El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia. Gerardo Barbosa Castillo

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El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia - Gerardo Barbosa Castillo

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pasado en memoria colectiva, “después de haber sido seleccionado y reinterpretado según las sensibilidades culturales, los dilemas éticos y las conveniencias políticas del presente”. De esta manera el pasado se ha convertido en un objeto más de consumo (Traverso, 2007, p. 14). Para este autor, la consagración de la memoria en el mundo contemporánea obedece al “declive de la experiencia transmitida, en un mundo marcado por la violencia y por un sistema social que destruye las tradiciones y fragmenta la existencia” (Traverso, 2007, p. 16). En consecuencia, las dimensiones que revisten intereses políticos en la memoria colectiva generan afectaciones a la forma de hacer y narrar la historia.

      Lo anterior conduce a una dicotomía entre memoria e historia, señalada por numerosos autores. Bajo el criterio de Traverso, historia y memoria comparten el mismo objetivo: la elaboración del pasado. “La historia nace de la memoria, que es una de sus dimensiones; después, adoptando una postura autorreflexiva, transforma la memoria en uno de sus objetos” (Traverso, 2007, p. 20). En consecuencia, la memoria individual o colectiva es una dimensión eminentemente subjetiva que señala una visión del pasado siempre matizada por el presente. En esta medida la historia “como campo del saber ha de liberarse de la memoria, no rechazándola sino poniendo distancia con ella” (Traverso, 2007, p. 23). Además, señala este autor, es posible realizar una diferenciación más: “Aunque historia y memoria tengan un objetivo en común poseen distintas temporalidades que se cruzan, se amplifican y se enredan constantemente sin, por ello, coincidir. La memoria es portadora de una temporalidad que tiende a poner en causa el contínuum de la Historia” (Traverso, 2007, p. 39).

      Es importante considerar, a la luz de Traverso, la existencia de distintos tipos de memoria, “hay memorias oficiales alimentadas por instituciones, incluso Estados, y memorias subterráneas, escondidas o prohibidas” (Traverso, 2007, p. 48). Esto adquiere relevancia en el caso de Colombia, pues la elección final de una memoria del conflicto se expone al riesgo de consolidar una memoria “fuerte”, “oficial”, que aplaque a las demás. Para el autor esto significa un problema dado que “surge una relación privilegiada entre las “memorias fuertes” y la escritura de la historia. Cuanto más fuerte es la memoria –en términos de reconocimiento público e institucional–, más el pasado de la que es vector deviene susceptible de ser explorado y elaborado como Historia” (Traverso, 2007, p. 55).

      Otro autor que llama la atención alrededor de la hiperproducción de trabajos sobre la memoria es el francés Tzvetan Todorov. En su obra de 1992 Los abusos de la memoria, Todorov considera que actualmente la memoria no está coaccionada o amenazada “[…] por la supresión de información sino por su sobreabundancia” (Todorov, 2000, p. 14). De la misma forma, lo está por la dinámica del consumo masificado y “por las exigencias de una sociedad del ocio desprovista de curiosidad espiritual, así como familiar con las grandes obras del pasado”, lo cual conduce a la sociedad a vivir en el instante. En otras palabras, las construcciones sobre la memoria –es necesario tener en cuenta que esta obra reflexiona sobre la memoria producto de la experiencia de los regímenes totalitarios del siglo XX, en su mayoría al Nacional Socialismo alemán– no conducen necesariamente a cuestionar determinado pasado, sino, más bien, a alejarse de él.

      Esta obra diferencia entre la recuperación del pasado y su utilización. En términos generales, Todorov aboga por la recuperación del pasado sin que este deba “regir” al presente; al contrario, haciendo un uso conveniente de él. Esto no supone necesariamente que el individuo sea independiente de su pasado y pueda usarlo a su libertad (Todorov, 2000, p. 25).

      A partir de lo anterior, el interrogante planteado se refiere a los fines para los que puede ser útil el pasado restablecido. Es posible observar cómo una cuestión muy diferente es hacer uso del pasado desde la mirada de la culpabilidad, para imponer castigo y juicio social o para legitimar acciones. Otra es hacerlo en aras de desvelar las estructuras sociales y políticas que condujeron a que se cometieran una serie de acciones violentas y horrendas contra la vida, con el fin de superarlas e intentar no incurrir en ellas nuevamente.

