Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina. Marie Ferrarella

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Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina - Marie Ferrarella Omnibus Julia

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cerró los ojos, bajó la cabeza, incapaz de mirarlo a los ojos.

      —Natasha me ha dicho que lo haces a menudo, con mucha gente.

      Él le levantó la cabeza poniéndole un dedo debajo de la barbilla.

      —¿Y?

      Ella abrió los ojos, pero no lo miró a él, sino al cielo azul que se extendía por encima de su hombro derecho.

      —Por favor, dime…

      —¿El qué?

      —Dime que no te he acusado de querer ligar conmigo, ni de querer comprar mi cariño mandándome a Morton’s…

      —¿Quieres que te diga que no lo has hecho?

      —Sí, por favor.

      —Está bien, no lo has hecho —dijo él.

      Audrey apartó la mirada, no quería verlo así, así de agradable, ni quería preguntarse por qué había cambiado de actitud desde que lo conoció.

      Pero lo había acusado de algo de manera injusta, y no podía olvidarlo. Y, sobre todo, no podía abrazarlo.

      —Lo siento mucho —dijo.

      —¿Por qué? —preguntó él, confundido.

      —Porque no estabas intentando ligar conmigo. Ni siquiera se te había ocurrido. Sólo estabas siendo… tú. No significaba nada más.

      En especial, no significaba que la desease. Aunque a ella no le molestase la idea.

      Pero él no la deseaba.

      De todas maneras, con los problemas que había tenido con los hombres el año anterior, tenía suficiente para toda la vida.

      —Quería que pasases un buen día —dijo él—. Y quiero que no trabajes tan duro de aquí en adelante. Y quería pedirte perdón.

      —Lo sé. Gracias. Ha sido un día estupendo. Estupendo.

      —Bueno, me alegro —dijo él, que seguía estando demasiado cerca y se aproximó un poco más mientras hablaba—. Y tal vez no debería decir nada más, dado que era un tema que te preocupaba, o tal vez sí debería decirlo, dado que estabas tan preocupada. O tal vez debería decirlo sólo porque quiero decirlo…

      —¿Decir el qué? —inquirió Audrey con cautela.

      —Lo siento, Audrey, de verdad. Siento si esto hace que las cosas sean todavía más difíciles para ti. Sé que no debería hacerlo. E intentado no hacerlo, de verdad. Pero si esta mañana has pensado que yo deseaba que hubiese algo más entre nosotros…

      «Oh, no».

      Su nariz le acarició el pelo y su aliento le calentó el oído.

      —Tenías razón.

      Capítulo 7

      AUDREY se sintió tan frustrada que pensó en darle una bofetada.

      Él retrocedió y estudió su rostro antes de decir:

      —De verdad que lo siento. No quiero ponerte las cosas más difíciles…

      —¿Difíciles? —repitió ella.

      —Sí —susurró Simon.

      —¿Difíciles? —gritó Audrey.

      «Maldita sea», había vuelto a gritarle.

      —Sí —asintió él, en voz todavía más baja.

      Se suponía que era un hombre con mal carácter, pero, en ese momento, el de ella parecía peor.

      —Oh, Simon —gimió, y las lágrimas brotaron de sus ojos.

      Y Audrey odiaba llorar. Lo odiaba.

      Simon parecía desconcertado, como si no supiese si salir corriendo o quedarse y rogarle que le diese una pista de lo que ocurría.

      —¡No lo entiendes! —volvió a gritar Audrey.

      —En ese caso, explícamelo —le pidió él, acercándose otra vez y limpiándole las lágrimas—. Porque quiero entenderlo. Quiero ayudarte y hacer que las cosas sean mejores para ti. Dime lo que necesitas.

      —Sólo necesito este trabajo. Lo necesito tanto…

      —Y nada ni nadie va a quitártelo, pase lo que pase, o lo que no pase, entre nosotros.

      Ella asintió antes de soltar la parte más dura:

      —Necesito que no pase nada entre nosotros.

      —¿Por qué? —quiso saber él.

      —Porque quiero recuperar a mi hija y vive a cinco manzanas de aquí. Estar cerca de ella es lo más importante para mí.

      —Y vas a estarlo, pero no entiendo el resto. ¿No puedes estar conmigo, aunque lo desees?

      —Quiero recuperar a mi hija, es lo más importante.

      —Y piensas que, si tuvieses algo conmigo, eso interferiría en tus planes.

      —Sé que lo haría.

      —Audrey, eres una mujer adulta, ya no estás casada, pero no quieres que haya otro hombre en tu vida…

      Ella volvió a romper a llorar.

      —No sabes lo que hice. No sabes lo horrible que fue, el daño que hice a tantas personas. No puedo volver a hacerlo, Simon. No puedo.

      Él quería seguir contradiciéndole, pero, en su lugar, le puso la mano en la mejilla, como si le doliese verla tan triste, y luego la abrazó con tanto cuidado que Audrey deseó llorar todavía más.

      Era tan grande y sólido, su cuerpo la tranquilizaba tanto.

      Por un momento, volvió a sentirse segura, como hacía mucho tiempo que no se sentía, como había deseado sentirse desde que su matrimonio se había roto.

      ¿Por qué necesitaba a un hombre para sentirse así? En realidad, las mujeres nunca estaban seguras con un hombre al lado. Y ella tenía que haberlo aprendido a esas alturas. No obstante, allí estaba, sollozando contra su pecho, envuelta por el calor de sus brazos.

      —No deberías ser tan bueno conmigo —protestó.

      Él rió.

      —No suelo serlo.

      —Claro que sí, pero intentas ocultarlo.

      Él la apretó un poco más para reconfortarla. Audrey sintió sus labios en una mejilla mojada por las lágrimas, luego, en la comisura de los labios, muy despacio,

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