En busca de un hogar. Claudia Cardozo

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diferencia entre encontrar interesante a una joven y estarle eternamente agradecido, a fantasear con su rostro y voz.

      Si su madre notaba el efecto que Juliet Braxton ejercía sobre él, entonces sí que estaría perdido. Casi podía escucharla fantaseando acerca de velos y encajes; la sola idea le provocaba escalofríos.

      No que le disgustara en absoluto la posibilidad de relacionarse a futuro con una jovencita como ella; tenía claro que algún día se vería en la necesidad de casarse y podría considerarse afortunado si lograba encontrar a otra como ella, con su encanto y delicadeza; pero futuro era la palabra clave.

      En el presente, no estaba interesado en perder su soltería, aunque se le presentara un batallón de jóvenes bellas y encantadoras; simplemente, estaba por completo fuera de discusión. Aún era joven y esperaba disfrutar de algunos años más de soledad antes de «sentar cabeza», como su madre decía.

      Mientras ello ocurría, su plan era aprovechar al máximo la libertad, y ninguna señorita Braxton pondría sus propósitos en peligro.

      Si había algo que a Juliet le disgustaba más que verse en un país que no consideraba el propio y tener que soportar a una abuela que creía tener el derecho de decidir cada aspecto de su vida, era el probarse un vestido tras otro.

      Podría considerarse una queja absurda e infantil, pero quien no pasara por semejante tortura no tenía idea de lo difícil que resultaba.

      No que no le gustaran los vestidos, los encontraba hermosos y sabía lo afortunada que era al contar con tal variedad, pero hubiera preferido tener la libertad de escoger el que mejor le pareciera en lugar de desfilar frente a lady Ashcroft como un maniquí humano sin emociones, a fin de que fuera ella quien eligiera el que le pareciera más apropiado cuando sería Juliet quien debiera llevarlo.

      Pero discutir con su abuela y pretender que comprendiera un concepto tan lógico era simplemente ridículo, de modo que no tuvo más alternativa que cumplir con ese odioso ritual.

      Lo único que le emocionaba era la idea de ver Rosenthal una vez más; y de ser posible, escabullirse para contemplar las pinturas que el conde Arlington prometiera mostrarle. La sola posibilidad de que pudiera hacerlo resultaba suficiente para controlar su mal humor y le daba un motivo para esperar la fecha del baile con entusiasmo.

      Claro que este nunca podría rivalizar con la felicidad extrema que mostraba su abuela ante la perspectiva de mostrarla como a una muñeca ricamente ataviada ante la sociedad de Devon, pero no era algo que a Juliet le molestara, ya que lamentablemente se encontraba más que acostumbrada. Y la sociedad de Devon nunca podría ser tan desagradable como la de Londres.

      —¡Azul!

      La joven casi tropezó con el ruedo de su vestido, y se dio de bruces contra la pobre costurera al oír el grito de su abuela. Debía recordar no abstraerse en sus ensoñaciones cuando estaba en su presencia.

      —¿Qué ocurre, abuela? ¿Qué es azul?

      —El vestido, por supuesto. —La dama mostró ese rictus inconforme que le era tan familiar—. No comprendo cómo puedes ser tan distraída, niña. Digo que el vestido debe ser azul.

      —Me gusta este. —Juliet miró su atuendo de un tono verde pálido sin mayor emoción.

      —Pero es que el azul hace juego con tus ojos. —Su abuela sacudió la cabeza con gesto decidido—. Este no me convence… podría ser blanco también, pero ya usaste uno de ese color en la última visita a Rosenthal.

      Juliet suspiró, procurando mantener la calma.

      —En ese caso, probemos con uno azul. —Le sonrió a la costurera que apenas se recuperaba del susto—. Prefiero los tonos pálidos, si es posible.

      —Creo que tengo uno que podría gustarle, señorita —apenas se atrevió a susurrar—; se lo traeré en un momento.

      Vio a la mujer salir con cuidado de la amplia habitación que ocupaba en casa de los Sheffield y ahogó un suspiro.

      —Recuerdo la última vez que asistí a un baile en Rosenthal; fue una velada maravillosa —su abuela retomó la palabra—. Debes verla de noche, Juliet, a la luz de los candelabros en el gran salón, te gustará mucho.

      —Estoy segura de que así será, abuela.

      —El conde ha sido tan amable al organizar este baile en honor a su madre, y ella al invitarnos, por supuesto. —Lady Ashcroft ignoró el comentario de su nieta—. Espero que esta vez Daniel asista y se comporte como el caballero que es.

      —No fue por su gusto que debió declinar esa invitación, abuela —Juliet no pudo reprimir una réplica a ese comentario que le pareció injusto—, y Daniel es perfectamente capaz de comportarse como corresponde, no debes preocuparte.

      La dama se envaró en el asiento, prestando por primera vez su completa atención a lo que la joven decía.

      —Sé que lo es, y justamente por ello es que me desconciertan sus maneras tan poco apropiadas; más le vale que reprima esos comentarios sarcásticos que tanto le gusta proferir —refutó de mal talante—. En cuanto a ti, espero que des una excelente impresión; no quiero verme en la necesidad de llamarte al orden, ya no eres una niña.

      Juliet frunció el ceño ante esa observación.

      —No comprendo a qué te refieres, abuela; dijiste que mi presencia en Rosenthal había sido muy bien recibida.

      —Y así fue, por supuesto, pero no creas que no reparé en la falta de cortesía que mostraste con el conde.

      —¿Falta de cortesía? No te entiendo, abuela, fui muy cortés con él, te lo aseguro; es más, recuerda que le acompañé a visitar la galería de pinturas.

      —Oh, sí, te vi, y parecía que te llevaban al cadalso. —La dama apretó los labios hasta que casi perdieron su color—. El pobre hombre debió de sentirse muy ofendido por tu actitud.

      La joven sintió cómo la sangre le hervía en las venas; si el comentario referente a la actitud de Daniel le había parecido injusto, esto era absurdo. ¿Cómo podía su abuela decir algo así? Ella no tenía cómo saber la forma en que se había comportado cuando estuvo a solas con el conde, y en todo caso, estaba segura de que había dejado una impresión muy correcta en su visita a Rosenthal.

      La idea de que insinuara que debió ser más amistosa, o tal y como hacían otras jóvenes de su entorno, casi insinuantes de una forma vergonzosa, le pareció repulsiva. No pensó jamás que su abuela llegara a tales extremos para satisfacer sus ambiciones.

      —Insisto en que no entiendo a qué te refieres, abuela. —Sabía bien que exponer su rechazo no le ayudaría en nada; su abuela jamás admitiría cuáles eran sus intenciones—. Tal vez te confundiste, ya que tengo la plena seguridad de que me comporté tal y como mis padres hubieran aprobado.

      La anciana no tuvo tiempo de replicar a esa respuesta cargada de intención, y aunque hubiera sido así, no habría podido articular una respuesta satisfactoria. Fue una suerte que la costurera volviera en ese momento con otro par de vestidos en los brazos.

      —Este azul es hermoso, señorita; con sus ojos y su figura, se verá como un ángel. —La pobre mujer sonreía con nerviosismo, como si sintiera la tensión en el ambiente.

      Juliet

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