Un mar de amor. Debbie Macomber
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—¿A salir? —Hannah no recordaba que tuviera ninguna cita.
Su padre la tomó cariñosamente del brazo y la ayudó a bajar los escalones de la entrada. La furgoneta estaba aparcada enfrente.
—¿Adónde vamos? —preguntó Hannah. Raras veces había visto a su padre con una actitud tan resuelta.
Raymond no respondió y condujo en silencio algunos minutos antes de llegar a la autopista.
Una vez en ella, se dirigió a Tacoma. Hannah no pudo evitar quedarse dormida. Parecía como si no pudiera transcurrir el día sin que echara un sueñecito.
Hannah abrió los ojos cuando cruzaron el Puente Estrecho hacia la Península de Kitsap. Su padre paró el vehículo frente a unas dependencias militares.
—¿Dónde estamos, papá?
—En Bangor. Vamos a ver a Riley Murdock.
Riley estaba sentado en la oficina del capellán Stewart frente a Hannah Raymond y su padre. Miraba a la joven, pero ella no se dignó hacerlo ni una vez. Estaba sentada con la espalda tan rígida como la de él.
El día anterior, a primera hora, Riley había sido llamado por el teniente Steven Kyle, su jefe inmediato superior, y por el capellán Stewart.
—¿Conoces a una mujer con el nombre de Hannah Raymond? —le preguntó el capellán.
Riley reaccionó con sorpresa. Había estado buscándola frenéticamente durante tres meses. Había frecuentado los muelles de Seattle todos los fines de semana libres, preguntando si alguien había visto a una mujer con su descripción. Sus esfuerzos habían resultado inútiles.
—La conozco —respondió Riley.
—¿Cuánto?
—Lo suficiente —respondió muy serio.
—Entonces tal vez te interese saber que está embarazada —dijo abruptamente el capellán Stewart y lo miró como si Riley fuera un engendro del mal.
Riley sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
—Embarazada —repitió atónito, como si nunca antes hubiera oído esa palabra.
—Dice que el niño es tuyo —añadió su jefe—. Dice que ocurrió durante la Feria del Mar, lo que significa que está embarazada de tres meses. ¿Estás de acuerdo con la fecha?
La furia y la rabia se unieron dentro de Riley hasta dejarlo sin habla. Todo lo que pudo hacer fue asentir con la cabeza y apretar los puños con fuerza.
—¿En la Feria del Mar? —insistió el jefe.
—Puede ser —asintió nuevamente Riley.
—¿Cómo se puso en contacto contigo? —preguntó su jefe.
—No lo hizo —contestó el capellán Stewart.
—¿Entonces quién lo hizo? —preguntó el teniente.
—Su padre, George Raymond. Ha realizado una amplia investigación hasta dar con Riley.
Magnífico. Fantástico. Ahora tendría que enfrentarse a un padre airado. Eso era exactamente lo que necesitaba para empezar su día libre con el pie equivocado.
—George y yo fuimos juntos al seminario —continuó el capellán.
Estaba claro, por la forma en que hablaba, que habían sido buenos amigos.
—Cuando Hannah confesó que el padre de su bebé estaba en la Marina, George contactó conmigo para que te localizara.
Riley no podía creer lo que estaba pasando. El deseo de retorcerle el cuello a Hannah aumentaba por momentos.
¡Hannah estaba embarazada! Con suerte todo saldría mal. Bueno, ahora era él el que no pensaba correctamente. Pero fue ella quien se acercó a él. Riley había dado por hecho, al menos al principio, que ella usaba alguna protección. De no haber sido así, él habría tomado medidas al respecto. Sólo cuando supo que era virgen se preocupó.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó.
Pensó que tal vez estaba pidiendo apoyo, que pagara las facturas del médico, quizá hasta una asignación para cubrir sus gastos mientras no podía trabajar. Riley no tenía intención de evadir su responsabilidad. Él era el responsable y estaba dispuesto a afrontarlo.
El capellán Stewart se puso en pie, caminó por la habitación y se puso una mano en la nuca, como si tratara de ordenar sus pensamientos.
—Como ya te he dicho, George Raymond es un ministro de la Iglesia. En su mente sólo hay una cosa que se deba hacer.
—¿Y ésa es? —preguntó Riley sin olvidar que había dejado la chequera en su apartamento.
—Quiere que te cases con su hija.
—¿Qué? —Riley estaba tan conmocionado que casi suelta una carcajada—. ¿Casarme con ella? ¡Diantre! Si casi no la conozco.
—La conoces lo suficiente —le recordó el capellán—. Mira, hijo, nadie te va a obligar a casarte con ella.
—Puede estar completamente seguro de eso —respondió Riley acaloradamente.
—Hannah no es como las demás mujeres.
Riley no necesitaba que se lo recordaran. Ninguna otra a la que había besado sabía tan bien ni olía tan agradablemente como ella. Ninguna lo había amado como ella. Tanto era así que no podía pensar en aquella noche sin desearla ardientemente.
—Tienes que comprender que Hannah ha sido criada en la iglesia —continuó el capellán—. Su madre murió cuando ella tenía trece años y ella asumió las responsabilidades de la casa. Su hermano mayor es misionero en la India. Esta joven procede de un entorno muy tradicional.
Todo era perfecto. Ella había cuidado de su familia y no dudaba que poseía muchas cualidades, pero Riley no estaba convencido de que el matrimonio fuera la mejor solución al problema.
—Como no quería que su familia sufriera vergüenza, Hannah optó por alejarse de ellos para protegerlos —añadió el capellán.
—¿Adónde? —preguntó Riley alarmado y pensó que acabaría siguiéndola por todo el país antes de que todo esto terminara.
—Espero que no sea necesario que aleje de la zona —dijo el capellán Stewart.
—Lo que quiere decir el capellán… —recalcó el teniente Kyle— es que si te casaras con esa joven se solucionarían algunos problemas. Pero esa decisión es sólo tuya.
Riley se puso tenso. Nadie lo iba a obligar a casarse contra su voluntad. Prefería pudrirse en la cárcel antes que casarse con una mujer que no deseaba. Ante su silencio, el jefe de Riley hojeó una carpeta que estaba abierta sobre su mesa. Riley podría obtener