El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia. Gerardo Barbosa Castillo

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia - Gerardo Barbosa Castillo страница 25

El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia - Gerardo Barbosa Castillo

Скачать книгу

fueron cortas y de reducida escala” a excepción de la Guerra de los Mil Días (1899-1902) (Deas, 2015, p. 102).

      Desde la perspectiva de Deas, las guerras civiles del siglo XIX tuvieron características que las separan de la violencia política del siglo XX. Por ejemplo, dichas guerras “tuvieron inicios claros y terminaciones claras: pronunciamientos, tratados de paz, amnistías” (Deas, 2015, p. 103). A diferencia del conflicto reciente, estas guerras representaron muy poco interés para el resto del mundo (exceptuando el caso del istmo de Panamá), tampoco se pelearon exclusivamente por causas económicas y a la última guerra (Mil Días) le siguieron cuarenta años de paz relativamente ininterrumpidos. Estos elementos sugieren para Deas que la cadena de causalidad histórica es ininterrumpida. Por otro lado, aunque no parece evidente una sucesión histórica cronológico-lineal, existen “aspectos de este pasado que sí forman parte de una explicación de la violencia del siglo XX, aun de la violencia de las últimas décadas”. Destaca al respecto la naturaleza de las guerras civiles colombianas, esto es, la pugna entre liberales y conservadores, que es mucho más compleja que una simple disputa bipartidista, y que se intensificó en el siglo XX en medio de la debilidad histórica y la falta de capacidad del Estado colombiano (Deas, 2015, p. 106).

      Otra interpretación que según Deas necesita ser revisada es la caracterización de las FARC-EP “como una guerrilla histórica”, especialmente por ligar sus orígenes con los movimientos vinculados con la tierra y la dinámica agraria. Para él, no es posible categorizar a esta organización como una insurgencia agraria pues “los conflictos que dieron lugar al nacimiento de las FARC fueron conflictos de campesinos contra campesinos, de autodefensas rivales, de estas contra la Policía y el Ejército; los terratenientes estuvieron poco involucrados” (Deas, 2015, p. 121). Así mismo, las FARC no hicieron ninguna protesta significativa contra los despojos masivos de tierras agenciados por paramilitares y narcotraficantes en las décadas finales del siglo XX (Deas, 2015, p. 122). Para Deas es importante revaluar este tipo de afirmaciones, especialmente porque en los acuerdos de La Habana se insistió en que la cuestión agraria es la médula del conflicto, fenómeno que limita la comprensión de este.

      Por último, Deas propone que algunos de los aspectos de los conflictos en Colombia adquieren mayor relevancia y pertinencia si son vistos “en la larga perspectiva de los doscientos años de su historia independiente”. Así se contribuye a su comprensión y también a desmitificar preconceptos y verdades sobre el conflicto que no parecen tan claras (Deas, 2015, p. 128).

      Por supuesto que Deas no propone un modelo particular para construir un relato histórico. Busca llamar la atención sobre diversidad de asuntos inherentes al conflicto, los cuales se alzan como realidades necesarias a la hora de explorar su desarrollo histórico, cuestión que para él es imposible que se elabore en su totalidad por un único historiador en un ensayo particular.

      Un argumento para tomar en cuenta es el de Gonzalo Sánchez, quien asevera que en Colombia las guerras internas presentan complejidades particulares para las que, vistas en perspectiva histórica, “resulta inútil buscar un sentido de totalidad del conflicto, de globalidad de las soluciones”. Lo anterior no excluye y más bien resalta la diversidad de experiencias de las víctimas y de los actores, es decir, la emergencia de “memorias parciales” (Sánchez, 2014, p. 65). Otro debate propuesto por Sánchez se vincula con tres dificultades que se vuelven complejas en la realidad colombiana al estudiar el proceso histórico de las guerras y la violencia, cuales son “cómo nombrar, periodizar y ordenar los eslabones de la cadena histórica” (Sánchez, 2014, p. 37).

