Paranoia. Germán Ulises Bula Caraballo

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Paranoia - Germán Ulises Bula Caraballo

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continua. La integración de la academia al ámbito de los servicios y el consumo es perfectamente visible en el prestigio de los profesionales, etc. Se trata de modificaciones históricas que impactan la organización universitaria y el ethos institucional de maneras que son objeto de constante análisis, crítica y reflexión (cfr. Wende 2011, 233-253; Pechar y Lesley 2011, 25-52).

      Ahora bien, es tiempo de reconocer que el impacto de los procesos asociados al mercado, las necesidades económicas, la calidad de la educación, etc., envuelven y enredan algo tan profundo como las discusiones en torno a los recientes desafíos de la universidad —financiación, transnacionalización, paso del conocimiento universitario al conocimiento aplicable y contextual, educación a distancia, innovación, empleabilidad, transformación social, etc. (cfr. Santos 2005, 13-36). Este sería nuestro modesto aporte en el escenario de la inmensa discusión sobre la universidad: pensamos que no solo la crisis de la idea de universidad en el siglo XXI es la que conduce a los problemas más interesantes. Digamos que la universidad merece más que reflexiones acerca de las características culturales y sociales que ha perdido en el devenir del Capital en los últimos años. Es igual en el otro extremo: es insuficiente la apología al conocimiento práctico y a las búsquedas de justicia social que a veces suelen usarse como tutela institucional de los intereses de financiación —y en algunos casos de simple rédito (cfr. Wæraas y Solbakk 2009, 449-462). Quizá se pueda pensar que son los motivos y el sentido mismo de las actividades de formación, investigación y extensión los que están puestos en juego en el escenario que podríamos llamar —con de Sousa Santos— el mercado emergente y competitivo de los servicios universitarios.17

      En esta cuestión estamos profundamente embrollados. Los jefes de unidades y departamentos, los secretarios académicos, los profesores universitarios e investigadores, los estudiantes, los representantes administrativos, los asistentes, el personal de servicios generales, etc., todos nos situamos en una carrera burocrática, seguimos el interés por los ingresos regulares, tenemos el signo de la evaluación, enfrentamos el tema de la productividad y mantenemos relaciones institucionales —más o menos— jerarquizadas en un armazón de prácticas y luchas dominadas por la síntesis de competitividades empresariales y las nuevas relaciones entre investigación, saber y docencia. Ello tiene efectos directos sobre la producción de conocimiento, sobre las estructuras administrativas y curriculares y sobre el ejercicio libre, independiente e incondicionado del pensamiento y la crítica. Pero, sobre todo, la competitividad empresarial y el espíritu de la técnica tienen efectos negativos en la flexibilidad institucional y los esquemas adaptativos necesarios en la producción de conocimiento nuevo y en el ejercicio de la ciudadanía, el cultivo de las emociones y el fomento de horizontes plurales de trabajo y vida. Creemos que es importante atender el hecho de que el éxito académico y el prestigio universitario son valorados según estrictos criterios de productividad y eficiencia.

      Por otra parte, tenemos la situación de ver que la universidad está cada vez más preocupada por el conocimiento socialmente útil y el conocimiento rentable en una indistinción que —de no ser resuelta— deja las puertas abiertas a transformaciones problemáticas en los objetivos, los valores y los procesos de formación, investigación y extensión;18 transformaciones que tocan temas como la erosión de la libertad académica, la seguridad laboral, la valoración de la producción intelectual, las actividades de docencia, investigación básica e incondicionada e investigación aplicada, así como la relación entre docencia e investigación, las identidades profesionales, la construcción de programas académicos, etc. (cfr. Naidoo 2005, 49-53; Peters y Olssen 2005, 62-69). Nuestra tesis sostiene que el riesgo de comportamientos paranoicos es propio del Homo academicus.

