Un mar de amor. Debbie Macomber
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Él la tomó por la cintura y la hizo estarse quieta.
—Hannah —susurró su nombre de forma extremadamente sexy antes de continuar—. ¿Sabes lo que me estás pidiendo?
Ella asintió.
—Entonces vamos a un hotel, pero no a uno cualquiera.
Hannah debería haberse detenido en ese mismo instante. Tal vez lo habría hecho si él no la hubiera besado otra vez. El caos que sentía dentro de ella cuando él la tocaba era demasiado fuerte para resistirse, sus inhibiciones se desplomaban como fichas de dominó.
Hannah sólo recordaba haber entrado en la habitación del hotel y que Riley la tomó en sus brazos. No encendió las luces. Las cortinas estaban abiertas y la luna, como un río de plata, se derramaba suavemente sobre la cama.
Él la besó apasionadamente, tomando la cara de Hannah entre sus manos. Lentamente, desabotonó su blusa, se la quitó y después hizo lo mismo con el sostén. Tomó sus pechos suavemente entre sus manos, levantándolos.
—Eres muy hermosa.
Hannah pestañeó, sin saber qué decir.
—Y tú también.
Él sonrió y besó sus pezones. Hannah gimió de placer y se movió instintivamente hacia su sexo.
—Tranquila, nena —murmuró y abrió la cremallera de los vaqueros de Hannah.
Una vez desnudos, la tomó en brazos y la llevó hacia la cama. Ansioso, sin poder controlarse, se puso sobre ella. Hannah no estaba segura del dolor que experimentaría. Apretó los dientes y volvió la cabeza hacia un lado. Él la penetró implacablemente y sólo paró al encontrar la barrera de su virginidad.
Se detuvo, congelado. Hannah advirtió su confusión.
—Está bien —le susurró suavemente, con temor de que no continuara.
Rodeó el cuello de Riley con sus brazos y lo besó salvajemente. Era una batalla de voluntades.
Hannah no estaba segura de quién había ganado. De todas formas no importaba. Lentamente, determinado a darle todo el placer que pudiera, Riley continuó hacia delante, poco a poco, hasta el fondo, seguro de haber llegado a lo más profundo de ella.
Hannah se debatía entre el dolor y el placer. Poco a poco este último venció al dolor. Riley se movía lentamente dentro de ella. Al final la joven sintió por primera vez una explosión inenarrable que elevaba su cuerpo por encima de la cama una y otra vez.
Riley la abrazó largo tiempo. Acarició suavemente la cabeza de la joven y eliminó la humedad que había en sus ojos. Quería preguntarle muchas cosas, pero no lo hizo. Se limitó a abrazarla y eso fue más que suficiente.
Hannah se durmió y cuando despertó estaba helada. Riley la arropó con las mantas y la atrajo hacia sí.
—¿Por qué? —preguntó impaciente.
Hannah no podía explicarlo con palabras. Volvió a besarlo.
—Eso no explica nada —dijo Riley.
—Lo sé —respondió la joven.
No tenía respuestas. La sensación de vacío la invadió de nuevo y para calmarla volvió a besarlo. Él quería respuesta, no besos, pero pronto el deseo se antepuso a todo y le hizo el amor por segunda vez.
Hannah se despertó al amanecer. Se sintió culpable y se recriminó por su comportamiento. Salió sigilosamente de la habitación. Ésa fue la última vez que vio a Riley Murdock.
Se quedó en la cama con los ojos abiertos mirando al techo. Había llegado el momento de saber la verdad. Hacía una semana que había comprado un test de embarazo en la farmacia y lo había escondido debajo de una revista hasta llegar a la caja. Ahora estaba en el cajón de su ropa interior.
Siguió las instrucciones cuidadosamente y esperó los quince minutos más largos de su vida para conocer el resultado.
Positivo.
Estaba embarazada. Según sus cálculos, estaba de casi tres meses. ¡Dios mío! ¿Qué podía hacer? Hannah no tenía ninguna respuesta. Si su madre viviera tal vez podría haber confiado en ella y seguir su consejo. Pero su madre había muerto cuando ella tenía trece años.
Puso un asado en el horno y esperó a que su padre regresara de la iglesia. A las doce y media entró por la puerta de atrás y sus ojos se iluminaron cuando la vio sentada a la mesa de la cocina.
—¿Así que te sientes mejor?
Hannah le dirigió una débil sonrisa y apretó las manos sobre su regazo.
—Papá —susurró sin mirarlo a los ojos—. Tengo algo que decirte.
Capítulo 2
RILEY Murdock había estado de un humor de todos los diablos durante casi tres meses. Había hecho todo lo que estaba a su alcance para localizar a la misteriosa Hannah y se maldijo a sí mismo mil veces por no haberle preguntado su apellido.
Si la hubiera encontrado, no sabía qué le hubiera hecho. Estrangularla le parecía una buena idea. Esa joven lo había vuelto loco desde el primer momento en que tropezó con él en la acera durante el festival de Seattle.
Cuando se despertó aquella mañana y vio que ella se había marchado se había sentido desolado y se recriminó su actitud. Después se puso furioso. Las semanas siguientes su rabia no disminuyó. No sabía a qué jugaba ella pero por todos los medios trató de saberlo.
Si había alguien a quien culpar de este fracaso, Riley sabía que era él. Desde el principio supo que ella no era como las demás mujeres que frecuentaban los bares de los muelles. La historia que le había contado sobre dos hombres que la seguían era verdad. Ella estaba realmente asustada, temblando de miedo. La mirada de sus ojos, de sus preciosos ojos grises, no podía ser simulada. Riley no sabía por qué se había dirigido a él. Aquella joven estaba llena de sorpresas.
Si se asombró por el hecho de que ella se hubiera sentado a su mesa, debió de ser un buen candidato para un trasplante de corazón al descubrir que era virgen. Mientras más vueltas le daba a lo que había pasado entre ellos, no podía explicárselo.
Ella se le había acercado. Fue la primera en besarlo. ¡Demonios! Prácticamente lo había seducido. Seducido por una virgen. Debería haberse dado cuenta. En lugar de eso había tenido que enfrentarse a su increíble sentido de culpa. Si tan sólo no hubiera desaparecido sin explicarse. La ira se apoderaba de él cada vez que recordaba aquella mañana cuando al despertar se encontró con que ella había desaparecido. A punto estuvo de destrozar al encargado de la recepción para que le diera noticias de ella. Pero nadie la había visto marchar.
Riley todavía se culpaba. Temía que la hubiera asustado