más normal que les hubieran dado una hoja impresa, además de las que ya llevaban. Pero tal vez a Sandy le gustara el sonido de su propia voz y creía que así dejaba claro que ella era la jefa y que sería mejor que lo recordaran.

      Miró a sus compañeros y se le cayó el alma a los pies. Se había esperado un grupo vivaz de gente de todas las edades y sexos. Pero aún pensando que acababan de salir de un vuelo de trece horas y que no estaban en la mejor forma posible, sin excepciones, ese grupo era mayor, más fuera de forma y, para ser sinceros, mucho más aburrido de lo que se había imaginado.

      Cuando salieron del minibús, Sandy volvió a repasar quien era cada uno de ellos y les dijo quien era su compañero. La compañera de Sarah se llamaba Beatrice, una mujer delgada de unos sesenta años, de expresión amargada.

      La vista desde la ventana de su habitación la hizo sentirse más alegre. Más allá de los tejados de las casas se veía parte del anillo de montañas que rodeaba el valle de Kathmandú y, en segundo término, las montañas más altas.

      –No me puedo creer que, por fin, esté aquí –dijo soñadoramente.

      Como Beatrice no le respondió, miró por encima del hombro. Su compañera de habitación había empezado a deshacer el equipaje. La miró por un momento y le dijo:

      –Espero que sea usted una persona ordenada, señorita Anderson…

      ¡Empezaban bien!

      –Prefiero que me llamen Sarah. Voy a bajar un momento a ver si me tomo algo y la dejaré que se organice a su gusto. Como parece que sólo tenemos una llave, tal vez cuando termine quiera bajar a tomarse algo conmigo. La veré luego.

      A pesar de que la luz del día estaba ya desapareciendo, se tomó su bebida en la terraza del hotel. Aunque era de cinco estrellas, el hotel era un poco decepcionante, ya que su estilo era más bien internacional, en vez de nepalí. Se había esperado algo con más carácter.

      Se preguntó dónde se estaría quedando Neal y recordó la nota que él le había dado y que había pegado en la cubierta interior del cuaderno que iba a usar como diario de viaje.

      Le había escrito su nombre, el de su hotel y el número de teléfono.

      Hacía menos de una hora que ella había estado decidida a no verse más con él. Pero ahora había cambiado de opinión. Sí, como parecía, se iba a tener que ver las caras todos los días con Sandy y esa pandilla, una velada con Neal podría ser, por lo menos, interesante. Apenas pudo esperar al día siguiente para llamarlo.

      Poco después de las ocho, mientras Beatrice estaba abajo desayunando, lo llamó desde su habitación.

      –Soy Sarah, buenos días –le dijo cuando él respondió.

      –Buenos días. ¿Has pasado una buena noche?

      –No ha estado mal –mintió ella–. ¿Y tú?

      –Me desperté a las cuatro y me puse a leer. Mi cuerpo necesita un par de días para acostumbrarse al cambio de horario. ¿Podemos cenar esta noche?

      –Eso estaría muy bien.

      –Te recogeré a las seis y media. Antes iremos a tomar algo al Yak and Yeti.

      Sarah sabía por las guías que ése era el hotel más grande y mejor de Kathmandú, así que dijo dudosa:

      –No he traído nada apropiado.

      –No hay problema. Los ricos de la zona se visten formalmente, pero los escaladores y marchadores no lo hacen. Estarás magnífica con lo que sea.

      –Muy bien, si tú lo dices… Hasta luego.

      Cuando colgó, Sarah sintió de nuevo la excitación que había esperado sentir todos los días, en cada momento. Pero la conversación de la cena del día anterior, la del desayuno, y una noche con Beatrice, habían destruido sus esperanzas.

      Estaba en la recepción del hotel cuando Neal entró.

      Llevaba los mismos pantalones del día anterior, pero otra camisa. Llevaba al brazo un forro polar azul oscuro. Naomi también le había dejado a ella uno amarillo.

      Él tenía un aspecto completamente diferente de la gente de su grupo. Lo rodeaba un aura casi tangible de vitalidad y virilidad que sintió fuertemente cuando se acercó a ella.

      Cuando llegó a donde estaba, ella se puso en pie.

      –Lista y esperando –dijo él aprobándolo–. No me gusta nada esperar. ¿Nos vamos?

      Salieron por la puerta y Neal le dijo:

      –Nuestro transporte nos espera fuera del jardín. A la gente de estos hoteles de lujo no les gusta que los rickshaws anden dando vueltas por aquí. ¿Qué opinas de este sitio?

      –Yo no lo habría elegido. Una casa de huéspedes es más de mi estilo.

      Esa mañana, durante la visita por la ciudad guiada por Sandy, Sarah había visto muchos de esos rickshaws a pedales por el caótico tráfico. El conductor del que los estaba esperando era un hombre pequeño y delgado con el cabello gris que no parecía tener las fuerzas suficientes como para pedalear arrastrando a dos grandes europeos. Ella le sonrió y dijo:

      –Namaste.

      –Namaste, señora.

      Se montaron en ese artefacto y el conductor empezó a pedalear por entre el tráfico. Aquello era terrorífico y parecía que se fuera a desmontar en cualquier momento.

      De repente Neal le rodeó los hombros con un brazo y la hizo apretarse contra él.

      –Da miedo, ¿verdad? El tráfico está peor cada año.

      Así ella se sintió mucho más segura. No exactamente relajada, pero no insegura.

      Poco

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