Un mar de amor. Debbie Macomber
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Después de este breve encuentro, Hannah había decidido quedarse en un lugar desde donde pudiera ver bien el desfile, que acababa de empezar.
Cautivada casi contra su voluntad, se había quedado hasta el final, cuando ya había anochecido. Cuando la multitud comenzó a dispersarse se dirigió hacia el callejón, con la esperanza de que la furgoneta no estuviera bloqueada. Como todavía había bastante gente en la calle, no pensó que habría ningún peligro en ese lugar apartado de la ciudad. Pero según se acercaba al callejón se dio cuenta de que apenas se veía a nadie.
Cuando vio las dos sombras que la seguían pensó ingenuamente que no había ningún problema, al tratarse de dos personas. Pero al darse la vuelta y ver que se acercaban demasiado y con actitud amenazante, supo que estaba en peligro.
A medida que se acercaba a la calle de la Misión, detrás de la cual había aparcado, vio que todavía la seguían. Apretó el paso y agarró su bolso fuertemente. El miedo recorría su cuerpo. Aunque caminaba todo lo rápidamente que podía, los dos individuos acortaban la distancia cada vez más. Había hecho mal en separarse de la multitud. Su padre siempre le había advertido sobre eso. Quizá deseaba morir. Pero de ser así, ¿por qué estaba tan terriblemente asustada?
De pronto vio las luces de un bar del muelle y sin pensarlo dos veces entró apresuradamente. Atravesó una gruesa cortina de humo de cigarrillos y sintió como si todos los hombres la miraran fijamente por encima de sus vasos de cerveza. Al fondo había una mesa de billar donde jugaba un grupo con cazadoras de cuero negro, lo que le hizo pensar que se trataba de una banda de moteros.
Maravilloso. Había saltado directamente de la sartén al fuego. Hannah trató de comportarse naturalmente, como si estuviera acostumbrada a frecuentar esos sitios, pero se había convertido en el centro de atención.
Entonces lo vio. Era el marinero con quien había chocado esa tarde. Estaba en una mesa, su mirada fija en el vaso de cerveza que sostenía. Parecía ser el único que no se había fijado en ella.
Nunca se había preguntado de dónde sacó el valor para dirigirse a él.
—¿Esta silla está ocupada? —preguntó.
Él la miró sorprendido y después frunció el ceño. Lo único que lo hacía menos amenazador que el resto de los que estaban allí era su uniforme de marinero.
Sin esperar respuesta, Hannah se sentó. Sus rodillas temblaban tanto que no sabía si podría mantenerse erguida mucho tiempo.
—Dos hombres me seguían —dijo—. No quiero ser descortés, pero pensé que lo mejor era entrar aquí. Por lo menos ha funcionado por ahora.
—¿Por qué escogió sentarse conmigo?
Parecía divertido y mostró una media sonrisa que Hannah no estaba segura que fuera de bienvenida.
—Usted era el único que no llevaba cazadora de cuero y pinchos.
De todas formas no sabía si había sido ése el motivo o el hecho de haberlo visto antes. Además él era tan serio, tan irresistible. Presentía que era un hombre íntegro.
El marinero sonrió ampliamente ante el comentario sobre la cazadora y los pinchos. Levantó la mano para llamar al camarero.
—Dos de lo mismo —pidió.
—No sé si es una buena idea —dijo Hannah.
Sólo pretendía quedarse un rato hasta que los dos que la esperaban afuera desistieran de su empeño.
—Estás temblando como una hoja.
Tenía razón. Hannah estaba temblando, pero no sabía si era el miedo o algo en su interior que la hacía sentirse atraída hacia él, segura de que nunca le haría daño.
El camarero sirvió dos vasos de una bebida que ella no conocía y al probarla sintió una bola de fuego en el estómago, aunque el sabor no era desagradable, sólo muy fuerte.
—¿Tienes nombre? —le preguntó.
—Hannah. ¿Y tú?
—Riley Murdock.
Hannah sonrió, intrigada por el nombre.
—Riley Murdock —repitió la joven lentamente.
Lo observó mientras llevaba el vaso a sus labios y se admiró de lo sensual que era su boca. Hannah había notado que en algunos hombres los ojos eran lo más expresivo de su rostro. Pero Riley era diferente. Sus ojos eran impersonales, pero su boca expresaba sus pensamientos claramente. La forma en que levantaba las comisuras de sus labios le decía que se sentía intrigado y divertido con ella.
—¿Estás aquí para la feria? —preguntó Hannah.
Riley asintió.
—Estamos en el puerto sólo por unos días.
—¿Te gusta Seattle? —añadió la joven, tratando de establecer una conversación normal.
Tomó otro trago y sintió que el calor asomaba a sus mejillas. Estaba más relajada, aunque un poco mareada, pero no era una sensación desagradable.
—Seattle está bien —respondió él, con el tono de quien estaba acostumbrado a visitar muchos puertos—. Termina de beber y te acompañaré hasta tu coche.
Hannah agradeció su oferta y su paciencia. Demoró todavía algunos minutos hasta vaciar el vaso. Murdock no parecía muy conversador y ella tampoco tenía demasiadas ganas de hablar.
Afortunadamente los dos hombres que la seguían habían desaparecido. Hannah se sintió aliviada, pues no le apetecía una confrontación, aunque se sorprendió al ver la formidable estructura de Murdock cuando se puso en pie. Tenía dos metros de altura o tal vez un poco más y era sólido como una roca. Además de su fuerza física, se adivinaba en él gran fortaleza emocional. Aparentaba tener treinta y pocos años. Hannah sólo tenía veintitrés.
Comenzaron a andar bajo el cielo estrellado. Riley descansaba su mano sobre el hombro de la joven con gesto protector. Hannah se sentía muy bien. Si cerraba los ojos era como si Jerry estuviera a su lado y no un marinero que apenas conocía. Estaba tan cerca de ella, era tan fuerte… Hacía que desapareciera el dolor que la había acompañado las últimas semanas. No quería que este momento terminara. Todavía.
Se pararon en una esquina y Hannah le sonrió tímidamente, aunque con más atrevimiento que nunca, quizá por la bebida, pensó. Murdock la estudiaba atentamente, intentando leer sus pensamientos. Hannah le sostuvo la mirada. Él acarició suavemente el cuello de la joven y Hannah, seductora, rozó los dedos de él con su barbilla. Una cálida sensación de bienestar la embargó. La misma que había perdido. Sin pensarlo, rodeó el cuello de Riley con sus brazos y lo besó. Sabía que lo había sorprendido, pero aunque existían otras formas más sutiles de hacerle saber lo que quería, Hannah era nueva en el juego amoroso y reaccionaba impulsivamente, sin obedecer a razones. Besar a un extraño era algo impensable para alguien como ella. Todo era tan irreal…
Riley no estaba seguro de lo que ella quería. Hundió los dedos en el cabello de la joven y la miró fijamente durante algunos segundos antes de besarla. Hannah