Diálogos y debates de la investigación jurídica y sociojurídica en Nariño. Israel Biel Portero

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transmisión representativa del poder (Sartori, 1993, p. 37).

      Entendida la democracia bajo esta perspectiva, se reduce a mecanismos de participación que no buscan provocar interacción entre los individuos, y la política está definida por los marcos de la esfera pública donde, por lo general, las voces menos audibles no logran llegar, puesto que se ha instaurado una forma común de concebir la política que establece lo que es político y lo que no. De este modo, en muchas ocasiones los temas económicos se consideran meramente económicos y no políticos, desconociendo la estrecha relación que existe entre ellos. Es así como se borran los hilos de conexión entre espacios que se relacionan, porque se marca el terreno de lo privado y lo público. En lo público todos pueden participar, pero no todos pueden decidir, porque algunas esferas privadas ya han configurado y definido la esfera pública.

      En esencia, una democracia basada en la tolerancia fomenta la creación de espacios definidos entre lo privado y lo público. Pero si se va más allá y se desplaza de su centralidad la tolerancia para ubicar en su lugar el reconocimiento, se estará fomentando una discusión de todo, incluso —y especialmente— sobre lo privado que ha configurado la existencia de lo público. La democracia basada en el reconocimiento va más allá de tolerar al otro, porque el fin no es cambiar las instituciones o el modelo económico, sino cambiar a los individuos aceptando el hecho de que también vamos a ser cambiados.

      No puede olvidarse que la sociedad en la que vivimos es fruto de un sistema, de una serie de estructuras y límites que han configurado al ser humano a imagen y semejanza de las relaciones que en ella se dan. La apreciación de Marx, desarrollada en sus obras, con relación a la burguesía como clase social que ha moldeado el mundo a su manera, implica también que se ha hecho lo mismo con el ser humano de acuerdo a su interés. El ser humano de la sociedad capitalista es el resultado de varios años de amoldamiento a la lógica de una sociedad dominada por el capital.

      Entonces, si el motor de esta sociedad está en la producción de mercancías y su finalidad es el capital, los seres humanos que se necesiten formar deberán corresponder a esa realidad. No puede presuponerse que el sistema mercantil, tal como se conoce, forme un sujeto contrario a la esencia de su lógica. Lo más coherente es que los seres humanos que hacemos parte de dicho sistema, aunque no lo queramos, estamos marcados por él.

      Si, como afirmaba Marx, “las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante” (Marx, 1973), puede decirse también que esas ideas son necesarias para las condiciones de existencia del sistema en el que se vive. Por ello una sociedad esclavista podrá formar mentalidades de esclavos y esclavizadores, donde no quede espacio para la igualdad. Y así pasara con cualquier sociedad. Probablemente una idea de democracia basada en la tolerancia pensada para el siglo xviii aún se conciba como válida porque así lo promulgan las ideas dominantes y por ello se valora en extremo la tolerancia, aunque esta pueda ser no tan necesaria como lo era antes.

      En la actualidad la democracia se reduce a un sentido procedimental de aprobación de lo que las mayorías impongan, desconociendo la finalidad última del bienestar general. Esto quiere decir que los procesos de refrendación o procesos de sufragio no son más que hechos procedimentales, por lo que no son una muestra en sí mismos de la presencia de una cultura democrática.

      Puede mencionarse un ejemplo en relación con los axiomas de la moral dominante. Se trata de la supuesta “ideología de género” que tanto molestó a una parte de la sociedad colombiana en el proceso de refrendación del Acuerdo de Paz de La Habana entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las farc-ep. Quienes promulgaban la idea de que en el acuerdo se incluía una “ideología de género” afirmaban que se estaba negociando el concepto de familia y la educación de los niños en las escuelas con la finalidad de convertirlos en homosexuales. El problema de esta mentira —que influyó en la posición de muchos colombianos en el plebiscito sobre los acuerdos— no tiene nada que ver con una estrategia informativa creativa, en el sentido de llamar la atención, o ser novedosa, el problema fue que el mensaje resultó creíble porque se amoldó de manera perfecta a un sentido común católico, machista y patriarcal que desde edades tempranas ha formado a los colombianos y el cual se refuerza con un desinterés en los asuntos públicos. Se apeló a los llamados valores católicos y cristianos con el fin de infundir temor, un “miedo a la implementación de un delirante castro-chavismo, miedo a la pérdida de prebendas y privilegios, miedo a la pérdida del concepto de propiedad privada” (Gómez-Suárez, 2016, p. 62).

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