En Sicilia con amor. Catherine Spencer

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу En Sicilia con amor - Catherine Spencer страница 14

En Sicilia con amor - Catherine Spencer Omnibus Bianca

Скачать книгу

desestabiliza a Corinne. Hacía mucho tiempo había aprendido que las lágrimas no aportaban otra cosa que no fuera terminar con los ojos hinchados y la nariz roja, así como que la única manera de vencer los obstáculos era luchando contra ellos. Pero en aquel momento no le quedaban fuerzas para luchar. Era sábado y no había dormido casi nada desde el jueves por la noche. Y no sólo eso. A pesar de los inconvenientes de su antigua vida, romper con ella había resultado ser mucho más difícil de lo que había esperado. La casa en la que había estado viviendo durante años no había sido gran cosa, sobre todo para los elevados estándares de Malvolia, pero había sido su hogar, mientras que aquel lugar…

      Tratando de no sentirse deprimida miró a su alrededor. La casa era realmente impresionante. Tenía una gran escalera central que otorgaba una gran solemnidad a la vivienda. Las paredes estaban decoradas con obras de arte y adornos.

      Pero aquella villa era un territorio extraño para ella, que se sentía como un extraterrestre.

      Leonora debió haberse dado cuenta de que Corinne estaba a punto de perder la compostura ya que se acercó a ella y le habló con amabilidad.

      –Venite, signora, y le enseñaré sus habitaciones.

      –Yo mantendré a este pequeñín entretenido –dijo Malvolia, poniéndole a Matthew una mano sobre la cabeza–. Estará muy contento conmigo, signora.

      En cualquier otro momento, Corinne se hubiera opuesto a aquello, pero en lo único que podía pensar era en escapar de la fría mirada de su suegra.

      Al verlas alejarse, Raffaello se dio cuenta de lo tensa que estaba Corinne, tensión que le había acompañado desde que habían salido de Canadá.

      Cuando ella se había dado la vuelta para seguir a Leonora, él había podido ver la desolación que reflejaban sus ojos y fue consciente de quién la había hecho sentirse de aquella manera. Entonces llamó a un miembro del personal para que se ocupara de Matthew y, cuando estuvo a solas con su madre, la agarró con fuerza por el codo y la condujo hacia el soggiorno.

      –Esperaba que esto no fuera a ser necesario y suponía que había pasado suficiente tiempo para que aceptaras mi nuevo estilo de vida, madre. Pero como obviamente no lo has hecho, vamos a tener que llegar a un acuerdo de cómo vas a tratar a mi familia. Quizá desapruebes…

      –¡Desde luego que lo desapruebo! –exclamó ella, apartando el brazo–. Que nos informaras de que ibas a volar al otro extremo del mundo para convencer a una mujer que no habías visto antes de que se casara contigo ya fue bastante impresionante. Pero me dije a mí misma que estabas actuando en un arrebato del momento, guiado por tu devoción por Lindsay, y que entrarías en razón antes de realizar ninguna tontería.

      –Entonces es que subestimaste mi determinación ya que te telefoneé para informarte de que la boda era un hecho consumado.

      –¿Crees que presentarme a esta mujer… a esta extranjera que no tiene más conocimiento ni comprensión que una pulga de nuestro estilo de vida… es suficiente para convencerme de que has hecho lo correcto?

      –Esta extranjera a la que desprecias con tanto desdén resulta ser mi esposa, madre.

      –¿Es así como te refieres a ella? –respondió Malvolia–. Hubiera pensado que «souvenir» sería un término más apropiado.

      –Entonces te sugiero que cambies de idea –contestó Raffaello sin siquiera tratar de ocultar su desagrado–. Te guste o no, Corinne está aquí para quedarse y no voy a tolerar que la trates sin respeto.

      –Lo siguiente que me vas a decir es que esto ha sido una unión por amor –dijo su madre.

      –En absoluto. Es un acuerdo al que hemos llegado en beneficio de nuestros hijos.

      –Y de ella. ¿O vas a fingir que es una mujer con recursos económicos y que no le ha influido tu riqueza y posición?

      –No. Te voy a recordar que tomaste la misma actitud cuando traje a Lindsay a casa por primera vez tras haberme casado con ella. Pero aun así, al final, lamentaste su muerte tan profundamente como cualquier otro de nosotros.

      –Lindsay te adoraba… y tú a ella. Te dio una hija y a mí me dio una nieta. ¿Qué otra cosa va a aportar esta nueva esposa tuya que no sean ganas de comodidad y de seguridad financiera?

      –Eso queda entre ella y yo.

      Malvolia se sentó en su silla favorita cerca de la chimenea.

      –Si encontrar a una mujer que te haga sentir cómodo te importaba tanto, Raffaello, te puedo nombrar por lo menos a una docena de aquí, de Sicilia, a quienes les hubiera encantado llamarse signora Orsini. Mujeres de categoría y clase, que hubieran compartido nuestras costumbres e idioma. Pero en vez de eso tú apareces con una extraña. ¿Qué la hace tan especial?

      –Ella conocía y quería a Lindsay. Será una buena madre para Elisabetta.

      Ante aquello, su madre emitió un grito en el que se mezclaban la indignación y la angustia.

      –¿Y qué pasa conmigo y con tu tía? ¿Dónde quedamos nosotras en este nuevo régimen? ¿O ya no somos útiles y debemos retirarnos de aquí?

      –Tú siempre serás la querida abuela de Elisabetta y Leonora será su tía abuela. Incluso me atrevería a decir que Corinne espera que con el tiempo encontréis un huequito en vuestros grandes y amorosos corazones para su hijo.

      La expresión de Malvolia se dulcificó ante la mención de Matthew.

      –Es un pequeño encantador, tengo que admitirlo. Te mira a los ojos de una manera muy directa. Y es cierto que a Elisabetta le vendrá bien tener un compañero de juegos de más o menos su edad. A veces pienso que pasa demasiado tiempo con mujeres mayores.

      –¿Entonces nos vamos comprendiendo?

      –Sí. Y me disculpo por los comentarios que he realizado. He sido demasiado dura y, quizá, me he apresurado en mis conclusiones. Pero tengo miedo por ti, hijo mío. Reconozco que esta mujer parece suficientemente respetable, ¿pero cuánto sabes de ella?

      –Todo lo que tengo que saber. Hubiera pensado que me conocías lo suficiente como para confiar en mi juicio y que podía contar con tu apoyo en este momento.

      –Y así es, Raffaello. Yo siempre estoy de tu parte –contestó su madre, suspirando–. Lo que significa que, en última instancia, también estoy de parte de ella.

      –Gracias –otorgó él, dándole un beso en la mejilla a Malvolia y marchándose a continuación.

      Raffaello encontró a Corinne de pie en medio del salón de las habitaciones de ambos. Se acercó a ella y, con delicadeza, le levantó la barbilla para que lo mirara.

      –¿Qué ocurre, Corinne?

      –Estoy tratando de comprender qué hago aquí.

      –¿En qué otro lugar ibas a estar, cara mia? Éste es tu nuevo hogar.

      –No, Raffaello –respondió ella con los ojos empañados–. Es tu hogar, pero jamás será el mío.

      –Si te estás refiriendo al poco amable recibimiento de mi madre…

      –Ella

Скачать книгу