Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina. Marie Ferrarella
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Él negó con la cabeza.
—Marion responde por ti. Y eso es todo lo que necesito.
Audrey asintió.
—¿Te ha dicho…? Quiero decir, que deberías saber…
—Estabas perdida, tenías algunos problemas y querías volver a empezar, ¿no? Y ella te acogió durante una temporada.
—Sí.
Era evidente que conocía bien a Marion.
—¿Te han detenido alguna vez?
—No.
—Marion no te dejaría estar en su casa si no fueses limpia y formal, así que con eso me basta. No necesito más detalles. Sólo quiero que alguien me solucione mis tres problemas. ¿Estás dispuesta a hacerlo?
—Sí —contestó ella.
—Excelente —le tendió las llaves del apartamento, se dio la vuelta y se alejó sin dejar de hablar.
Audrey lo siguió.
—Tendrás que presentarte sola a la señora Bee. Está esperándote en la cocina. Ella te dará los detalles que necesitas —le dijo, y esperó a que cerrase la puerta con llave.
—Muchas gracias.
—No, gracias a ti. Vas a hacerme la vida mucho más fácil.
Audrey asintió.
—El perro llegará en cualquier momento. He contratado a una persona para que lo saque a pasear. Sí, ahí viene.
Audrey lo siguió escaleras abajo y esperó a que una joven con pantalones cortos y camiseta se acercase, casi arrastrada por lo que parecía un enorme perro de pelo largo, blanco y negro, que no era más que un cachorro, debía de tener seis meses.
A pesar de volver de su paseo matutino, daba la sensación de que el animal acababa de despertarse y estaba preparado para correr un maratón. Tenía la boca abierta, parecía que sonreía, y estaba contento.
Era precioso.
—Hola, señor Collier —dijo la joven, e intentó darle la correa del perro, pero él señaló hacia Audrey.
El perro movió la cola vigorosamente e hizo un sonido de alegría, se sentó en las patas traseras y levantó las delanteras para posarlas en los muslos de Audrey.
Simon Collier hizo una mueca.
—Lo siento —dijo, y luego se despidió de la chica.
Audrey sonrió y miró al perro a los ojos, luego, le hizo bajar las patas y se arrodilló delante de él.
—Hola, Tink.
El perro sonrió todavía más y le lamió la cara.
Simon hizo un sonido de asco.
—Vamos a ser amigos —le susurró Audrey al perro, esperando que fuese verdad. Su trabajo dependía de ello, al fin y al cabo, y el pobre cachorro no tenía amigos, salvo Peyton Collier.
Se levantó y el perro se quedó donde estaba, no saltó.
—Muy bien —le dijo Audrey.
—No vas a cambiar de idea, ¿verdad? —preguntó Simon.
El perro se dio la vuelta y se marchó.
—No, ¿pero por qué compraste un border collie?
—Porque a mi hija le encantó, y la mujer que nos lo vendió dijo que era un perro inteligente, aunque a mí todavía no me lo ha demostrado. ¿Por qué? ¿No es un buen perro?
—Es un perro que ha sido criado para pasarse el día corriendo detrás de las ovejas, sin cansarse —le informó Audrey.
—¿Me estás diciendo que tengo que comprarle un rebaño si quiero que esté contento?
Audrey se echó a reír.
—No, es sólo que es un animal con mucha energía, y por eso te parece tan destructivo. Debe de aburrirse mucho y necesita hacer algo.
Simon frunció el ceño.
—¿Y qué puede hacer, además de guardar el ganado?
—Ejercicio. Yo iré a correr con él todas las mañanas. Y tal vez también por las tardes, si es necesario. Así estará demasiado cansado para causarnos problemas.
—¿Eso es todo lo que necesita? ¿Estar demasiado cansado?
—Eso nos ayudará bastante. Y la buena noticia es que la mujer que os vendió el perro tenía razón, son animales muy inteligentes.
—Éste, no.
Audrey volvió a reír, acarició al animal, que volvió a ponerle las patas delanteras encima, incapaz de contener la emoción.
—Ves —dijo Simon.
Audrey lo empujó con cuidado y dijo:
—Tink, abajo.
El perro obedeció y se quedó mirándola, moviendo el rabo.
—Buen perro —añadió Audrey. Era una pena que no tuviese nada con lo que recompensarlo.
—No lo es.
—Bueno, en cualquier caso, es lo suficientemente inteligente para saber que no te gusta…
—Para eso no hay que ser un genio.
Audrey contuvo una sonrisa.
—Y, por el momento, ha sabido cómo llamar tu atención.
Simon la miró con incredulidad.
—Quiero decir que el perro siente la animadversión que existe entre ambos, y eso no está ayudando a solucionar el problema. ¿Qué tal si haces como si no te interesase pelear con él…?
—¿Quieres que me retire de la batalla? —preguntó Simon, de nuevo con incredulidad.
—Marion me ha dicho que detestas perder el tiempo. Y supongo que te has dado cuenta de que es una pérdida de tiempo intentar pelear con este perro. Es algo indigno de ti. ¿Por qué no vas a hacerte con el poder de un país, o algo así? ¿No te gustan más esos retos?
Él la miró sorprendido.
¿Estaría furioso?
Finalmente, dijo en tono altanero:
—Yo no dirijo ningún país.
Luego, se echó a reír, y Audrey volvió a respirar.
—Creo