Papel pintado. Diego Giacomini
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En definitiva, el oro y la plata se impusieron porque pasaron a tener la máxima comercialidad. Esta cualidad no cae del cielo, sino que depende de tres atributos: i) divisibilidad; ii) durabilidad y iii) portabilidad. A mayor divisibilidad, durabilidad y portabilidad de un bien, mayor capacidad para ser dinero. A lo largo de la historia hubo una importante variedad de mercancías (tabaco, azúcar, sal, té, lana, etcétera) que por su alto grado de comerciabilidad fueron utilizados, igual que el ganado, como dinero. Sin embargo, el oro y la plata desplazaron a las otras mercancías en ese rol. Su uso se fue extendiendo hasta generalizarse: eran divisibles, durables y portables. Además, su abundancia era lo bastante limitada como para tener un valor aproximadamente estable, pero no tan escasa como para que su producción y distribución fueran muy complicadas.
Dado que los metales siempre se comerciaron y valoraron en función del peso, cada unidad monetaria siempre se originó como una unidad de peso de oro o plata (13). A lo largo de la historia todas las monedas fueron concebidas como una unidad de peso de metales preciosos, equivaliendo a cierto peso en oro o plata. Sin embargo, hay que aclarar que todo el oro y la plata en existencia eran dinero. No importaba la forma en la cual estaban: un botón de oro y un prendedor de plata eran dinero. Sin embargo, algunas formas eran más cómodas que otras. Con el tiempo, el oro y la plata comenzaron a ser fraccionados en pequeñas piezas acuñadas para las transacciones menores y en barras para las operaciones importantes. Obviamente, esta acuñación demandaba tiempo, esfuerzo y recursos. Así surgió el negocio de la acuñación de moneda.
e) La producción de dinero era un negocio privado… y podría seguir siéndolo
La acuñación de monedas y lingotes de oro y plata comenzó como un negocio privado, ejercido en el libre mercado y sin intervención estatal. Los emisores sellaban las monedas y lingotes, garantizando su peso y fineza. En el siglo XXI nos parece una locura la moneda privada, ya que hace siglos que somos adoctrinados en la religión del Estado; los políticos nos metieron en la cabeza que la moneda es un asunto de soberanía nacional. Pero no es así: la moneda no tiene nada que ver con la soberanía. La acuñación privada funcionó (y funcionaría) igual que la producción de cualquier otro bien. Hubo emisores de moneda privada que acuñaban en las denominaciones y formas que el público prefería; el precio quedaba fijado por libre competencia en el mercado. Todo esto sería viable en la actualidad.
Sin embargo, los políticos, los burócratas del estado y sus cortesanos, que protegen el monopolio del dinero estatal porque lucran con esta prebenda, argumentan que el fraude sería desmedido en un sistema monetario con acuñación privada. Ante esta patraña argumental vale la pena hacer cuatro comentarios:
Primero: si la acuñación fuera privada y hubiese fraude, dicha irregularidad sería, por un lado, responsabilidad única del Estado, consecuencia del mal desempeño de los funcionarios públicos, que no cumplirían con su deber de proteger la propiedad. Bajo el sistema actual, es el Estado quien tiene a su cargo el monopolio de la persecución y castigo de toda actividad que atente contra la propiedad. Con acuñación y emisión privada en libre mercado, es función del gobierno la persecución del fraude. Toda empresa que fuera descubierta por el Estado estafando con la emisión de moneda debería ser juzgada y condenada.
Segundo: la producción y el comercio están edificados mayoritariamente sobre el sector privado y en libre mercado, donde los bienes son garantizados en su calidad por los propios productores. Pensemos en los mercados industriales y tecnológicos a nivel mundial. El Estado, a grandes rasgos, no garantiza ahí la calidad; sin embargo el sistema no solo no se ha desplomado, sino que cada vez crece más. El fraude es mínimo. El sistema se autocontrola: el que estafa, se funde. Lo mismo sucedería con moneda privada emitida en libre competencia. Cada acuñador privado estaría expuesto, día a día, al veredicto de sus consumidores, a la competencia y, en última instancia, en caso de delito, a la justicia del Estado.
