Un mar de amor. Debbie Macomber
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Debbie Macomber
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un mar de amor, n.º 300 - septiembre 2020
Título original: Navy Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1348-960-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
DE rodillas en el baño, Hannah Raymond sentía cómo su estómago se bamboleaba como una pequeña canoa en medio de un torrente. Gruesas gotas de sudor bañaban su frente. Cerró los ojos tratando de contener las náuseas.
«Dios mío», oró en silencio. «Por favor, que no esté embarazada».
No hizo más que terminar su ruego y no pudo aguantar más. Sintió cómo una oleada ácida le hacía devolver todo el desayuno.
Dos meses habían transcurrido desde su última regla. Creyó que esta demora se debía al estrés y a la pena. Hacía cuatro meses que Jerry había muerto. Había sufrido mucho su pérdida y estaba segura de que así sería hasta el final de sus días. Lo había amado durante seis años y creyó que viviría siempre a su lado. Ahora no se celebraría la boda que habían planeado para principios de año. Jerry ya no existía.
Cerró los ojos para contener las lágrimas. No sólo era el sufrimiento que sentía por la pérdida de Jerry, sino la certeza de que si estaba embarazada no era de él.
El rostro del marinero se había grabado en su mente. Era alto, bien formado y fuerte. Trató de borrar su imagen, negándose a pensar en aquella noche de julio.
—¿Hannah? —su padre tocó suavemente en la puerta del baño—. Querida, debes darte prisa o llegarás tarde a la escuela dominical.
—No me siento muy bien, papá.
Su estómago se revolvió y vomitó nuevamente.
—Parece como si tuvieras gripe.
Hannah lo bendijo por ofrecerle una disculpa.
—Sí, creo que es eso —respondió.
Rogó a Dios que fuera un virus intestinal. Hija de un predicador, siempre se había comportado como una buena chica con todo el mundo, así que había llegado el momento de hacer algo por ella misma.
—Vuelve a la cama y si te mejoras, ven más tarde. Hoy voy a predicar sobre la Epístola a los Romanos y me gustaría saber tu opinión.
—Seguro, papá.
Pero lo cierto era que si se seguía sintiendo así, probablemente no saldría de la cama en una semana.
—¿Podrás arreglártelas tú sola? —dijo el padre preocupado.
—Estaré bien. No te preocupes.
Sintió que su estómago atacaba de nuevo y volvió a vomitar.
—¿Estás segura de que estarás bien?
—Me