Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina. Marie Ferrarella

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Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina - Marie Ferrarella Omnibus Julia

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que les pida que paren? —le preguntó.

      —No —gruñó él—. Tendrían que venir otro día y van a tardar horas en limpiar todo este caos. Será mejor que se queden y terminen.

      —Está bien. Lo siento. Quería que acabasen antes de que tú volvieses…

      —No, tienes razón. Has hecho lo que te pedí —sacudió la cabeza—. Cambié de planes en el último momento, lo siento…

      Y luego se quedaron los dos allí, no estaban contentos, pero tampoco se estaban gritando más.

      Y Audrey pensó que no le gustaría perder su trabajo en la primera semana. Sería humillante, y ya la habían humillado lo suficiente durante el último año.

      —Volveré dentro para no molestar —dijo él por fin.

      Y desapareció, haciendo que Audrey pudiese respirar de nuevo.

      —¡Le he gritado! —le contó Audrey a Marion por teléfono esa misma noche.

      —¿Has gritado a Simon Collier y has sobrevivido para contarlo? —preguntó su amiga, sorprendida.

      —Por ahora, sí. Supongo que puede echarme en cualquier momento —comentó ella, sentándose al lado de la ventana que daba al camino—. Todavía no puedo creer que lo haya hecho. No sé cómo ocurrió. Todo iba bien y, de repente, estábamos gritándonos el uno al otro.

      «Y, él, medio desnudo», pensó.

      Ésa había sido parte del problema.

      Que él estaba medio desnudo y que ella se había asustado al ver que la rama le caía tan cerca.

      —Bueno, supongo que le viene bien que le griten un poco. Yo creo que él lo hace con bastante frecuencia, y nadie le contesta.

      —Estupendo.

      —Supongo que se quedó tan sorprendido que no se le ocurrió despedirte.

      —Sí, pero, ¿y cuándo no esté sorprendido? Quiero decir, que podría despedirme en cualquier momento, y no puedo permitir que ocurra, Marion, necesito este trabajo.

      Tink se acercó a ella y le apoyó una pata en la rodilla, como si estuviese preocupado.

      Audrey le acarició la cabeza.

      —No te preocupes, cariño —le dijo—. Peyton vendrá pronto.

      Tink miró por la ventana, se puso sobre las dos patas traseras y sonrió abriendo mucho la boca.

      —Por fin vas a conocer a la señorita.

      —¿Tan mala es?

      —Es Simon el que es malo con ella. O eso he oído. También me han dicho que es una buena chica, al fin y al cabo.

      —Yo necesito que el perro se comporte bien, que Peyton esté contenta y que Simon también lo esté, pero hoy no he podido salir a correr con Tink porque los taladores han llegado muy pronto. He tenido que dejar al perro encerrado hasta que han terminado, y luego me he pasado la tarde extendiendo el mantillo. Estoy tan agotada que casi no puedo ni andar.

      —¿Por qué lo has hecho tú? Podías haber pedido que lo hicieran.

      —No se me ocurrió.

      —Y, encima, le has gritado a Simon. ¡Menudo día!

      —Sí —admitió ella, compadeciéndose de sí misma en ese momento—. Y todavía tengo que conocer a Peyton, espero que todo vaya bien con ella y con el perro.

      —Sal un rato con el perro y una pelota, y tírasela para que vaya a buscarla, a ver si se cansa. Luego, podrás darte un baño caliente y meterte en la cama. Todo se ve distinto por la mañana.

      Audrey se despidió de Marion, buscó la pelota favorita de Tink y bajó las escaleras con el perro completamente emocionado a sus pies.

      —Tink —le dijo ella al llegar al jardín—. Tiene que salir bien, ¿de acuerdo? Va a venir Peyton y necesito que te comportes lo mejor posible mientras ella y su padre están aquí. ¿Podrías hacerlo por mí? ¿Por favor?

      Pensó que no tenía nada que perder si intentaba explicárselo.

      Él ladeó la cabeza, como intentando descifrar el significado de sus palabras, y luego volvió a mirar la pelota, que le parecía mucho más interesante.

      —Tanto discurso para nada —dijo Audrey, y se la lanzó.

      Audrey estaba nerviosa sólo de pensar que iba a volver a ver a Simon y que no sabía qué iba a hacer o a decirle éste después de que le hubiera gritado. Le dolían todos los músculos del cuerpo y todavía no llevaba ni una semana en el trabajo.

      Peyton llegó a las seis en punto, nada más salir del coche corrió a los brazos de Simon, que la levantó del suelo y le dio una vuelta, y ella rió y se aferró a él. Un momento después aparecía el perro, corriendo.

      Simon dejó a Peyton en el suelo y contuvo la respiración mientras esperaba que el perro se detuviese, se sentase y actuase como si estuviese bien educado, cosa que hacía siempre que estaba allí su hija.

      Levantó la mirada y vio a Audrey girando la esquina de la casa. Parecía tan nerviosa como él. Cómo no, el estúpido perro se detuvo delante de Peyton, se sentó y movió la cola con frenesí. Pero se mantuvo tranquilo mientras su hija lo abrazaba y lo saludaba como si fuese su mejor amigo. Luego le dio un beso en el hocico, el perro le lamió a ella la nariz y la hizo reír.

      —¡Te he echado de menos, Tink! —gritó—. ¿Y tú a mí?

      —Guau —respondió el animal.

      Simon sacudió la cabeza. Sabía que tendría que compartirla con el perro durante todo el fin de semana y ocupar un segundo lugar detrás de él.

      «Vencido por un maldito perro», pensó.

      Peyton siguió tratando al animal como si llevase años sin verlo. Él le hizo un gesto a Audrey para que se acercase y poder presentársela a su hija, se dio cuenta de que se movía con cautela.

      —¿No te habrán hecho daño esos idiotas de los árboles, verdad?

      —No —contestó ella.

      —¿El perro?

      —No. El perro no es un problema, Simon.

      —Entonces, ¿por qué casi no puedes andar?

      —Creo que he trabajado demasiado. He estado extendiendo el mantillo.

      Él miró a su alrededor y luego volvió a mirar a Audrey.

      —¿Tú sola?

      —Sí.

      —¿Por qué?

      —Porque había que hacerlo.

      —Pero

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