Vivir en paz; morir en paz. Suzanne Powell
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A menudo nos puede pasar que no valoremos realmente lo que nuestros padres hicieron por nosotros, hasta que nos convertimos en padres. No valoramos su trabajo, su esfuerzo, su entrega, su amor incondicional, hasta que lo experimentamos de primera mano. Como madre, intento dar lo mejor de mí a mi hija para que algún día sea una buena ciudadana y una buena madre que dé lo mejor de sí a sus hijos; y aunque ahora no lo comprenda, confío en que un día se dé cuenta de que todo lo que he hecho por ella, lo he hecho desde el amor incondicional. Espero que un día sepa que todo lo que le he dado y transmitido ha salido de mi conciencia, de mi mejor sentir, a pesar de las adversidades y las circunstancias. También espero que me perdone todos mis errores debidos a mis momentos de inconsciencia, frustración e ignorancia, así como por haber elegido vivir nuestra experiencia como madre e hija sin que haya tenido un padre que le hubiese podido responder cuando yo no he sabido hacerlo. En cualquier caso, si las dos hicimos el pacto de vivir juntas y solas estos dieciocho años, es porque ambas teníamos algo que aprender de esta vivencia como madre e hija, hija y madre.
Hace veinte o veinticinco años, estaba de viaje con mi maestro en Argentina y tuve un sueño en el que me encontraba en un cuarto con él y con dos compañeras. Nos abrió un «baúl del tesoro», el típico que se suele encontrar en los barcos naufragados de piratas, lleno de joyas y monedas. Y nos dijo a las tres: «Elegid, elegid vuestro tesoro, lo que queráis». Vi cómo, inmediatamente, las otras dos mujeres metían las manos en el cofre y se probaban anillos, coronas, cadenas, colgantes, etc., sintiéndose muy felices, como princesas. Yo, observándolas desde cierta distancia, sacudía la cabeza pensando que aquello no me hacía feliz, que no era un verdadero tesoro para mí, que no quería ni necesitaba nada de todo eso.
Así se lo comenté a mi maestro, y acto seguido sacó un pequeño álbum de fotos, en el que solo cabía una foto por página. Fue pasando cada página, y desde la primera hasta la última mostraban fotografías de mis amores, mis novios, mis amados; deteniéndose sobre cada una, me decía: «Si te hubieses quedado con ese, te habría pasado tal o cual cosa». Y veía imágenes de escenas maravillosas, pero también de situaciones horrorosas; incluso vi que uno de esos hombres me habría matado. De hecho, hasta que no terminé de ver todo el álbum no recordé que había tenido tantos amoríos en mi vida.
Finalmente, en la última página había una foto en la que estaba yo sola embarazada de muchos meses; me quedé mirándola y le pregunté al maestro:
–¿Y eso?
Y me respondió:
–Ese es tu tesoro.
Pero me veía sola, sin un compañero a mi lado que fuese a acompañarme en todo el trayecto que tendría por delante como madre de ese bebé. Hasta que no pasó mucho tiempo no lo comprendí, pero en ese sueño él me respondió: «Para que veas que siempre he estado contigo, siempre he estado a tu lado, siempre te he cuidado y te he protegido».
Por lo tanto, mi tesoro era tener a mi hija... Cuando nació, él me dijo: «Cuando yo ya no esté, nunca más vas a estar sola, porque tienes a Joanna. Nunca más vas a estar sola, pero yo siempre voy a estar contigo; siempre te amaré, más allá de esta vida, más allá del tiempo y del espacio, y siempre te haré saber que estoy a tu lado».
Entonces hoy, el día de Sant Jordi, el día del libro y de la rosa, es aquel en el que tengo una revolución en mi corazón que me inspira a iniciar este libro, el cual tenía proyectado pero aparcado pensando que iba a empezarlo a partir de la muerte de uno de mis padres. Así que voy a intentar aprovechar este sentimiento para imprimirlo en la obra, pues sé que quizás ahora es el momento exacto de compartirlo
El protagonista de Salvado por la luz, hacia el final de la película, cuando finalmente ha entendido cuál es su trabajo, la razón por la que ha vuelto a la vida, tiene esta conversación con un amigo justo antes de entrar en una casa para ayudar a una persona a irse:
–¿Qué vienes a hacer aquí exactamente?
