Un mar de amor. Debbie Macomber

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Un mar de amor - Debbie Macomber elit

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juntos —dijo tajante.

      —Pero ¿qué haré durante el día?

      —Lo que haces normalmente.

      —Siempre he trabajado.

      Riley no sabía qué responder a esto. No quería que buscara trabajo. Estaba claro que el embarazo había afectado de alguna forma a la salud de Hannah.

      —Descansa por un tiempo. No hay ninguna necesidad de que corras a buscar trabajo.

      —Creo que podría dormir durante una semana.

      Parecía que ella iba a hacer eso exactamente.

      «Pero no en mi cama», pensó Riley con amargura. «No en mi cama».

      El apartamento de Riley estaba en la segunda planta de un bloque de pisos que daba a la ensenada de Sinclair. El portaaviones Nimitz y algunos otros grandes barcos de la Marina estaban atracados en los muelles. Desde el balcón, Riley le señaló el tipo y la clasificación de cada barco. Hannah no pudo retener toda la información, pero le fue más fácil distinguir al portaaviones de los demás.

      El apartamento era pequeño. Hannah se dio cuenta de que él lo había limpiado y arreglado, lo que le agradó.

      —¿Tienes sed? —preguntó Riley y agarró una cerveza del frigorífico.

      —No gracias.

      Riley encogió los hombros y se la tomó a grandes sorbos. Hannah volvió al balcón a observar los barcos.

      —Tenemos un pequeño problema —dijo Riley y se acercó a ella—. El apartamento sólo tiene un dormitorio.

      —Ya veo.

      —El teniente Kyle me aseguró de que en la base tendremos dos, pero ahora estamos aquí. ¿Cómo quieres que nos las arreglemos para dormir?

      —Creo que puedo dormir en el sofá —dijo Hannah.

      —Mejor entras, antes de que te resfríes —dijo Riley y cerró la puerta del balcón.

      Tiró la botella de cerveza a la basura y ésta golpeó contra un cristal. Hannah pensó que se trataba de otra botella de cerveza. No estaba acostumbrada a convivir con alguien que regularmente tomara alcohol, y se preguntaba si eso podría convertirse en un problema entre los dos.

      —¿No apruebas que beba, verdad?

      Le sorprendió que pudiera adivinar sus pensamientos.

      —¿Te importaría si fuera así?

      —No.

      —Eso es lo que pensaba. ¿Lo haces a menudo?

      —Lo suficiente —respondió Riley y fue hacia la puerta de entrada, agarró las dos maletas de Hannah y las llevó al dormitorio.

      Con curiosidad, Hannah lo siguió. La cama era de matrimonio y estaba mal hecha. Seguro que él no se preocupaba de hacerla por la mañana. Riley dejó las maletas sobre la cama.

      —No creo que puedas descansar mucho en ese sofá. Está viejo y es muy corto.

      —Me las arreglaré.

      —No soy un monstruo, ¿sabes?

      —Lo sé —dijo Hannah y se ruborizó como si Riley pudiera adivinar sus pesadillas.

      —No pareces muy convencida. Si recuerdas la noche que nos conocimos, fuiste tú quien…

      —¡Por favor, prefiero no hablar de esa noche!

      Hannah abandonó la habitación abruptamente y entró en la cocina. Riley la siguió como ella sabía que lo haría.

      —En caso de que lo hayas olvidado, tú fuiste quien me sedujo.

      —Prefiero pensar que lo hicimos los dos.

      —Por supuesto, eso es lo que prefieres pensar.

      —¿Te importa que cambie de tema? —preguntó Hannah, sus mejillas rojas de rubor.

      —Nada de eso. Respóndeme una cosa. ¿Qué espera que suceda si compartimos la misma cama? ¿No quieres que te toque? Bien, no lo haré. Tienes mi palabra de honor.

      Hannah ignoró la pregunta. Sacó una lechuga del frigorífico y un paquete de hamburguesas.

      —¿Te gustaría ensalada de tacos para cenar?

      —Magnífico, para mañana por la noche, porque esta noche cenaremos fuera.

      —¿De veras?

      —Así es.

      Riley le sonrió como un chiquillo. Parecía disfrutar burlándose de ella y mencionaba detalles que podían avergonzarla, posiblemente porque le gustaba ver cómo se ruborizaba.

      —No podrás contarle al niño que te viste obligada a cocinar la noche de nuestra boda.

      —¿El niño?

      Era gracioso, pero ella nunca le había atribuido ningún sexo al bebé. Que él lo hubiera hecho le agradaba.

      —Así lo llamaremos desde ahora, a menos que tú no quieras.

      Lo miró a los ojos y por primera vez tuvo ganas de sonreír.

      —No me importa, aunque pienso que deberías estar preparado por si es niña.

      —Niño o niña, me da igual. Un bebé es un bebé.

      Hannah se sintió más animada con sus palabras, pero no lo demostró.

      —La dama tiene la palabra. ¿Adónde quieres ir?

      Hannah estaba deseosa de comer mariscos, pero era caro y no quería que pensara que ella tenía gustos extravagantes.

      —Cualquier sitio estará bien.

      —No conmigo. Un hombre no se casa todos los días. ¿Te gustaría un bufé de marisco? Está un poco lejos, pero hay un maravilloso restaurante en Hood Canal que tiene una langosta deliciosa.

      —¿Langosta? —Hannah abrió los ojos encantada.

      —Y también gambas, ostras y vieiras.

      —¡Para ya! —dijo Hannah risueña—. Suena demasiado bueno para ser cierto.

      Efectivamente Riley le adivinaba el pensamiento. La tomó de la mano y bajaron a buscar el coche. Tardaron casi una hora en llegar al restaurante, pero una vez allí, Hannah pudo comprobar que había valido la pena. Los olores eran increíbles. Pan caliente mezclado con ajo y ostras recién fritas.

      Hannah llenó el plato con almejas al vapor y pan caliente. Cuando terminó, se sirvió salmón a la parrilla, gambas a la barbacoa y una taza de sopa de almejas. La camarera le llevó un vaso de leche

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