Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina. Marie Ferrarella
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Él cedió.
—De acuerdo, pero no le saltes a la yugular nada más verla. Prométeme que vas a darle una oportunidad, ¿de acuerdo?
—¿Por qué?
—Porque es tu madre, y porque tu padre es un idiota y odias a su novia y no eres feliz con ellos.
—Estoy bien con ellos.
—Sí, estás encantada con la situación.
—No tengo elección, Jake.
—Sí, claro que la tienes. Algunos no la tenemos, pero tú, sí.
Andie se sintió avergonzada, guardó silencio.
Jake había perdido a sus padres en un accidente de tráfico el año anterior. Por eso había ido a vivir con su tío.
—Daría lo que fuera, lo que fuera, por poder volver a hablar con mi madre —confesó Jake—. Por poder verla. Por poder vivir con ella, pero no puedo. Tú, sí.
—Es verdad. Lo siento.
—Andie, tal vez no tengas siempre la posibilidad —le dijo con tristeza.
—Es sólo… —no quería decírselo a Jake, ni a nadie.
Le aterraba volver a depender de su madre. Depender de alguien.
Incluso de él.
—¿Puedes llevarme a su casa, por favor?
—Está bien —dijo él.
Parecía harto de ella y de sus problemas.
«Mejor», pensó Andie.
Él también pensó que era mejor estar enfadado.
De todos modos, Andie ya le gustaba demasiado.
Simon no estaba seguro de cómo habían terminado así: con Audrey entre sus brazos, su exquisito cuerpo contra el de él, sus brazos alrededor de su cuello, su boca abierta para recibir la de él, pero, en cualquier caso, estaba encantado.
Habían discutido, después Audrey había llorado, y allí estaba en esos momentos. Y pretendía aprovechar la ocasión, ya que le daba la sensación de que ella tardaría en volver a dejarse llevar.
Había soñado con tenerla así, pero la verdad era que la realidad superaba a su imaginación.
Audrey olía como para comérsela, su piel era muy suave, y su pelo un poco loco y muy sexy. Ella estaba temblando, pero hambrienta de él, también. Lo besaba como si su vida dependiese de ello.
Simon se preguntó si conseguiría llegar así con ella hasta su apartamento sin que nadie los viese, en especial, su hija, que estaba echando la siesta en el patio trasero con el perro.
Si el maldito animal los oía, querría subir también.
Y él quería estar a solas con Audrey, detrás de una puerta cerrada con llave, de preferencia, en una habitación con una cama, porque quería quedarse en ella un rato después, pero se temió que no iba a conseguirlo.
Ella lo deseaba, pero estaba asustada.
Y él la deseaba, a pesar de los miedos de ella.
Podrían superarlos juntos. Él lo arreglaría y luego, tendría a Audrey en su cama.
—Ven arriba conmigo —le susurró contra los labios.
—¿Qué?
—Arriba. Conmigo. No te preocupes. Peyton está dormida.
Y sintió la resistencia de Audrey, supo que estaba intentando ser fuerte y rechazarlo.
—No —le dijo él—. No lo hagas. No pienses en los motivos por los que no debemos hacerlo. Ya nos ocuparemos de eso más tarde. Yo lo arreglaré, sea lo que sea. Ahora, quédate conmigo, sé que es lo que quieres. Y es también lo que yo deseo.
Ella gimió y se puso de puntillas para besarlo todavía más desesperadamente.
—Simon, no puedo.
—Claro que puedes…
Audrey estaba intentando zafarse de él cuando Simon se dio cuenta de que no estaban solos. En el camino se había parado un viejo coche que no conocía. Detrás del volante había un chico.
Y justo fuera una muchacha alta y rubia, que los miraba con indignación.
Audrey dio un grito ahogado.
—Así que trabajas aquí —dijo la chica—. ¿Así lo llamas ahora? ¿Trabajar? ¿No hay nada más, verdad?
—¿Quién eres? —inquirió Simon.
La muchacha lo fulminó con la mirada.
—¿Que quién soy? ¿Quién eres tú?
«Estupendo».
Una adolescente furiosa con lengua viperina.
Él se dispuso a contestarle en el mismo tono. No estaba acostumbrado a que nadie le hablase así, pero Audrey le puso una mano en el pecho para detenerlo.
—Simon, es mi hija, Andie.
Vaya, la noticia no era buena.
—Andie —empezó Audrey.
—Ahórrate las palabras, madre. Había venido a ver si de verdad trabajabas aquí, y ya tengo la respuesta —dijo—. Había oído que alguien te había regalado una sesión en Morton’s y pensé que tendrías un hombre nuevo. Veo que no me había equivocado. A juzgar por la casa, debe de tener más dinero que el último con el que estuviste. Me alegro por ti.
Simon se imaginó a Audrey con otro hombre y le resultó insoportable, pero se contuvo. Le puso el brazo alrededor de los hombros, pensase lo que pensase su hija, porque se dio cuenta de que estaba temblando, dolida y preocupada.
La joven lo miró a él.
—Por favor, dime que no estás casado, porque la última vez que mi madre estuvo con el marido de otra montó un buen follón.
Simon apretó la mandíbula.
—No, no estoy casado —se limitó a responder.
—Bueno, algo es algo. Espero que seáis muy felices juntos —añadió—. Asegúrate de cerrar bien el armario de las bebidas, porque mamá tiene un pequeño problema con el alcohol. Aunque supongo que ya lo sabrás a estas alturas, ¿no?
Simon se dio cuenta de que el chico que conducía el coche había salido de éste. Parecía avergonzado, incómodo y arrepentido.
—Andie