Deseo ilícito. Chantelle Shaw
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–Tu padre y yo tenemos un acuerdo….
–¿Sabe Stelios lo nuestro?
–¿Lo nuestro? –le preguntó Isla con frío desdén–. Nunca ha habido nada entre nosotros.
–Nos besamos apasionadamente en la casa de mi padre en Londres. Theos! La química entre nosotros era explosiva –le recordó Andreas.
Isla se sonrojó. No tenía necesidad de que nadie le recordara un comportamiento tan poco propio de ella. Había declinado la invitación de Stelios para que tomara café con Andreas y él. Con la excusa de tener tareas que hacer, había regresado a la cocina. Sin embargo, más tarde, había sido el propio Andreas el que le había llevado la bandeja a la cocina.
–Gracias, puedes dejar las tazas en el fregadero –le dijo ella esperando que captara la indirecta y regresara al salón con su padre. Sin embargo, él se reclinó sobre la encimera.
–Veo que no estabas mintiendo –murmuró él mientras observaba la bandeja de magdalenas que ella acababa de sacar del horno–. Creía que habías dicho que tenías que hacer tareas solo porque querías evitarme.
–Yo nunca miento –replicó ella mientras centraba toda su atención en colocar las delicadas magdalenas sobre una bandeja para que enfriaran.
–Me alegra oírlo. Tal vez entonces me puedas explicar por qué mi padre se ha quedado dormido en el sillón cuando es aún de día. Sé que los años no pasan en balde, pero siempre ha tenido la energía de un hombre mucho más joven.
Las sesiones de quimioterapia habían terminado por pasarle factura a Stelios, pero Isla no le podía revelar a Andreas que su padre estaba sometiéndose al tratamiento para el cáncer. Y le había dicho que ella no decía mentiras…
–Tu padre ha estado trabajando mucho últimamente –murmuró–. ¿Y por qué iba yo a evitarte?
Le había hecho aquella pregunta para desviar la atención de la salud de Stelios y su plan funcionó. Andreas se acercó un poco más a ella con un pícaro brillo en los ojos. Entonces, le deslizó la mano por debajo de la barbilla y la obligó a levantar el rostro.
–Dímelo tú, omorfia mou. ¿Acaso crees que no he notado cómo me miras cada vez que voy a ver a mi padre?
–Yo no…
El rostro le ardía de vergüenza ante el hecho de que Andreas hubiera adivinado la fascinación que sentía hacía él. Era muy poco propio de ella.
–Claro que sí –afirmó él–. Más aún, deseas besarme…
–Eso no es… –susurró, pero no pudo terminar la frase cuando él bajó la cabeza y acercó los labios a pocos centímetros de los de ella, dejando que su cálido aliento le acariciara la piel.
–Mentirosa.
Entonces, la besó, aunque besar no era una descripción adecuada para el modo en el que Andreas reclamó sus labios con arrogante posesión. Isla capituló ante su maestría, incapaz de resistir la fiera pasión y las descaradas caricias de la lengua de Andreas entre los labios.
El beso no se pareció en nada a lo que Isla había experimentado antes. Otros hombres la habían besado, unos pocos, aunque se podía contar con los dedos de una mano el número de citas que habían terminado en beso. Cuando Andreas la besó, descubrió un lado profundamente sensual de su naturaleza que la escandalizó. Sin embargo, antes de que tuviera oportunidad de explorar cómo él le hacía sentirse, Andreas apartó su boca de la de ella tan abruptamente que Isla tuvo que agarrarse a la encimera de la cocina para no caerse. El duro rostro de Andreas no reveló pista alguna sobre sus pensamientos y salió de la cocina sin decir palabra.
Isla se sintió humillada por su rechazo, lo que evocó dolorosos recuerdos de su adolescencia, cuando se presentó a su padre. Tal vez había sido una ingenua al esperar que David Stanford estaría encantado de conocer a la hija a la que había abandonado cuando tenía pocos meses de vida, pero el hecho de que él insistiera tanto en que no había lugar para Isla en su vida había sido un brutal final para las esperanzas de tener una relación con su padre. Isla se había jurado que jamás permitiría que otro hombre volviera a hacerle daño.
Regresó al presente cuando sintió la presión del muslo de Andreas contra el suyo. No había sido consciente de que él se había movido, pero se encontró atrapada contra la balaustrada. Sintió que la respiración se le cortaba cuando él le deslizó el dedo ligeramente por la mejilla. Se dio cuenta de que había estado observando su sensual boca mientras revivía el beso que los dos habían compartido en Londres. El brillo de los ojos le dijo que él había leído sus pensamientos.
–Háblame de tu romance con mi padre –inquirió él con voz cínica–. Me parece todo muy repentino. Hace unas pocas semanas trabajabas para él como ama de llaves y pareció que no te importaba besarme…
–Ese beso fue un error del que me arrepentí inmediatamente –replicó ella, sonrojándose vivamente cuando él la miró con incredulidad–. Es cierto. Tú eres un playboy que utiliza a las mujeres para tu propio placer y las descarta como si fueran basura cuando estás aburrido de ellas. Me has preguntado por qué acepté la propuesta de tu padre y te lo voy a decir. Stelios es un caballero. Es amable y dulce…
–¿Esperas que me crea que la riqueza de mi padre no ha tenido nada que ver con tu decisión de aceptar esta propuesta de matrimonio?
–No me importa lo que tú creas. La verdad es que quiero mucho a tu padre.
–¿Que lo quieres? –replicó él con tono burlón. Entonces, le agarró la muñeca entre sus fuertes dedos–. Podría besarte ahora mismo y tú no lo impedirías, a pesar de que mi padre, al que tú afirmas querer, y los invitados que han venido para celebrar vuestro compromiso están a pocos metros de nosotros.
Andreas le miró el escote, en el que el pecho subía y bajaba agitadamente. Isla sabía que debería exigirle que la soltara, pero no podía hablar ni casi pensar. El aroma que emanaba de su piel, una mezcla de colonia y de algo muy masculino, la paralizaba por completo. La boca de Andreas, que tan cerca estaba de la de ella, suponía un tormento insoportable. El calor se apoderó de ella y sintió una profunda tensión en la pelvis. Los pechos se le volvieron pesados y ella deseaba… Dios… Deseaba sentir la boca de Andreas por cada centímetro de su piel.
Debía de estar loca para permitirle minar sus defensas de aquella manera. A pesar de que no había sido idea suya fingir el compromiso con Stelios, sería una idiotez sucumbir al deseo que sentía hacia Andreas. Ningún otro hombre la había excitado de la manera en la que Andreas lo conseguía. Ansiaba apretarse contra su cuerpo y arder en su fuego. Sin embargo, resultaba evidente que el beso que habían compartido en Londres no había significado nada para él, dado que se había marchado de su lado sin ni siquiera mirar atrás. Se negaba a ser el juguete de Andreas. Le colocó la mano en el pecho para apartarlo. No supo si sentirse aliviada o desilusionada cuando él bajó los brazos y se apartó de ella.
En ese momento, la luz del interior de la casa iluminó la terraza cuando la puerta se abrió. La figura de Stelios apareció en el umbral.
–¿Isla?