      Los temas, problemas y factores que hemos mencionado ofrecen terrenos, y bien interesantes, de trabajo e investigación en torno a los efectos en la vida universitaria de la pujante búsqueda da calidad y otros horizontes de la educación superior. Si se nos permite decirlo una vez más: Homo academicus es, pues, la expresión de quienes coexistimos en el escenario universitario reciente, donde es impresionantemente fortalecida la búsqueda de prestigio académico y capital científico y las necesidades de generación de ingresos y aplicabilidad técnica por la vía de un sistema de recompensas y sanciones que favorece actividades de competencia con resultados en las interrelaciones humanas y en los procesos institucionales que hace falta interrogar constantemente.

      Todo está ahí: las instalaciones, los recursos, las personas, las convocatorias, los premios, los proyectos y las metas, el sueldo, el tiempo, las descargas. Pero algo pasa: las personas están mal. No se sonríe mucho. Hay malestar y rumores. Angustias. Pesadumbre. La situación es triste. Empobrece. ¿Qué pasa?19 En escenarios enfermizos no tenemos más que patrones de colegialidad hueca: podemos estar juntos, sentarnos en las mismas reuniones, compartir eventos, transitar en los mismos pasillos, comprometernos con las responsabilidades del departamento, vernos cotidianamente, tomar café y saludarnos, pero nada de esto traduce —al menos no necesariamente— acercamientos, proximidades, sociabilidad.20 La estructura institucional, aunque eficiente, rentable y con prestigio y calidad, puede al mismo tiempo esquivar aspectos fundamentales de los vínculos humanos. Por ejemplo, el hecho de que la comunicación horizontal es más efectiva que los controles administrativos y las sanciones.21 O que la situación de cercanía institucional no conlleva directamente el trabajo mancomunado. La competencia entre colegas, y también entre dependencias y oficinas, por alcanzar mejores resultados y por obtener mayores puntajes en los indicadores de eficiencia y productividad puede producir distorsiones y luchas intestinas en las comunidades académicas (cfr. Naidoo 2005, 45-56).

      Ahora bien, mucho del asunto se relaciona con el hecho de que la universidad ha crecido en envergadura y con el hecho de que la calidad de la educación se ha convertido un asunto de indicadores, productividad, etc. La universidad opera —a veces sin restricción y a veces con autonomía— en función del capital académico y científico de sus instancias, procesos, agentes, productos, servicios, programas —todos, de nuevo hay que decirlo, evaluados según patrones externos y estándares.

      En efecto, es impresionante el número y la diversidad de instituciones de educación superior existentes a lo largo del mundo; todas, de alguna manera guiadas por sistemas internacionales de clasificación y por criterios de gestión pensados para la medición, comparación y valoración de las actividades de formación, investigación y extensión, además de las actividades de administración institucional. Nos atreveríamos a decir, incluso, que la competitividad es un rasgo estructural de la educación, en el sentido de que el devenir de las instituciones universitarias se conforma según patrones de posicionamiento estratégico correlativos a lineamientos para la medición y valoración de procesos, agentes, productos, actividades. Todo este asunto de las mejores universidades, de las jerarquías de los programas (técnico, tecnológico, profesional, de posgrado), de la selectividad en la admisión, de la necesidad de recursos, de la ideología del conocimiento útil, de la valoración social de las profesiones, de la cualificación de los profesores… —no somos exhaustivos en la lista— es expresión de la existencia de tales patrones y lineamientos de la educación superior.

      Es una realidad circunscrita. Es más, podemos aceptar, sin demasiada resignación y sin pesimismo, que son más o menos forzosas las presiones que produce el mercado, la búsqueda de ranking, los criterios y jerarquía administrativos y las necesidades de calidad y prestigio, etc. Tan forzosas son que existen pocas posibilidades de que dejen de aparecer, en el horizonte de las instituciones universitarias, los cálculos realistas y el jalonamiento político e institucional que producen. Y, sin embargo, llamamos la atención sobre los desgastes anímicos y las consecuencias laborales que tiene el vaciamiento de orientaciones y sentidos polémicos respecto de la compresión de la educación como un producto que debe presentar diferenciaciones y de la universidad como una empresa que se alimenta de ventajas comparativas. Ninguna organización es perfecta. Ni las universidades privadas ni las públicas.

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