      Para este autor, nombrar al otro es “asignarle un lugar en la memoria, en la narrativa política, en la escena social” (Sánchez, 2014, p. 37). Pero las denominaciones cambian al mismo tiempo que los escenarios que las producen. Las grandes circunstancias de rupturas y mutaciones político-sociales son “momento de quiebre en los usos del lenguaje”, en la medida en que este se vuelve un escenario perceptible de relacionamiento político (Sánchez, 2014, p. 38). Por ejemplo, “los ‘bandoleros’ en los sesenta, y los guerrilleros hoy, son clasificados en sus zonas como ‘los muchachos’, con cierto aire de tolerancia o simpatía” (Sánchez, 2014, p. 38).

      Lo anterior nos sitúa en una realidad que se ha venido nombrando: se trata del uso del lenguaje y las formas de construir un escenario de conflicto, partiendo de circunstancias, incluso del lenguaje, que están significadas por las viejas estructuras de la violencia, de generación de diferencia y exclusión. En estos casos, un relato histórico sobre la contienda social debería proponer nuevas formas de nombrar el otro, sobre todo entre las partes más contradictorias, de esta manera es posible propiciar nociones reales de perdón y convivencia.

       V. DEBATES METODOLÓGICOS

      En la amplia y diversa literatura existente se hallan reflexiones metodológicas de diferente índole. De tan variados referentes, algunos ofrecen propuestas sugerentes para el momento de Colombia. Algunas de ellas se presentan a continuación.

      Como punto de partida, se ubica el razonamiento de Jorge Semprún, quien fue prisionero en un campo de concentración nazi y a su retorno a la libertad escribió sus memorias, consignadas en el libro La escritura o la vida.

      Recordar la vivencia en un campo de concentración significaba para él volver a una época en la que no se consideraba vivo e incluso estaba desposeído hasta del nombre: “sobrevivir, sencillamente, incluso despojado, mermado, deshecho, ya había constituido un sueño un poco disparatado” (Semprún, 1995, p. 22). Por esta razón, durante muchos años de su vida el autor eligió el olvido y con él la posibilidad de estar vivo nuevamente. Como en el título de su libro, la escritura le resultaba insoportable, con ella volvían a la memoria las llamas anaranjadas del crematorio cegándole la vista en medio de la noches o el olor constante de cuerpos humanos incinerados. Sin embargo, con el paso de los años, Semprún decidió confrontar sus recuerdos optando por contar su experiencia “de la muerte, para decir mi vida, para expresarla, para sacarla adelante” (Semprún, 1995, p. 180). La escritura se convirtió entonces en la mejor manera de reelaborar su vida, la de un pasado inmerso en la violencia y el terror.

      Para avanzar en su tarea, Semprún reflexionó sobre la manera de convertir una experiencia personal en un texto escrito que pudiera transmitir lo vivido, y al respecto sostuvo que “la verdad esencial de la experiencia sólo en transmisible mediante la escritura literaria”, en su caso una reconstrucción a modo de novela pero en la que su esencia no es ficción (Semprún, 1995, p. 141). No optó entonces por un relato sometido a los formalismos habituales del histórico.

      En cuanto a las fuentes para abordar el componente de verdad en la justicia transicional, en Colombia va en aumento el debate sobre su existencia, procedencia y pertinencia. Las hay de diversa índole, desde libros de memoria hasta los testimonios judiciales y las tradiciones orales de algunas comunidades y actores. La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad sin duda recogerá infinidad de testimonios y evidencias.

      Partiendo de la consideración de Jan Vansina, las tradiciones orales “son todos los testimonios orales narrados, concernientes al pasado” (Vansina, 1967, p. 33). Sin embargo, no toda fuente oral supone una tradición oral. “Sólo las fuentes narradas; es decir, las que son transmitidas de boca en boca por medio del lenguaje” (Vansina, 1967, p. 33). Menciona tres tipos de testimonios orales: el testimonio ocular, la tradición oral (testimonios auriculares) y el rumor. Todos ellos conservan y comunican algún hecho del pasado y se constituyen en fuente para la historia.

      Por testimonio verbal el autor entiende un “conjunto de declaraciones hechas por un mismo testigo concerniente a una misma serie de acontecimientos, en la medida que tengan una

Скачать книгу