En busca de un hogar. Claudia Cardozo

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es verdad, es hermoso —le sonrió—. ¿Me ayudaría a probármelo?

      Dejó a lady Ashcroft a solas en la habitación en tanto ambas ibas tras la mampara, sin dirigirle una sola palabra.

      Capítulo 7

      Al contemplar los jardines desde la ventana de su despacho, Robert Arlington pensaba en lo orgullosa que debía de sentirse su madre.

      Aún no llegaba un solo invitado y, mientras ultimaban los detalles para el baile, lo que en su opinión solo conseguía provocar un caos que prefería evitar, Rosenthal se veía más impresionante que nunca.

      Como una obra de arte, se dijo con una sonrisa, recordando la expresión de la joven Juliet Braxton.

      Sería agradable verla una vez más, aunque tenía muy claros sus motivos, y el cuidado que debería tener para evitar que su madre sufriera una decepción, así como también perjudicar a la joven de cualquier forma. Si bien encontraba su charla muy interesante, y le complacía que tuvieran gustos en común, no deseaba que albergara falsas esperanzas.

      Era un verdadero problema ser un soltero si es que ello acarreaba tantos dolores de cabeza. Por suerte, otorgaba también muchas ventajas que compensaban cualquier mal rato que debiera pasar.

      Unos suaves golpes a la puerta lo sacaron de su abstracción y sonrió al ver aparecer a su madre, toda radiante y sonriente.

      —Querido, empezarán a llegar en cualquier momento; por favor, acompáñame.

      —Por supuesto, será un honor llevar del brazo a la dama más bella del baile.

      —Eso es muy amable por tu parte. —La condesa colocó una mano en su brazo y le dio un golpecito cariñoso—. Pero seré más feliz si compartes la fiesta con personas más apropiadas.

      —¿Apropiadas exactamente en qué sentido?

      En tanto cruzaban el amplio corredor, hasta llegar al vestíbulo, la dama negó con la cabeza, dirigiendo a su hijo una astuta mirada.

      —No lo sé, querido, estoy segura de que tú encontrarás el sentido preciso sin ayuda.

      El conde la contempló con una ceja alzada, pero no tuvo tiempo para una réplica apropiada, porque el sonido de los carruajes anunció la llegada de los primeros invitados y se apresuró a ocupar su lugar.

      Cuando su madre dijo que pensaba invitar a todo el mundo, se aterró, pero luego se convenció de que no podía ser más que una exageración provocada por un momento de emoción. Ahora no estaba tan seguro de eso.

      Los más conocidos miembros de la sociedad de Devon, y de Londres también, por supuesto, desfilaban frente a él, y ya había desistido de intentar contarlos, una vieja costumbre adquirida desde pequeño.

      Tras saludar con una venia a la quinta, no, debía de ser la sexta dama de la noche que se acercaba a saludarlo con una pobre joven de semblante asustado a la que llevaba casi a rastras, se dijo que debió suponer que su madre se las arreglaría para invitar a tantas jóvenes casaderas como le fuera posible.

      Nunca se había considerado un hombre que pudiera espantar a una jovencita impresionable, pero bien pensado, tal vez fuera demasiado notorio el desagrado que esa situación le causaba; el disimulo no era uno de sus fuertes, aunque sabía cumplir con su obligación de anfitrión, por lo que procuró mantenerse tan impasible como le era posible.

      No se dio cuenta de ello, pero en cuanto vio la figura envarada de lady Ashcroft cruzando la entrada, soltó un suspiro de alivio; empezaba a pensar que no llegarían. Tras ella iban los Sheffield, ella con un horrible sombrero que le recordó a un ave disecada, y él, tan orondo como siempre.

      Pero no estaba interesado en ellos, no más de lo usual; es decir, prácticamente nada, su mirada estaba clavada en un punto más alejado, y una sonrisa satisfecha se dibujó en sus labios al ver a Juliet Braxton caminar con paso tranquilo sin dejar de hablar con el joven que iba a su lado.

      Ese debía de ser Daniel Ashcroft, por supuesto, su primo; casi había olvidado su existencia, lo que era vergonzoso, ya que también estaba en deuda con él. Tuvo apenas unos minutos antes de que el grupo llegara a su altura para poder examinarlo con discreción y no estaba seguro de qué impresión le causó.

      Era un joven atractivo, eso era innegable, y se movía con una despreocupación que encontró peculiar considerando su edad; sin embargo, por alguna razón que no deseó analizar, le extrañó la notoria diferencia en la forma en que miraba a su prima y a las personas que le rodeaban. Con la primera era abiertamente amable, mientras que a los otros les dispensaba una mirada entre aburrida y desdeñosa.

      Su madre, a su derecha, empezó los saludos, dirigiéndole palabras de elogio a lady Ashcroft, que le correspondió con igual deferencia, mientras los Sheffield esperaban su turno; una vez que esto ocurrió se vio frente a la anciana, que lo trató con la misma cortesía de la última vez que se vieron.

      Solo cuando los Sheffield hubieron pasado al salón, se permitió dirigirle una mirada de soslayo a la joven Braxton, que conversaba animadamente con su madre, y se entretuvo apreciando el vestido que llevaba, tan azul como sus ojos, con una suerte de adorno en el pecho que no sabía cómo llamar, pero que la hacía ver aún más bella.

      En cuanto la tuvo frente a sí, tomó su mano y besó el dorso con caballerosidad, sin poder reprimir el deseo de retenerla por más tiempo del apropiado, solo para ver su reacción; y esta fue tal y como esperaba. Alzó ambas cejas y, tras parpadear con azoro, la retiró con delicadeza.

      —Milord, es un placer visitar Rosenthal una vez más.

      —Señorita Braxton, es Rosenthal la que se ve engalanada con su presencia, gracias por venir —bajó un poco la voz para que solo ella lo escuchara—, y a mi despacho le encantará mostrarle las pinturas de las que le hablé.

      Le agradó verla sonreír. Mucho.

      —Bueno, no me gustaría defraudar a su despacho, milord.

      —Excelente, porque se sentiría desolado de no poder deleitarse con su presencia.

      —Gracias por el recibimiento. —La joven hizo una venia y miró a su primo, quien tras hablar con lady Arlington esperaba su turno para saludar al conde—. Si me disculpa, iré a reunirme con mi abuela.

      El conde hizo una reverencia y la vio partir, volviendo su atención al joven que lo miraba con poca simpatía.

      —Milord, gracias por la invitación.

      Las palabras brotaron con un tono displicente que encontró muy molesto.

      —Ashcroft, es un honor recibirlo en Rosenthal, lamento que no pudiera acompañar a su abuela y su prima en su anterior visita. —Sabía que las otras personas esperando en la fila oían lo que decía, por lo que era necesario guardar las apariencias.

      —Sí, lo lamenté mucho, pero ya que su señoría ha tenido la gentileza de invitarme una vez más, no me lo perdería por nada del mundo.

      —Bien, sea bienvenido.

      Tras una cabezada, el joven se encaminó al salón, sin volver la mirada.

      —Es

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