En busca de un hogar. Claudia Cardozo

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En busca de un hogar - Claudia Cardozo HQÑ

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y giró con ella para ver lo que había llamado su atención, encontrando la razón de inmediato, la misma que ahora charlaba amistosamente con su madre.

      —Si me permite un consejo indiscreto, señorita Braxton, no permita que le afecte tanto. —La joven lo miró con expresión sorprendida, a lo que él respondió con una sonrisa amistosa—. Se lo digo por experiencia, no siempre nuestros familiares saben lo que es mejor para nosotros.

      —Es fácil para usted decirlo, es hombre —Juliet no pudo reprimir que su respuesta sonara a una acusación—. Su madre no puede obligarle a hacer nada.

      Tras pensar un momento en ello, Robert tuvo que aceptar la verdad de su afirmación. Tal vez su madre lo volviera loco a veces con sus deseos de verlo casado, pero sabía que la decisión era solo suya, además de que aun cuando pudiera hacerlo, ella jamás lo obligaría a un matrimonio solo por conveniencia; lo amaba demasiado para eso. El caso de la joven Braxton era muy diferente; no solo estaba bajo la custodia de su tío y abuela, lo que les concedía todo el poder para decidir por ella, sino que por lo que había logrado analizar de su relación, lady Ashcroft, al menos, no era una persona muy amorosa.

      —Tiene razón, no es nada justo, lo lamento.

      Ella abrió tanto los ojos que estuvo a punto de reír, pero se contuvo para evitar ofenderla.

      —Es la primera vez que un hombre lo admite ante mí.

      —¿Y se lo ha preguntado a muchos?

      —Bueno, solo a mi primo Daniel, y a uno de mis tíos —reconoció de mala gana—, pero, aun así, no es algo que esperara oír.

      —En ese caso, me alegra haber conseguido sorprenderla; en el buen sentido, claro.

      La música cesó entonces, y aun cuando le hubiera gustado continuar bailando con ella, sabía que eso solo desataría habladurías que no le harían ningún bien a su reputación, de modo que la acompañó hasta la mesa de bebidas, donde su primo permanecía de pie con expresión seria.

      —Hola, Daniel, ¿te estás divirtiendo? —Juliet sonrió en cuanto llegaron a su lado.

      —No podría ser de otra forma. —El conde captó el sutil tono mordaz—. ¿Quieres limonada?

      —Sí, claro, gracias.

      —Le ofrecería un poco, milord, pero creo que necesitan hablar con usted. —El joven Ashcroft hizo un gesto con una mano.

      Robert miró sobre su hombro y reprimió un suspiro al ver a lady Wilkfield, la misma que le hacía señas desde el otro lado del salón; su hija, una jovencita aburrida y tan vanidosa como su madre, le sonreía también.

      —Por supuesto, si me disculpan. —Inclinó la cabeza en dirección a los jóvenes antes de ir hacia allí.

      Juliet lo vio partir con un aire de melancolía que Daniel notó de inmediato.

      —Al parecer se llevan muy bien —comentó, entre un sorbo y otro de su bebida—; ten cuidado, la abuela podría saltar a conclusiones que no te van a convenir.

      —¿De qué hablas?

      —Por favor, Juliet, no eres nada tonta, a ella le encantaría verte casada con un conde, casi puedo oír sus aplausos —arrastró las palabras con ese tono burlón que reservaba para las personas que le disgustaban—. Pero a él, en cambio, no creo que le entusiasme mucho la idea de que lo involucren contigo.

      —Creo que eso es lo más desagradable que me has dicho jamás. —No podía creer que Daniel se expresara de esa forma—. Y solo para que lo sepas, no estoy en absoluto interesada en ese hombre; además, no me importa lo que la abuela pueda pensar.

      Su primo debió de comprender lo mucho que la había ofendido porque dejó su vaso sobre la mesa y se acercó a ella con expresión arrepentida.

      —Juliet, por favor, perdóname, no pretendía insultarte, lo juro —se apresuró a explicar—. Cualquier hombre sería muy afortunado de que mostraras interés en él, por supuesto; me refería a que el conde Arlington es diferente, no puedes imaginar las cosas que he oído desde que llegué…

      —¿A qué te refieres?

      Daniel pareció avergonzado por su exabrupto, y miró de un lado a otro para comprobar que nadie les oía.

      —No tiene importancia.

      —Primero me ofendes y luego pretendes ocultarme cosas. —Juliet lanzó un resoplido que su abuela habría desaprobado.

      —Está bien, supongo que no tiene nada de malo que te lo diga; después de todo, no es asunto nuestro y tampoco es un tema que esté prohibido para ti. —Hizo el ademán de recibir su vaso para poder acercarse un poco más a ella—. Según dicen por aquí, todo el mundo en el condado sabe que este hombre se niega a casarse a pesar de las insistencias de la condesa; al parecer el matrimonio no le entusiasma, aunque como puedes ver, no es que le falten candidatas para escoger.

      Juliet dirigió la vista de inmediato al lugar que Daniel señalaba, donde el conde se mantenía enfrascado en una conversación con esa dama que lo llamara con tanto entusiasmo, mientras una joven, que debía de ser su hija por el gran parecido, le sonreía con lo que, aún desde esa distancia, le pareció una actitud sugerente.

      —Ahora comprendes a lo que me refería. —Daniel siguió su mirada—. No importan las artimañas de la abuela, ese hombre nunca se relacionaría con una joven como tú porque eso significaría ponerse en una situación a la que rehúye como a una plaga.

      —Por supuesto, entiendo perfectamente lo que dices y es una suerte para mí. —Lo miró con expresión altanera—. Espero que la abuela oiga lo mismo que tú, así me libraré de situaciones ridículas, aunque supongo que el conde en persona se encargará de disipar cualquier esperanza que se haya permitido albergar.

      —Exacto, tienes mucha suerte. —Daniel le sonrió con una mueca de satisfacción—. Ahora, prima querida, ¿serías tan amable de perdonarme y bailar conmigo? Si permanezco inmóvil un momento más la abuela se encargará de presentarme a cuanta jovencita se cruce en su camino.

      Juliet suspiró, y asintió sin pensarlo mucho, le vendría bien bailar después de esa pequeña discusión; lo único que esperaba era que Daniel no tuviera muchas ganas de hablar, porque lo que ella deseaba era usar ese momento para pensar.

      ¿En qué? No estaba del todo segura; quizá en lo que acababa de oír referente al conde, que bien pensado, no era algo que debiera impresionarla. Era bien sabido que muchos aristócratas de su edad se negaban a contraer matrimonio porque preferían mantenerse solteros y gozar de las libertades que ese estado les ofrecía.

      Y tal y como le mencionó a su primo, podía considerarse afortunada de que así fuera, ya que su abuela no tendría más alternativa que renunciar a sus obvias pretensiones de emparejarlos. Así ella podría respirar tranquila y preocuparse por lo que consideraba el verdadero propósito de su vida: regresar a casa.

      Tan pronto como pudo deshacerse de lady Wilkfield y su más que entusiasta hija, Robert bailó con dos damas a las que conocía desde hacía lo suficiente como para compartir un momento agradable, y tras ir en busca de su madre, la encontró charlando animadamente con lady Ashcroft.

      —Querido, ¿no es hermoso? —La condesa señaló

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