Un mar de amor. Debbie Macomber

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Un mar de amor - Debbie Macomber elit

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      Capítulo 3

      EN unas pocas horas, se había decidido que Hannah fuera la señora de Riley Murdock. Se sentó al borde de su cama en medio de la indecisión. Era a Jerry a quien amaba, no a Riley. Nada podría hacer que el rudo marinero se convirtiera en seminarista. Una sola mirada la tarde de la reunión había recordado a Hannah la dura vida que Riley llevaba. No había nada suave en él. Nada.

      Ese día había estado furioso e intranquilo. Se había comportado como un Júpiter tronante cada vez que ella intentaba disculparse. Estaba convencida de que la odiaba.

      Hannah puso la mano sobre su vientre y cerró los ojos. A pesar de las complicaciones que el embarazo había traído a su vida, amaba y deseaba al bebé.

      Hannah sabía que Riley no se casaba a causa de su embarazo. Como él mismo había dicho, lo hacía por razones políticas. De todas formas, cuando Riley anunció que estaban de acuerdo en casarse, tanto su padre como el capellán Stewart respiraron aliviados.

      Hannah se sentía tan atrapada como Riley. Aun ahora, vestida de novia, no estaba segura de hacer lo correcto. Eran tan diferentes… Ella no lo amaba. Él no la amaba. Apenas se hablaban.

      No tenían nada en común, excepto el hijo que llevaba en su vientre. Cómo un matrimonio así podría durar más de unas pocas semanas, Hannah lo ignoraba.

      —Hannah —su padre tocó suavemente a la puerta de la habitación—. Es hora de irnos.

      —Estoy lista.

      Se incorporó y asió dos maletas. Allí dentro estaba todo lo que aportaba al matrimonio. La batería de cocina, la vajilla y todo lo que había comprado para su boda con Jerry estaba en las cajas que había donado a la Casa de la Misión aquella tarde que conoció a Riley. No se le había escapado la ironía. También recordaba las palabras del reverendo Parker cuando le dijo que los caminos de Dios eran insondables. Siempre había visto su vida como un misterio sin resolver, y hacía tiempos que había desistido en descifrar su significado.

      Abrió la puerta de la habitación y se encontró con la mirada aprobatoria de su padre.

      —Estás preciosa.

      Se ruborizó y le dio las gracias. El hecho de que estuviera tan seguro de que hacía lo correcto le dio confianza. Siempre había confiado en su padre y no dudaba de su sabiduría.

      Mientras el reverendo colocaba su ligero equipaje en la furgoneta, Hannah lanzó una última mirada a su casa. Iba a echar de menos todo esto y se preguntaba cuándo regresaría.

      Dos horas después llegaron a Bangor. En el vestíbulo de la capilla los esperaban el capellán Stewart, Riley y un hombre y una mujer que Hannah no conocía. Riley le lanzó una mirada desde el otro extremo de la habitación y asintió ligeramente con la cabeza.

      Se lo veía alto y distinguido con su blanco uniforme de gala y, aunque le servía de poco consuelo, Hannah reconoció que se casaba con un hombre muy guapo. Después de su último encuentro, había pesadillas en las que lo veía como un monstruo que quería devorarla.

      —Por favor, me gustaría hablar a solas con Riley unos minutos —dijo Hannah.

      —¿Has cambiado de opinión?

      El rostro inexpresivo de Riley no dejaba adivinar sus pensamientos. Quizá eso era lo que esperaba de ella.

      —¿Y tú? —preguntó Hannah.

      —Yo he preguntado primero.

      —Deseo proseguir con la boda si así lo deseas —dijo Hannah.

      —Estoy aquí ¿no es verdad? Dijiste que querías hablar conmigo.

      —Sí. Creo que debemos llegar a un acuerdo sobre dormir juntos antes de…

      —No sé de qué hablas. Mira, si lo que tratas de decir es lo que me imagino, no hay trato. Si tengo que pasar por todo este fastidio de casarme contigo, entonces lo que quiero es una mujer, no una hermana. ¿Has entendido?

      —Entonces ¿tengo que ser tu mujer enseguida? —dijo con suavidad y con voz muy baja.

      —No. Creo que será mejor que primero nos tomemos un tiempo para conocernos.

      —Eso es lo que pensaba —respondió Hannah, aliviada porque le diera tiempo para acostumbrarse al matrimonio.

      —¿Cuánto tiempo llevará eso? —preguntó Riley.

      —No estoy segura. Tal vez unas semanas o un par de meses.

      —¡Un par de meses!

      Hannah estaba segura de que toda la capilla lo había oído rugir y se preguntaban de qué estaban hablando. Su cara se llenó de rubor.

      —¿No podríamos esperar a que sucediera naturalmente?

      Riley frunció el entrecejo. No estaba de acuerdo y no pretendía disimularlo.

      —Supongo.

      —Por supuesto, dormiremos en habitaciones separadas hasta que llegue el momento en que aceptemos ese aspecto de nuestro matrimonio.

      —Bien —respondió en tono mordaz antes de separarse de ella—. Habitaciones separadas.

      ¡Habitaciones separadas! Las palabras volvían una y otra vez a la mente de Riley durante la breve ceremonia que ofició el padre de Hannah. Tampoco se le escapó el hecho de que no le diera oportunidad de besar a la novia. Lo que no imaginaba por qué George Raymond le había pedido que se casara con su hija. Era un hombre tradicional. Pero tampoco Riley estaba seguro de por qué se había casado. Cierto que la presión de su jefe había pesado algo, pero Riley sabía muy bien que nadie podría haberlo obligado a casarse con Hannah si se hubiera opuesto a ello. Lo que sin lugar a dudas significaba que él quería que ella fuera su mujer.

      Ahora, mientras conducía hacia su apartamento cerca de Port Orchard, la miraba y se preguntaba por qué lo había hecho. Hannah apenas si había pronunciado unas pocas palabras desde la ceremonia. No sabía lo que estaba pensando, pero se imaginaba que estaba buscando una salida.

      —Fue una gentileza del capellán Stewart y del teniente Kyle disponer un alojamiento para nosotros en la base, ¿no es verdad? —dijo Hannah suavemente.

      —Una gentileza —repitió.

      Riley se preguntaba cuántos hilos había tenido que atar su jefe para arreglarlo. La noticia había sido una sorpresa para Riley, que hacía unos años vivía en un pequeño apartamento.

      —¿Cuándo nos mudaremos?

      —Pronto.

      —¿Muy pronto?

      ¡Maldita sea! Primero no podía hacer que hablara y ahora no podía callarla.

      —La semana que viene.

      —Bien. Podré empacar mientras tú estás fuera durante el día. Cuando nos hayamos mudado, buscaré un trabajo.

      —No quiero que hagas ningún esfuerzo.

      Riley

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