      Amparándonos en las reflexiones del historiador estadounidense Dominick LaCapra, contenidas en su obra Historia y memoria después de Auschwitz, publicada en 1998, la memoria es vista como un campo que le plantea cierto tipo de interrogantes a la historia, dado que posiciona problemas que aún siguen vigentes en la sociedad, sea en el ámbito emocional o de valores (LaCapra, 2009, p. 23).

      Para este autor, es imperativo superar las consideraciones que sitúan las dimensiones de historia y memoria como oposiciones binarias. En su criterio, éstas están intrínsecamente ligadas pero cada una presenta sus propias especificidades. “La memoria es una fuente fundamental para la historia y mantiene una relación complicada con las fuentes documentales” (LaCapra, 2009, p. 35). A partir de considerar a la memoria como soporte, “la historia sirve para cuestionar y poner a prueba la memoria de una manera crítica y para especificar aquello que es empíricamente exacto en ella […] la historia tiene al menos dos funciones: la adjudicación de exigencias de verdad y la transmisión de recuerdos puestos críticamente a prueba” (LaCapra, 2009, p. 36).

      LaCapra distingue dos tipos de memoria. La primaria es aquella “de una persona que ha pasado por acontecimientos y los recuerda de una determinada manera” y la secundaria, “resultado de un trabajo crítico con la memoria primaria, ya sea a cargo de la persona que pasó por las experiencias relevantes o, lo que es más habitual, por un analista, observador o testigo secundario como el historiador” (LaCapra, 2009, p. 37). En síntesis, en la elaboración de un ejercicio de investigación del pasado es necesario relacionar un trabajo crítico de memoria con las exigencias de la acción deseable en el presente. Para LaCapra, la memoria secundaria es el acto de elaboración, de transferencia entre el testigo (víctima, partícipe del conflicto, victimario), que brinda el testimonio de la experiencia, y el historiador. Así, “esta memoria secundaria puede llegar a ocupar el lugar, o al menos complementarlo, de la memoria primaria y ser internalizada como aquello que efectivamente se recuerda. La memoria secundaria es también lo que el historiador trata de impartir a los demás que no han pasado por las experiencias o acontecimientos en cuestión. Este procedimiento puede demandar una transmisión enmudecida o disminuida de la naturaleza traumática del acontecimiento, pero no un revivir o un pasaje al acto completo. También requiere una interpretación y evaluación de lo que es más que fáctico en la memoria” (LaCapra, 2009, p. 37).

      A la luz de estas consideraciones, en un proceso como el actual en Colombia, que busca que la verdad sea un medio que contribuya en la superación del conflicto, se requiere diseñar un método específico de reconstitución del pasado. En otras palabras, al ser una narración destinada a la superación de una realidad determinada, las memorias existentes deben ser intervenidas y resignificadas con este fin, de lo contrario quedarían inconexas o mostrarían la violencia por sí misma, contribuyendo a acrecentar ese tipo de comportamientos.

      Los aportes de Nathalie Pabón y Juan E. Ugarriza en su investigación a partir de archivos militares contribuyen a situar el alcance de ejercicios de construcción de memoria histórica. Ellos admiten que “la memoria no es un recuerdo detallado de lo que ocurrió, sino de lo que alcanzamos a recordar”, es decir, interpretaciones subjetivas. En este sentido, es necesario reconocer una brecha entre una noción de realidad y una de memoria. Abogan por construir una memoria histórica no como verdad absoluta, sino como una explicación más. Desde esta perspectiva entienden por memoria histórica, “una construcción social, una elaboración que parte de lo que recuerdan los individuos, así como de documentos, y aspira a ser reconocida de forma colectiva. […] se basa en elementos comunes de aquello que vivieron los individuos para intentar una reconstrucción de un mundo intersubjetivo […] construido y tejido alrededor de las subjetividades de memorias parciales” (Pabón & Ugarriza, 2017, p. 3).

      Hay un aspecto adicional que debe ser considerado, que ha sido tratado desde diferentes perspectivas. Se trata del olvido y su relación con la memoria. El antropólogo francés Marc Augé sostiene que son dos asuntos que poseen una relación indisoluble.

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