El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia. Gerardo Barbosa Castillo

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El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia - Gerardo Barbosa Castillo

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deriva. El fin del conflicto, o al menos el de su expresión militar y armada, contempló el esclarecimiento y el conocimiento de la verdad de lo ocurrido, así como la aplicación de los demás componentes de la justicia transicional: justicia, reparación y garantía de no repetición2. Desde antes del Acuerdo y con mayor razón una vez se formalizó, diferentes grupos, organizaciones, instituciones e individuos han generado un debate político, mediático y también académico sobre cómo construir la tan anhelada verdad. De esta manera ha emergido la elaboración de la memoria histórica del conflicto como una de las posibles narraciones de lo ocurrido, involucrando diversas instituciones públicas y académicas, incluso a las Fuerzas Armadas, que han venido realizando avances en esta materia durante los últimos años.

      Respecto al debate mediático, se presentó un hecho que causó especial controversia. Se trató de la decisión del Ejecutivo, por medio del Decreto 502, del 27 de marzo de 2017, que modificó la conformación del Consejo Directivo del Centro Nacional de Memoria Histórica, incorporando en él al ministro de Defensa o a su delegado3. Frente a esto, diversos sectores expresaron su opinión, considerándolo, por un lado, un hecho necesario para enriquecer la verdad al contar con tan importante actor del conflicto; por otro, como una amenaza que puede conducir a una verdad oficial que priorice la narración de ciertos hechos sobre otros4, en pro de la institucionalidad. Otro debate asociado con este problema ha sido el vinculado con el carácter de la futura Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad5. Académicos como Mauricio Archila han insistido en la necesidad de ese órgano y su énfasis relacionado con esclarecer las tendencias y los procesos estructurales de la violencia en el país6. Alejandro Castillejo, por su parte, ha destacado que la comisión debe ir más allá de recoger una serie de relatos o enfrascarse en un debate académico. En ese sentido, su naturaleza debe aglutinar a los involucrados en el conflicto, además de las víctimas y, por tanto, resurge la reflexión sobre los alcances de dicha comisión y lo que de ella se derivará, aspectos que son discusión que no termina7.

      El recuerdo, la construcción de memoria, la referencia al pasado, la necesidad de observar el pretérito para comprender el presente son elementos esenciales y constitutivos del individuo y de la sociedad en la que habita. A lo largo de la historia han existido diversas manifestaciones, desde los relatos míticos primitivos que guardan cosmovisiones y nociones identitarias de distintos pueblos, en lo social; como los antiquísimos géneros de autobiografía, la hagiografía y biografía, en lo individual. En todos, la necesidad de preservar el recuerdo lleva a diversas estrategias para hacerlo y de ellas y su rigor historiográfico se deriva el sustento que pueda asignarle credibilidad, fortaleza, rigor, a una narración del pasado.

      En tiempos más recientes, la emergencia masiva de estudios sociales y humanísticos, así como políticos y culturales asociados con la preservación y el conocimiento del pasado, adquirió especial fuerza a partir de la época de postguerra y la caída de los regímenes totalitarios en diferentes lugares del planeta luego de la segunda mitad del siglo XX. En un primer momento, estos estudios estuvieron ligados especialmente a las experiencias del Holocausto judío, amparados en las nociones modernas de justicia y la naciente de derechos humanos. Con la puesta en marcha de la Organización de las Naciones Unidas, la dimensión de la memoria pasó a ser una de las preocupaciones fundamentales en cualquier conflicto a escala nacional o internacional en donde se vean amenazados los derechos humanos.

