Paranoia. Germán Ulises Bula Caraballo

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Paranoia - Germán Ulises Bula Caraballo

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se nos malentienda. No es que pensemos que en cada pasillo u oficina de las academias uno se encuentre con potenciales enfermos mentales. Lo que estamos señalando es que la paranoia es la imagen perfecta para captar el registro (y riesgo) de emociones y comportamientos subsiguientes en las organizaciones demasiado jerarquizadas y demasiado obedientes de pruebas estandarizadas y medidas cuantitativas de desempeño. Incluso estamos tentados a decir que los rasgos paranoicos son potenciales condicionados por específicas circunstancias. Las características del paranoico se retroalimentan en medidas, a veces peligrosas, y redundan en escenarios que aseguran poderosos climas de desconfianza y lucha; climas que son situaciones compartidas que exacerban el potencial paranoico de cualquiera de nosotros. Siendo una posibilidad latente, la paranoia debe ser entendida como un trastorno cuyo origen no remite necesariamente a leyes bioquímicas o génesis familiares, sino a circunstancias difíciles (cfr. Zoja 2011, 61-64). De allí que no sea tema exclusivo del tratamiento clínico. Un enfoque más denso, el del análisis psicopolítico, permite asumir el hecho de que el delirio paranoico es el delirio del campo social, esto es, el delirio de la relación con los demás en las muchas dimensiones en que esto ocurre. Si se acepta esto, describir la paranoia es, entonces, asunto de comprender los entornos que conducen a ella y en los que se compromete la salud pública de los vínculos sociales. Veamos.

      En lo compacto de un sistema de organización cerrado y con jerarquías indelebles en el que existe poco margen para comprender y asimilar variaciones en las capacidades de los individuos y los grupos, se agota de manera vertiginosa el crecimiento y la ampliación institucional. Recientemente se ha mostrado que las emociones en las organizaciones tienen un papel fundamental en el desempeño de las personas. Las emociones positivas promueven la exploración y la ampliación de horizontes. Por su parte, el incremento de ansiedad, angustia, recelo, etc., conlleva desempeños institucionales precarios; incremento que es auspiciado por procesos de decisión tipo top-down y por el excesivo impacto de los reguladores basados en estándares extrínsecos —por ejemplo, el Academic Ranking of World Universities.

      Y, sin embargo, que los planes generales, los reglamentos y las directrices institucionales se complementen con plataformas de seguimiento y cuantificación homogeneizantes de las actividades humanas no es lo complicado del asunto. Lo es, en cambio, el medio de competencia en el que florecen tantas actitudes negativas. La desconfianza y la sospecha, como base de las actividades colectivas, no hacen más que apresurar estilos de comportamientos paranoicos. Si en condiciones perturbadas todos compiten por alcanzar una misma meta incondicionada y abstracta, los individuos se harán adversarios y enemigos agresivos, excluyentes y con tendencias a acabar —simbólica o materialmente— con los demás. Si se nos permite decirlo, considérese la fórmula como refiriéndose a una función patológica latente en el devenir colectivo de las instituciones y a un axioma del comportamiento humano de atracción a veces irresistible en la época actual.6

      En la vida institucional asistimos a una combinación de varios factores encaminados a configurar escenarios así. El afán por los indicadores y por las mediciones, las aspiraciones de prestigio y reconocimiento, sumadas a las necesidades de seguridad laboral, económica, afectiva, etc., componen atmósferas en la que se debe desconfiar, sospechar y competir para sobrevivir. Y en condiciones de supervivencia no hacemos otra cosa que explotar en emociones terribles. Y el sujeto, que entre desconfianza y sospecha no quiere más que un respiro y algo que lo haga sentirse mejor, no encuentra otra cosa que la miseria del malestar que le espera. Las amenazas no ceden. Las agresiones se perpetúan. Los rumores circulan. Las mediciones no faltan. Pero este sujeto —que es cualquiera de nosotros— no desea quedar marginado. No busca ser explotado. Y tampoco aceptaría perder los medios para sostenerse. No quiere perder su integridad social. Anhela ser aceptado, que lo aprecien. Espera ser escuchado. Aspira a que su trabajo sea valorado. También aspira a compartir tiempo con los demás. Quiere sentirse a gusto en las reuniones. Ser saludado. Necesita sonrisas. Por supuesto, reconocimiento. Pero no sabe de confianzas ni de simpatía para con los demás.7 Solo sabe tramar sus estrategias, preventivamente más sofisticadas, para alcanzar los estándares que le sobrecogen.

