E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham

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E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham Pack

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Zapatillas de casa rosa aparte, era preciosa, pensó embelesado y desconcertado al mismo tiempo.

      –Qué bombón... –comentó Peter Gregory, añadiendo después un comentario grosero de lo que le gustaría hacer con ella.

      Por suerte, su anfitriona no lo oyó, porque si no los habría echado de allí inmediatamente. Mikhail apretó los dientes con frustración. Hasta el momento, lo peor del desastroso fin de semana había sido tener que soportar a Peter. Él era un hombre acostumbrado a dar lo mejor de sí en momentos de crisis, por eso no se había estresado a pesar del frío, de la caída de Luka y del hecho de no tener teléfonos móviles para poder pedir ayuda. No obstante, tener que soportar a Peter Gregory le estaba costando mucho trabajo, ya que no solía tener que bregar con nadie ni nada que no le gustase.

      Ayudaron a Luka a sentarse en el sofá, donde este gimió aliviado. Kat le llevó un taburete para que apoyase la pierna mientras el hombre más alto salía al porche a por sus mochilas. Regresó con un pequeño botiquín y se puso de cuclillas para quitarle la bota a su amigo, cosa que hizo gemir a este. Hablaron en un idioma que Kat no reconoció. Sin que se lo pidieran, ella sacó también su botiquín, que estaba mejor abastecido, y le vendaron el tobillo. Después, Kat buscó el bastón de su padre y se lo dejó al lado del sofá antes de darse cuenta de que Luka estaba temblando y entonces le acercó una manta.

      –¿Tienes algún analgésico? –le preguntó Mikhail, mirándola a los ojos.

      Y ella pensó que nunca había visto a un hombre con las pestañas tan largas y oscuras.

      Se ruborizó y fue a por los analgésicos y un vaso de agua, mientras se fijaba en que el otro hombre, que parecía más joven y estirado, todavía no había hecho nada para ayudar. De hecho, lo único que había hecho era quejarse cuando los otros dos hombres habían hablado en un idioma extranjero.

      –Voy a enseñaros las habitaciones. Tengo una en la planta baja que te vendrá muy bien –le dijo a Luka sonriendo.

      –Necesito quitarme esta ropa sucia y darme una ducha –dijo Peter Gregory, subiendo las escaleras delante de Kat.

      –El agua tarda por lo menos media hora en calentarse –le advirtió ella.

      –¿No hay agua caliente constantemente? –protestó él–. ¿Qué clase de posada es esta?

      –No esperaba huéspedes –se disculpó Kat, enseñándole la primera habitación disponible para deshacerse de él lo antes posible.

      –No le hagas caso –le dijo Mikhail–. Yo...

      Su voz profunda hizo que a Kat se le pusiese la piel de gallina y abrió la puerta de la segunda habitación, deseando poder volver al piso de abajo sola.

      Capítulo 2

      Kat vio disgustada que la habitación estaba desordenada. Se le había olvidado que Emmie había pasado la noche en ella y había dejado la cama deshecha y todo lleno de cosas. Por desgracia, no tenía ninguna otra habitación disponible.

      –Se me había olvidado que mi hermana durmió aquí anoche. Recogeré la habitación y cambiaré las sábanas –le aseguró a Mikhail mientras empezaba a recoger las pertenencias de Emmie para dejarlas en su propia habitación.

      Mikhail se preguntó por qué parecía tan nerviosa y por qué guardaba tanto las distancias con él. No, aquella no iba a ser una de esas mujeres que intentaban acercarse a él atraídas por su dinero y por su poder. Estaba acostumbrado a provocar reacciones en el sexo contrario: deseo, celos, codicia, ira, interés, pero no nervios. Le divirtió que no supiese quién era, que no hubiese reconocido su nombre, pero ¿cómo iba a saber quién era una mujer que vivía en medio de la nada? El anonimato era algo extraño para el hijo de un multimillonario.

      Kat volvió para llevarse el resto de las cosas de su hermana. Mikhail le tiró un sujetador que colgaba de la lamparita de noche. Ella se ruborizó y volvió a salir de la habitación, para regresar con un juego de sábanas limpias. Estaba tan nerviosa que ni siquiera era capaz de mirarlo.

      –¿Habéis venido de vacaciones? –preguntó por fin, para romper el silencio.

      –El fin de semana, para escapar de Londres –respondió él.

      –¿Vivís en Londres? –dijo ella, levantando un instante la mirada, sin poder evitar volver a admirar su belleza.

      –Da... Sí –respondió él–. Luka y yo somos rusos.

      Ella empezó a hacer la cama y deseó que él se ofreciese a ayudarla para poder terminar antes, pero, a juzgar por la postura arrogante de aquel hombre, lo más probable fuese que no hubiese hecho una cama en toda su vida.

      Mikhail se metió las manos en los bolsillos para ocultar su erección. Estaba muy excitado. Kat se estaba inclinando delante de él y no había podido evitar fijarse en que tenía un trasero perfecto y unas piernas muy esbeltas. Se las imaginó alrededor de su cintura mientras le hacía el amor y sintió mucho calor. Se sentía como si llevase años sin sexo, cuando no era verdad. Por suerte, se había dado cuenta de que ella lo miraba con deseo. Eso lo alegró. No llevaba alianza y era evidente que estaba disponible...

      Después de poner las fundas de las almohadas en silencio, Kat volvió a mirarlo. Se sentía tan incómoda como una colegiala y no era capaz de charlar amigablemente como hacía con otros huéspedes. Él le sonrió y todo su rostro se iluminó.

      –¿Podrías prepararnos algo de cenar? –le preguntó.

      Y vio que seguía muy nerviosa. Se imaginó que tenía poca experiencia con los hombres y se preguntó por qué aquello no lo desanimaba, cuando solía preferir a mujeres experimentadas.

      Kat giró la cabeza, pero en vez de mirarlo directamente a los ojos, clavó la vista en su tórax.

      –Sí, aunque tendrá que ser algo sencillo.

      –Con el hambre que tenemos, no nos importará.

      Ella fue al baño a recoger las cosas de su hermana y a cambiar las toallas.

      –Ahora subo a limpiarlo –le dijo, atravesando la habitación.

      Pero Mikhail quería que se quedase allí. Extendió un mapa de la zona encima del escritorio y Kat se dio cuenta de que este tenía polvo.

      –¿Me puedes enseñar dónde está exactamente la casa? –le preguntó, a pesar de saberlo–. Me gustaría saber cómo de lejos estamos del cuatro por cuatro.

      –Un momento –le pidió Kat, saliendo de la habitación para llevarse el resto de las cosas de su hermana.

      Dejó un juego de toallas limpias encima de la cama y se aproximó a él. Pensó que estaban demasiado cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo, escuchar su respiración y aspirar su olor a hombre y a restos de colonia. Aquella era una experiencia demasiado íntima para una mujer que hacía mucho tiempo que le había cerrado la puerta a la atracción física. Su cuerpo reaccionó como si la hubiese tocado.

      No obstante, se controló y señaló en el mapa.

      –Estamos justo aquí...

      Él cubrió su mano.

      –Estás

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