Un mar de amor. Debbie Macomber
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Los dos hombres lo miraban como si él hubiera seducido a Hannah Raymond. ¡No podían creer que había sido ella quien lo había seducido!
Riley había meditado toda la noche sobre la reunión con el teniente Kyle y el capellán Stewart. Hannah esperaba un hijo suyo y el capellán le echaba la culpa a él. Aunque el teniente no lo había dicho, Riley tenía la impresión de que su ascenso estaba en peligro. Todo el mundo parecía saber lo que debía hacer. Todos excepto él.
Ahora, frente a Hannah, se sentía aún más inseguro. La recordaba como una encantadora criatura, pero no tan delicada y etérea. Estaba muy delgada y pálida, por lo que temía que el embarazo estuviera afectando su salud. No podía dejar de preocuparse por su bienestar. La necesidad de cuidarla y protegerla era muy fuerte, pero la apartó para dar lugar a la rabia que había estado anidando durante los últimos meses.
Tenía muchas razones para estar furioso con ella.
—¿Estás convencido de que el niño es tuyo? —le preguntó el capellán Stewart directamente.
El silencio se apoderó de la habitación, como si todos estuvieran en vilo esperando su respuesta.
—El bebé es mío —respondió firmemente.
Hannah lo miró con dulzura, como si le agradeciera que dijera la verdad. Riley deseó levantarse y recordarle que había sido ella quien había huido de él, que si alguien merecía una recriminación, era Hannah.
—¿Estás preparado para casarte con mi hija? —preguntó George Raymond.
—Papá —le rogó Hannah—, no hagas esto, por favor.
Su voz era suave y honesta, y Riley dudó que algún hombre pudiera rechazarla.
—Como tu padre, debo insistir en que este joven haga lo correcto.
—Capellán Stewart —dijo Hannah—. ¿Podríamos Riley y yo hablar unos minutos a solas?
—Está bien, Hannah —respondió el capellán—. Quizá eso sea lo mejor. Vamos, George, tomaremos una taza de café y dejaremos que resuelvan el problema a su modo. Tengo fe en que Murdock lo hará bien.
Cuando la puerta se hubo cerrado Riley se puso en pie y miró a Hannah fijamente, sin saber qué debía hacer, si sacudirla con rabia o tomarla dulcemente en sus brazos y preguntarle por qué estaba tan mortalmente pálida. Antes de que pudiera hablar, lo hizo ella.
—Estoy muy apenada por todo esto —murmuró—. No tenía la menor idea de que mi padre hubiera contactado contigo.
—¿Por qué te fuiste? —preguntó Riley con los dientes apretados, sin saber todavía qué decirle.
—Creo que también te debo una explicación por eso —dijo Hannah.
—Por supuesto que me la debes.
—Yo no quería que nada de esto sucediera.
—Evidentemente —replicó Riley con ira—. Nadie en su sano juicio lo querría. La cuestión es ¿qué diablos vamos a hacer ahora?
—No te preocupes. No es necesario que te cases conmigo. No sé por qué mi padre lo sugirió.
—Aparentemente tu padre no es de tu misma opinión. Parece que cree que si me caso contigo salvaré tu honor.
Ella asintió. Parecía una frágil muñeca de porcelana a punto de romperse.
—Mi padre es un hombre anticuado con valores tradicionales. El matrimonio es lo que esperaría ante una situación así.
—¿Y qué esperas tú? —preguntó Riley con tono más suave.
Hannah puso la mano sobre su vientre como si quisiera proteger al niño. Riley la miró y trató de analizar sus propios sentimientos. Allí crecía un niño. Su hijo. Pero sólo sentía arrepentimiento mezclado con preocupación.
—No estoy segura de que lo quiero de ti —respondió Hannah—. Como intenté decirte antes, me siento muy mal por haberte metido en este lío.
—Hacen falta dos. Tú no has creado ese niño sola.
—Sí, lo sé —dijo Hannah con una tímida sonrisa—. Es que nunca quise implicarte… después de todo.
—¿Así que pretendías huir y tener a mi hijo sin decírmelo?
—No tenía la menor idea de cómo encontrarte —respondió Hannah.
—No parece que tu padre haya tenido ningún problema para hacerlo.
—No sabía si querías que contactara contigo.
—La próxima vez no supongas nada —gritó—. ¡Pregunta!
—Te pido disculpas.
—Eso es otra cosa. Pro, por favor, deja de disculparte.
Riley se sujetó la cabeza con las manos, como si la presión sobre su cráneo lo ayudara a pensar.
—¿Es siempre tan difícil hablar contigo? —preguntó Hannah.
A Riley le gustó el tono de su voz. No se había equivocado. Era una mujer con entereza y fuerza de voluntad, lo que le aseguró que su salud no era tan mala como había sospechado.
—Sí, cuando estoy acorralado —explotó Riley.
Hannah se levantó y fue a buscar su abrigo.
—Entonces déjame asegurarte que no soy yo quien te fuerza a un matrimonio que evidentemente no deseas.
—Tienes razón. No eres tú. Es la Marina de Estados Unidos.
—¿La Marina? No entiendo.
—No espero que lo hagas —rugió Riley—. O bien me caso contigo o digo adiós a un ascenso que llevo varios años esperando. Así me lo ha insinuado el teniente Kyle.
—No tenía ni idea.
—Es obvio que no. Mi carrera podría irse al traste, cariño.
Era una exageración, pero de alguna forma Riley sentía que podía ser verdad.
Hannah hizo una mueca ante la forma despectiva en que pronunció la palabra «cariño».
—Pero seguro que si yo les hablo…si les explico…
—No hay nada que hacer —dijo Riley con tono sarcástico—. Tu padre se aseguró de ello.
—No lo sabía.
—De la forma en que lo veo, no tengo otra maldita elección que casarme contigo.
Ante esto, Hannah levantó la cabeza.