      Así olvida (o quiere olvidar) la necesidad profunda que tiene de compañía. Sin los amigos, los compinches, los colegas, los compañeros, los compadres, etc., el tiempo de la vida se llena con prejuicios, con ideas solitarias, con resoluciones peligrosas, trampas. Podemos preparar la mente y el cuerpo para los altos rendimientos exigidos, pero, en el fondo, algo oscuro es cultivado: al inhibir las capacidades de colaboración, se multiplican los impulsos destructivos (cfr. Zoja 2011, 49). Si las circunstancias son favorables, las personas normales, trabajadoras y honestas, pueden convertirse en odiosos contendientes en una carrera de alta tensión emotiva en la que proliferan insanas concentraciones de intereses banales (publicidad, adulación, loa, aplausos, etc.) y negativos estímulos (miedo, agresión, coerción), todo en contra de la inteligencia y la capacidad de acción, y con la desaparición de los principios morales y los valores éticos precisos a la vida en comunidad.8

      Queremos decir con esto que los climas de competitividad son escenarios ideales para la paranoia. Decirlo tan escuetamente sirve para resaltar el hecho de que, en ciertas condiciones, nos hacemos a la peor parte de la actividad afectiva. En las condiciones propicias, los oscuros comportamientos dan cuenta de lo que somos capaces. En alguna medida, ellos nos descubren.9 En escenarios históricos, Zoja ha descubierto que “el hombre inmerso en la multitud, que pide a gritos la muerte de una minoría, es simultáneamente el mismo que, hace unos minutos, ayudaba a sus hijos a hacer su tarea escolar” (2011, 54).

      Este punto de vista es fundamental porque pone en evidencia la posibilidad de reconocer, en cualquiera de nosotros, el potencial para la envidia, el miedo, la vergüenza, el desvalimiento, el narcisismo. Así, se entiende que no es asunto de los “malos por naturaleza” o de los irracionales, de los que tienen poca estima de sí, de los iracundos, de los irresponsables que no entienden nada de nada. Es asunto de ver en qué situación nos vemos con la condición latente del malestar y de ver en qué medida nos “obliga” a la ira, los celos, la envidia, la soledad.

      Los caracteres de la situación o el medio patológico en el que la paranoia se gesta son:

      1) Sectarismo. Tendencia relativa al interés por la formación de “parches”. La paranoia conduce a la masa, y esta es el resultado de la diferenciación entre ellos y nosotros según topos excluyentes.10

      2) Limpieza ideológica y censura discursiva. Tener que pensar dos veces qué decir, saber que hace falta cierta “diplomacia”, cierto toque en la entonación, pensar que es importante saber escoger las palabras, susurrar, etc., son recursos que revelan situaciones en las que predominan ideas, parámetros, valoraciones, etc., contra las que no se debe ir porque están respaldadas por mayorías o por alguna autoridad. Entre los patriotismos y los fanatismos, pasando por la simple afinidad o cercanía a los ideales que implican entregas incondicionales, se urden condiciones en las que los sujetos arriesgan su visión crítica para entregarse a directrices rígidas y a actividades masivas. Así, hace falta cuidarse de los grandes proyectos, las enormes tendencias institucionales y las masivas incorporaciones, los icónicos y carismáticos líderes aun si son loables tales proyectos, aun si tales tendencias son de alta estima, aun si las palabras del dirigente estimulan “la parte buena” en cada uno de nosotros. No pensar prestado: siempre debe preservarse la sensatez crítica y la resistencia moral, pues en esto radica la capacidad de pensar con autonomía.

      3) Eliminación de diferendos. No poder desmentir u oponerse y no poder discutir abiertamente son limitantes que no solo implican silenciamientos explícitos o prohibiciones. Presupuestos implícitos de censura en el discurso hacen imposible algunos razonamientos y el planteamiento de problemas. Esto pasa por muchos lugares: desde la autoridad del interlocutor, hasta el temor a perder el trabajo, la dignidad, la posición ante los demás, etc., incluyendo el rechazo en los pasillos o el miedo a que ya no te inviten a las reuniones… Todo forma parte de una pragmática que determina comportamientos en las discusiones —en las grandes y en las pequeñas, está claro.11 Cuando se institucionalizan

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