Ravensong. La canción del cuervo. TJ Klune

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Ravensong. La canción del cuervo - TJ Klune

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tú?

      –No.

      No se volvió. La luz del porche brillaba débilmente sobre su cabeza afeitada. Inspiró profundo y sus hombros anchos se levantaron y cayeron. Me picaba la piel de las palmas.

      –Es raro, ¿no te parece?

      El mismo imbécil misterioso de siempre.

      –¿Qué cosa?

      –Te marchaste una vez. Y aquí estás, yéndote de nuevo.

      –Tú me dejaste primero –apunté, molesto.

      –Y volví tan seguido como pude.

      –No fue suficiente.

      Pero eso no era del todo cierto, ¿verdad? Ni de cerca. Aunque mi madre llevaba muerta mucho tiempo, su veneno seguía sonando en mis oídos: los lobos hicieron esto, los lobos se llevaron todo, siempre lo hacen porque esa es su naturaleza. “Mintieron”, me dijo. “Como siempre”.

      Lo dejó pasar.

      –Lo sé –respondió.

      –Esto no es… No estoy tratando de empezar nada aquí.

      –Nunca lo haces –podía oír la sonrisa en su voz.

      –Mark.

      –Gordo.

      –Vete a la mierda.

      Se volvió, por fin, tan apuesto como el día en que lo conocí, aunque yo era un niño y no había sabido lo que significaba. Era grande y fuerte, y sus ojos seguían siendo de ese azul helado, inteligentes y omniscientes. No tenía dudas de que podía sentir la furia y la pena que se agitaban en mí, por más que intentara bloquearlas. Los lazos entre nosotros estaban rotos desde hacía tiempo, pero aún quedaba algo allí, por más que me esforzara mucho en enterrarlo.

      Se pasó una mano por el rostro, los dedos desaparecieron en su barba. Recordaba cuando se la comenzó a dejar a los diecisiete, era una cosa desigual por la que lo había molestado sin cesar. Sentí una punzada en el pecho, pero ya estaba acostumbrado. No significaba nada. Ya no.

      Casi me convencía de ello.

      –Cuídate, ¿está bien? –dijo, dejando caer la mano. Sonrió con frialdad y se dirigió hacia la puerta de la casa Bennett.

      Y pensaba dejarlo ir. Iba a dejar que me pasara por al lado. Sería el fin. No volvería a verlo de nuevo hasta… hasta. Se quedaría aquí y yo me iría, al revés de lo que había ocurrido aquel día.

      Iba a dejarlo ir porque eso sería lo más fácil. Para todos los días que vendrían.

      Pero siempre había sido estúpido en todo lo relacionado a Mark Bennett.

      Estiré la mano y lo tomé del brazo antes de que pudiera dejarme.

      Se detuvo.

      Nos quedamos de pie, hombro con hombro. Yo me enfrentaba al camino que se extendía delante. Él se enfrentaba a todo lo que dejaríamos atrás.

      Esperó.

      Respiramos.

      –Esto no… No puedo…

      –No –susurró–. Supongo que no puedes.

      –Mark –logré escupir, luchando por encontrar algo, cualquier cosa que decirle–. Volverá… volveremos. ¿Está bien? Vamos a…

      –¿Es una promesa?

      –Sí.

      –Ya no creo más en tus promesas –declaró–. Hace mucho tiempo que no. Cuídate, Gordo. Cuida a mis sobrinos.

      Y luego entró a la casa y la puerta se cerró tras él.

      Bajé del porche sin mirar atrás.

      Estaba sentado en el taller que llevaba mi nombre, con un pedazo de papel sobre el escritorio frente a mí.

      Ellos no lo entenderían. Los quería, pero podían comportarse como idiotas. Tenía que decirles algo.

      Tomé un viejo bolígrafo barato y empecé a escribir.

      Tengo que irme por un tiempo. Tanner, quedas a cargo del taller. Asegúrate de enviar las ganancias al contador. Él se ocupará de los impuestos. Ox tiene acceso a todas las cosas bancarias, personales y del taller.

      Lo que necesites, se lo pides a él. Si necesitas contratar a alguien para ayudar con el trabajo, hazlo, pero no contrates a ningún imbécil. Hemos trabajado demasiado duro para llegar a donde estamos. Chris y Rico, manejen las operaciones diarias. No sé cuánto llevará esto, pero, por las dudas, cuídense entre ustedes. Ox los necesitará.

      No era suficiente.

      Nunca sería suficiente.

      Esperaba que pudieran perdonarme. Algún día.

      Tenía los dedos manchados de tinta y dejé manchones en el papel.

      Apagué las luces del taller.

      Me quedé de pie en la oscuridad un rato largo.

      Inhalé el olor a transpiración y a metal y a aceite.

      Aún no había amanecido cuando nos encontramos en la calle de tierra que llevaba hacia las casas al final del camino. Carter y Kelly estaban sentados en el todoterreno, observándome a través del parabrisas mientras caminaba hacia ellos con la mochila al hombro.

      Joe estaba de pie en la mitad de la calle. Tenía la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados y las fosas nasales dilatadas. Thomas me había dicho una vez que por ser un Alfa estaba en sintonía con todo lo que estaba en su territorio. Las personas. Los árboles. Los ciervos en el bosque, las plantas meciéndose en el viento. Era todo para un Alfa, una sensación de hogar profundamente arraigada que no se podía sentir en ningún otro lugar.

      Yo no era un Alfa. Ni siquiera era un lobo. Nunca quise serlo.

      Pero comprendí lo que quiso decir. Mi magia estaba tan arraigada a este lugar como él. Era diferente, pero no tanto como para que importara. Él lo sentía todo. Yo sentía el latido del corazón, el pulso del territorio que se extendía a nuestro alrededor.

      Green

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