Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina. Marie Ferrarella
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Y, además de eso, le daba la impresión de que, a pesar de que todo aquello le pareciese un fastidio, estaba seguro de que iba a triunfar. Era como si tuviese un secreto que le permitiese mantenerse tranquilo y poder con todo.
Salvo con el perro.
—Está aquí siempre —se quejó—. Y excava. Se come mis calcetines. Se comió mis zapatos favoritos, hace ruido a todas horas y me molesta. Me parece que no lo hemos educado bien.
Audrey asintió.
—Imagino que lo habrá intentado con algún entrenador de perros.
—Con tres.
Que tampoco habrían tenido éxito y le habrían hecho perder el tiempo, como los pobres paisajistas. Audrey se preguntó cómo actuaría Simon Collier cuando estuviese enfadado de verdad. Si la tierra temblaría o algo así.
—Pues tampoco tengo formación en… el entrenamiento de animales —empezó Audrey.
Él le lanzó una mirada que quería decir: que ya lo sabía; que ya habían hablado de eso antes; y que no iba a molestarse en contestar.
—Está bien —dijo ella—. Tengo que educar al perro. ¿Cómo se llama?
—Yo lo llamo de muchas maneras —contestó él en tono seco, pero con un pequeño toque de humor.
Y Audrey se preguntó si no sería todavía más joven de lo que había imaginado.
¿Treinta y ocho?
¿Treinta y seis?
De repente, se sintió vieja y envidió su confianza en sí mismo, su aire de poder, su riqueza y toda la seguridad que ésta le daba, el no tener que depender de nadie.
—¿Cómo llama tu hija al perro? —le preguntó.
Él hizo una mueca de disgusto y admitió a regañadientes:
—Tink, supongo que tendré que presentaros antes de que aceptes el trabajo —dijo él, y esperó.
Tal vez esperase que ella dijese que no era necesario.
¿Debía acceder?
¿Tanto deseaba el trabajo?
Se temía que sí.
Entonces, Simon la salvó diciendo:
—Mi experiencia me dice que tengo que hacer todo lo posible porque aceptes antes de que conozcas al perro. ¿Quieres que te enseñe tu alojamiento?
—Por favor —contestó ella.
Él levantó el brazo e hizo un gesto para que lo siguiese.
—Por cierto, tengo que contarte mi tercer problema. Mi ama de llaves, la señora Bee. La adoro.
—¿De verdad?
Increíble, alguien que le gustaba.
—Sí —contestó él sonriendo un poco—. Tal vez te digan que soy… difícil. Exigente. Poco razonable. Que no hay mujer en el mundo que quisiera vivir conmigo, pero no es verdad. La señora Bee y yo nos llevamos estupendamente.
Capítulo 2
ASÍ que la gente también hablaba de Simon Collier, y era evidente que a él no le gustaba. Audrey pensó en decirle que lo comprendía y que no haría caso de las habladurías.
Pero en el poco tiempo que había estado con él se había dado cuenta de que era cierto que a ninguna mujer le sería fácil convivir con él. Era evidente que era exigente, perfeccionista, que, de niño, debía de haber sido de los que no jugaban bien con los demás.
Tampoco con las mujeres.
Por supuesto que no. Era él quien tenía todo el poder, y ellas, nada.
Audrey ya había estado en una relación así, y había terminado mal.
Pero en ese caso se trataba de él y de la señora Bee.
—Me alegro por vosotros —comentó.
Él sonrió.
—Llevamos juntos diez años. Nuestra relación ha durado mucho más que mi matrimonio. Es ordenada, cuidadosa. Lleva mi casa como una máquina. Todo lo que hay entre estas paredes es su dominio. No tienes que interferir en su trabajo, ni molestarla, porque no puedo imaginarme vivir sin ella.
—Está bien.
¿Qué era entonces lo que tenía que hacer?
—Por desgracia, la señora Bee odia al perro, todavía más que yo, si es que eso es posible.
—Ah —Audrey comprendió.
—Ha amenazado con marcharse si no me deshago de él. Y tengo que confesarte que he pensado en decirle a Peyton que se había escapado, o que lo había atropellado un coche, pero entonces lloraría, y odio ver llorar a mi hija. Pero, al mismo tiempo, me niego a vivir sin la señora Bee.
—Lo entiendo.
—Le prometí que encontraría a alguien que se ocupase del perro. Es la única manera de que se quede. Y ahí es donde entras tú en acción. Tienes que asegurarte de que el perro no moleste a la señora Bee, por eso necesito a alguien que viva aquí.
Llegaron al garaje y él la condujo hasta unas escaleras que había en el lateral del edificio que llevaban al segundo piso, y a una puerta que él abrió antes de retroceder para dejarla pasar.
Era un lugar abierto, en forma de L, amueblado con muy buen gusto. Un salón y una pequeña zona de comedor con cocina que, sin duda alguna, habían sido visitados recientemente por la señora Bee, porque estaban impolutos. Los suelos de madera brillaban, igual que las encimeras y los electrodomésticos.
Las paredes estaban pintadas en tono crema y había muchas ventanas, con vistas al jardín.
Audrey asomó la cabeza por la puerta que había enfrente de la cocina y descubrió un dormitorio y un bonito cuarto de baño.
—Los anteriores dueños tenían un hijo que estaba en la universidad y que vivía aquí —comentó Simon—. Espero que te parezca aceptable.
—Es perfecto.
Mucho más de lo que ella habría podido permitirse, dada su falta de experiencia o formación profesional.
—Entonces, ¿puedes arreglar el jardín, encargarte del perro y evitar que moleste a la señora Bee?
—Seguro que sí.
—Excelente —le dijo cuál sería su sueldo, que era más que justo, dado que iba a vivir allí—. ¿Cuándo puedes empezar?
—¿Cuándo quieres que empiece?