Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina. Marie Ferrarella
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina - Marie Ferrarella страница 3
Audrey todavía estaba intentando respirar con normalidad.
Sus ojos se ajustaron por fin de la luz del sol a las sombras del garaje y fue cuando se dio cuenta de que era un hombre muy guapo.
Iba muy bien vestido y arreglado, y le había dado la mano con fuerza y seguridad. Tenía el pelo moreno, todavía abundante y grueso, perfectamente peinado, los ojos oscuros y una sonrisa educada. Era elegante y muy masculino al mismo tiempo.
Y más joven de lo que ella había esperado. Y según se fue acostumbrando a la luz del garaje, más guapo y joven le pareció.
No había esperado algo así, dado el barrio en el que vivía, y el modo en que Marion había hablado de él, debía de tener mucho dinero. Ella se había imaginado a un hombre de unos sesenta años, calvo y gordo.
—Señora Graham, ha llegado justo a tiempo. Bien. Lo siento, pero tengo muy poco tiempo esta mañana, como casi todas las mañanas. Será mejor que vayamos directos al grano.
—Por supuesto.
—En estos momentos, tengo cuatro problemas en vida, Audrey. ¿Puedo llamarte Audrey?
—Por favor.
—Bien. Llámame Simon, por favor. Como te decía, tengo cuatro problemas. No me gustan los problemas y cuatro son demasiados.
—Lo siento —fue lo único que se le ocurrió contestar a ella.
—No lo sientas. Espero que puedas resolver tres de esos cuatro problemas. ¿Eres consciente de que tendrás que vivir aquí?
—Sí.
—Excelente. Mi primer problema es el jardín. Marion me dijo que tenías el jardín más bonito de Mill Creek.
—Bueno… —¿qué podía decir?—. A la gente parecía gustarle.
—Marion me dio la dirección y pasé por allí ayer con el coche, para echarle un vistazo. Me pareció muy agradable. Ni demasiado recargado, ni demasiado… ordenado. Grande, frondoso, floreciendo incluso en esta época del año. ¿Podrías hacer algo parecido aquí?
—Por supuesto, pero quiero dejar claro que no tengo ninguna formación en jardinería…
—Eso no me importa —dijo él, señalando con una mano el jardín delantero y echando a andar, ella lo siguió—. Ya he contratado a tres paisajistas y no me ha gustado ninguna de sus ideas. Me han hecho perder mucho tiempo. ¿Fuiste tú quien planeó y plantó el jardín de tu anterior casa? ¿Lo mantuviste sola?
—Sí.
—Bien. Me gustaría algo parecido. Algo… normal. Normal y verde. Y quiero que trabajemos juntos del siguiente modo: no quiero que me molestes con detalles, quiero que seas tú quien resuelva los problemas según vayan surgiendo. Quiero un diseño, un presupuesto y que tú hagas todo lo demás. ¿Entendido?
—Sí —contestó ella, intentando no parecer asustada después de saber que había rechazado los servicios de tres paisajistas. Y con su manera de dar las órdenes.
No es que le hablase con malos modales, sino que daba por hecho que todas sus órdenes debían obedecerse.
Llegaron al jardín delantero y él se movió muy deprisa, casi sin hacer ruido, y ella intentó seguirlo y casi se cayó. Por suerte, Simon la agarró con firmeza por los brazos.
—Lo siento —le dijo, sonriéndole de manera exasperada, soltándola y retrocediendo inmediatamente.
Después de verlo tan de cerca, Audrey se dijo que, definitivamente, no era tan mayor. ¿Llegaría a los cuarenta?
Audrey lo miró, siendo consciente de sus treinta y nueve años, y volvió a desear todavía más que él hubiese tenido sesenta.
No iba a volver a hacerlo. No volvería a lanzarse a los brazos de otro hombre para olvidarse de sus problemas.
Él parecía casi tan desconcertado como ella y se quedó inmóvil un momento, como si hubiese perdido el hilo de las órdenes que le estaba dando.
—Lo siento —repitió—. Me ha dado miedo que te hicieses daño.
Simon bajó la vista hacia sus pies y vio un enorme agujero en el suelo.
—Éste es mi segundo problema.
—¿Un agujero en el suelo? —Audrey estaba perdida.
—Muchos, por todas partes. Ten mucho cuidado por aquí, no quiero que te rompas nada, como el último paisajista. Ahora quiere demandarme. Otra cosa para la que tampoco tengo tiempo.
—Ah —dijo Audrey—. Tendré cuidado. ¿Tiene algún problema con algún… animal?
—Tengo un perro que excava.
Audrey se esforzó por no reír.
¿Cómo era posible que un hombre como aquél no fuese capaz de controlar a un perro?
Él la miró como si supiese que tenía ganas de reír.
Audrey se puso todavía más seria y entonces vio, sorprendida, como era él quien sonreía, sacudía la cabeza y juraba algo ininteligible.
—Sí, ya lo sé, vencido por un perro. Soy consciente de que es ridículo. No obstante, éste es el estado en el que me encuentro. Yo desprecio al perro. Y el perro me desprecia a mí. Hace semanas que estamos en guerra y me está ganando. No sabes lo que me cuesta admitirlo…
—Sí, claro que sí.
Audrey se dio cuenta de que Simon estaba luchando por no volver a sonreír.
Él se aclaró la garganta y continuó:
—Marion también me dijo que tenías un perro que se comportaba muy bien.
—Teníamos una perra maravillosa. Murió hace dos años.
—¿No estropeaba el jardín?
—Tenía un rincón en el que le permitía enterrar los huesos. ¿Sería posible que el perro tuviese un pequeño rincón para él?
Simon suspiró.
—Si es necesario…
—A mí me parece que sí.
—Está bien —accedió él, como si acabase de hacer una concesión de millones de dólares en un contrato—. El perro es de mi hija, Peyton. Ella lo adora, de hecho, lo quiere más que a mí en estos momentos. Y no me enorgullezco de ello, pero tengo que admitir que intenté ganarme su cariño con el perro y funcionó. Ahora le gusta mucho venir, pero su madre sólo la deja hacerlo algún fin de semana que otro, y el perro está aquí siempre. Porque la madre de Peyton no quiere al perro en su casa. Yo creo que lo hace para atormentarme todavía más.
—Lo