–Los ayudo en los últimos cinco minutos. Cuando llega el fin, todo el mundo quiere cinco minutos más; quieren decir cosas que nunca dijeron, quieren sentir cariño una vez más. Yo les doy esos cinco minutos; luego, los dejo ir. ¿Sientes el olor?
–Sí. Huele a... muerte.
–No... Es miedo, el miedo a la muerte. Cuando haga mi trabajo, notarás el olor a rosas.
Siento que, a través de este libro, también tengo que ayudar a las personas a irse en paz. Cuando vayan a morir, tienen que saber que no hay nada que temer, ya que lo que les espera es su hogar en el cielo; volverán a casa. El miedo solo es causado por la propia ignorancia. A la vez, debemos saber que cuando muramos no estaremos solos, pues tenemos derecho a estar acompañados en ese tránsito de vuelta a casa.
Creo que muchas personas han sentido ese olor a rosas u otra flor al recordar con mucho amor a un ser querido fallecido. Por ejemplo, esa abuelita, que utilizaba un perfume de lavanda que asocian con su presencia. Creo que ese olor, ese perfume, esa fragancia, esa belleza es algo que nos transporta como seres humanos.
¡Cuánto simbolismo hay detrás de una rosa o un ramo de rosas! Me maravillo con su textura, su perfección, los colores... Cuando veo una rosa en toda su perfección en un rosal, no me entran ganas de cortarla y apartarla así de su estado natural; sin embargo, cuando alguien me entrega una rosa o un ramo de rosas, siento la ilusión que hay detrás de ese regalo, vinculado al simbolismo de esta flor, y siempre las pongo en mi altar.
Tengo una querida compañera de la enseñanza zen, Maite, que cuando nos preparábamos para impartir un curso siempre me ponía rosas en el escenario, sin que yo lo supiese. Finalmente, descubrí su secreto. Ella sabía lo importantes que eran las rosas para mí para transmitir la enseñanza y canalizar las lecciones del maestro o de quienes querían hablar a través de mí durante esas dos horas de clase. Así que gracias, Maite, por todas tus atenciones. Siempre con tu humildad, tu sonrisa y tu cara de pillina te encogías de hombros y decías: «Bueno, no es nada; para ti, cariño, con todo mi amor».
El gran mensaje de la película Salvado por la luz es que, como seres humanos, somos seres espirituales poderosos, y que lo más importante en esta vida es el amor, sea como sea, y la importancia de despertar al ser humano al amor, porque solo el amor puede cambiar todo.
En el momento de escribir estas líneas, llevamos cuarenta días encerrados en casa confinados, en España, con nuestros familiares. Puede ser una experiencia maravillosa, pero también puede ser que destruya relaciones, ante la frustración, ante el no saber, ante la impotencia, ante la pobreza, y ante la falta de luz natural, de sol, de aire fresco, de contacto con la naturaleza.
¿Cuántos de nosotros estamos en este momento deseando pasear por un parque, sentir la brisa de la primavera, ver a los niños jugar juntos disfrutando con sus inocentes juegos? ¿Cuántos padres querrían ver brincar y saltar a sus hijos y oírles decir «¡Mamá, mira lo que hago!», «¡Papá, ven a jugar conmigo!»? O tal vez esperemos disfrutar de ver cómo corretean nuestras mascotas... De hecho, hoy en día parece que los perros tienen más derechos que los niños; los perros pueden salir con su amo a pasear, pero los niños, encerrados en casa, no tienen este derecho. Espero que a partir de hoy impere el sentido común y los dejen salir porque lo que necesitan es jugar y disfrutar con sus amigos al aire libre. Un niño desarrolla inmunidad a partir de jugar, saltar, moverse, reírse, y, sobre todo, a partir de hacer ejercicio