Tercero: se argumenta que si se permite la acuñación privada en libre competencia “la mala moneda terminará desplazando a la buena moneda”. Otra mentira: en libre mercado, si una moneda pesa (digamos) 9 onzas en lugar de pesar 10, terminará siendo aceptada al 90%, y no solo no desplazaría a la moneda de 10 onzas, sino que no habría estafa alguna.
Afirmar que el mercado jamás podrá proveer al público de una sana y buena moneda proviene de una mala interpretación de la ley de Gresham, que demuestra que “la mala moneda desplaza a la buena de la circulación”. Como acabamos de ver, en libre mercado una moneda desgastada terminaría cotizando bajo la par, con lo cual no desplazaría a la nueva moneda. Por el contrario, el fenómeno descrito por la ley de Gresham sucede cuando el gobierno interviene en el mercado monetario, obligando a aceptar a 10 onzas tanto a las monedas desgastadas como a las nuevas. Cuando el gobierno interviene, dando igual valor a las dos monedas, está sobrevaluando la moneda desgastada y devaluando la nueva. Ejerce el control de cambios. En este escenario, todo el mundo pondrá en circulación las piezas desgastadas para atesorar las monedas nuevas. Esto sucede solo como resultado de la intervención estatal, nunca en libre mercado.
Dicho sea de paso, esto es muy fácil de entender para los argentinos: sucede cada vez que un gobierno impone el control de cambios para evitar que nos refugiemos en el dólar, procurando escapar del impuesto inflacionario de la casta política para preservar nuestro poder adquisitivo y nivel de vida. Los controles cambiarios de los gobiernos de CFK, Macri y Alberto Fernández no son otra cosa que un precio mínimo para el peso y un precio máximo para el dólar. El peso está sobrevalorado y el dólar está subvalorado. La gente corre a sacarse de encima los pesos artificialmente sobrevalorados e intenta cambiarlos por dólares al precio oficial, que irremediablemente terminará siendo más barato. Como además hay control de cantidades, la escasez de dólares se hace creciente. El dólar paralelo sube y la brecha se ensancha. El exceso de demanda de dólares se transforma en exceso de oferta en la economía real, o sea en creciente recesión. Este efecto negativo sobre el nivel de actividad será mayor cuanto más intervención cambiaria haya, más tipos de cambio se establezcan y más segmentado esté el mercado de divisas. La caída de la demanda de dinero se profundiza, la actividad cae más y la estanflación recrudece.
Cuarto: en el mejor de los casos,es cómico que los defensores del monopolio del Estado a la hora de emitir dinero ataquen al dinero privado usando el argumento del fraude. El Estado siempre fue y sigue siendo el gran estafador con la emisión de dinero. Los primeros episodios datan de la antigüedad y surgieron cuando los gobernantes, dándose cuenta de la posibilidad del señoreaje, se autoproclamaron los “custodios de la calidad de la moneda”. Entonces llamaron a cambiar las viejas monedas gastadas por nuevas monedas acuñadas con el sello real, supuesta garantía del peso del oro declarado en las caras de la moneda. En ese contexto, y siguiendo con el ejemplo anterior, los reyes llamaban a cambiar las viejas monedas de 10 onzas por nuevas monedas de 10 onzas. Hacían fundir las monedas de 10 onzas y acuñaban nuevas monedas (digamos) de 6 onzas, devolviéndolas al mercado pero con sellado de 10 onzas. Traducción: aplicaban un señoreaje de cuatro onzas con el cual financiaban sus gastos, la vida de la corte, sus flotas, guerras o sus cruzadas. La contracara del señoreaje era la emisión, la devaluación de la moneda, la pérdida del poder adquisitivo del dinero.
La antigua Roma fue un caso paradigmático en esto. Cuando el denario (nombre de una moneda romana) se creó en la época de la República romana, dos siglos antes de Cristo, su contenido en plata equivalía al 95% del peso de la moneda. Esta proporción se mantuvo durante casi trescientos años. Luego Nerón, entre el año 54 y 68 después de Cristo, empezó a degradar el contenido metálico del denario. El contenido de plata de un denario se redujo de 95% a 65%. Posteriormente, Marco Aurelio, entre el año 161 y 180 después de Cristo, redujo el peso de las monedas. El emperador Cómodo, entre el 180 y 192 después de Cristo, degradó aún más la moneda. La contrapartida del sostenido señoreaje fue una creciente y cada vez más acelerada inflación.
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