      Se podría afirmar, junto con Traverso, que “la memoria invade el espacio público de las sociedades occidentales: el pasado acompaña el presente y se instala en el imaginario colectivo” (Traverso, 2007, p. 13). Esta instalación de la memoria deja algunas reflexiones sobre la aproximación metodológica para su aprehensión porque las posibilidades del recuerdo y el relato son múltiples, diversas y hasta disímiles. Por ejemplo, la dinámica totalizante de las comisiones de la verdad, en las que, a la luz de Brants, se hace un uso de la historia en el que testimonio y memoria se centran en la “víctima”, lo cual conduce a desconocer ámbitos más amplios del conflicto, los partidos y grupos envueltos, las diferencias socioeconómicas pasadas y presentes y las relaciones de poder. Además, desde esta perspectiva, “el discurso sobre las violaciones a DD. HH. individuales enfocados en la víctima oscurece la historia de las acciones sociales y políticas, y la dimensión colectiva de la represión” (Brants, 2013, p. 43). De manera que perspectivas centradas en otros horizontes modifican sustancialmente el recuerdo que perdure del pasado. Así, escenarios y posibilidades de construcción de historia y memoria que en apariencia son simples y de fácil construcción, ofrecen más bien varios desafíos alrededor de la manera de hacerlo e incluso abarcan debates éticos sobre el qué recordar, por qué recordar o cómo recordar.

      En este artículo se realiza la aproximación a un balance crítico de las formas y los mecanismos que existen para construir reflexiones de memoria vinculadas al caso colombiano. Con ese objetivo, se adelantó una selección de investigaciones y relatos ligados con la memoria histórica y se organizaron en las siguientes tipologías: teórico-metodológico; memoria individual; memoria institucional y memorias construidas por la sociedad civil.

      El propósito perseguido es el de contribuir al debate sobre la construcción de memoria e historia del conflicto político, social y armado acontecido en Colombia, haciendo especial énfasis en las aplicaciones metodológicas que suponen para su conocimiento del tiempo pasado.

       I. DIMENSIONES METODOLÓGICAS DE LOS TIPOS DE MEMORIA

       A. Memoria individual 8

      Los trabajos recogidos en esta tipología son escritos a modo de relatos personales que no presentan en su confección –en su mayoría– una temporalidad causal o lineal. En cierta medida, corresponden a una narración literaria. Es importante tener en cuenta que estos esfuerzos individuales como fuentes del conflicto aportan para la comprensión de dimensiones desconocidas de ese proceso y no solo de las circunstancias personales: los comportamientos de los captores con las personas privadas de la libertad y sus relaciones mutuas; por ejemplo, los sistemas de valores de los guerrilleros observados por sus prisioneros; la capacidad de resiliencia de los cautivos y de la propia organización insurgente; la cotidianidad guerrillera, entre otros. Sin embargo, hay que prestar suma atención al tratamiento de esta fuente, dado que existen impactos psicológicos considerables, sesgos personales, producidos por el trauma en quienes los escriben.

      Uno de los libros más relevantes en esta categoría es el escrito por Ingrid Betancourt, No hay silencio que no termine, publicado en 2010. En este libro, la autora narra en 82 capítulos sus experiencias mientras se encontraba privada de la libertad, brinda información sobre sus captores, la vida cotidiana en el interior de los campamentos en la selva, la situación de los militares prisioneros, la relación con sus compañeros y compañeras de cautiverio, sus múltiples intentos de fuga, sus conversaciones con miembros del Estado Mayor de la organización guerrillera y la operación militar que la retornó a la libertad.

      Un aspecto que es necesario considerar relevante es el de la forma como está escrito este relato. Como se dijo, es un testimonio personal que comprende seis años y medio9, que no conserva una sucesión cronológica, y se organizó según los recuerdos de su autora. Fue escrito originalmente en lengua francesa porque, dijo Betancourt, “escribir este libro me obligó a sumergirme profunda e intensamente en mí misma y en mi pasado, trayendo desde ese fondo abismal, un caudal de emociones desbocadas […]. El francés me dio la distancia necesaria y, por ende, el control, para poder comunicar lo que estaba sintiendo y lo que había vivido” (Betancourt, 2010, p. 709).

      Ingrid Betancourt, por su condición de precandidata presidencial, a lo que se sumaría luego su ciudadana francesa, poseía una importancia

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