E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne Graham
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Fue esa idea, ese miedo, lo que hizo que guardase la compostura y levantase la cabeza con determinación. Fue un error porque sus miradas se encontraron y ella notó que le faltaba el aliento. En esos momentos tenía de todo menos frío. Fue como si el tiempo se detuviese mientras él levantaba la mano de su hombro y le pasaba un dedo por el labio inferior.
–Quiero besarte, milaya moya –le dijo entre dientes.
Y ella retrocedió alarmada al darse cuenta de que había estado a punto de perder el control y el sentido común.
–No... De eso nada –respondió con el corazón acelerado–. Si ni siquiera te conozco...
–No suelo pedir permiso antes de besar a una mujer –replicó él con frialdad–, pero deberías tener más cuidado.
–¿Cómo? –preguntó ella–. ¿Qué quieres decir?
–Que es evidente que te sientes atraída por mí –le dijo Mikhail con voz firme–. Me he dado cuenta... Eres una mujer muy bella.
Kat se sintió humillada y avergonzada. Entonces, era culpa suya que aquel hombre se le hubiese insinuado. Eso la puso furiosa. Apretó los dientes y respondió:
–Voy a hacer la cena.
Se dio la vuelta y salió de la habitación.
Mikhail se quedó asombrado por la respuesta de aquella mujer. Conocía a las mujeres, las conocía lo suficientemente bien como para saber cuándo podía lanzarse. ¿A qué demonios estaba jugando ella? ¿Pensaría que iba a desearla más si guardaba las distancias? Juró en ruso, todavía sorprendido por lo ocurrido. Era absurdo, impensable, imposible. Era la primera vez que lo rechazaban.
Kat sacó carne del congelador y la puso a descongelar. Lo mejor que podía ofrecer a sus huéspedes era un estofado de ternera. Todavía no había subido a limpiar el cuarto de baño, pero no tenía ganas de volver a ver a aquel hombre. No tenía miedo, pero se sentía avergonzada. Se había sentido atraída por un hombre por primera vez en muchos años, eso no podía negarlo. Y esa atracción había sido tan fuerte que le había impedido actuar como una persona normal, en vez de como una idiota.
¿Cómo había podido delatarse? Tenía que haber sido por la manera en que lo había mirado, así que no volvería a mirarlo, ni a hablar con él. No haría nada que pudiese malinterpretarse.
Oyó un golpe en la puerta y levantó la vista de las verduras que se hallaba cortando violentamente. Vio a Luka, que se estaba apoyando en el bastón que le había dejado. ¡Se había olvidado por completo de él!
–Siento interrumpir, pero...
–No, la que lo siente soy yo. Se me había olvidado enseñarte tu habitación –se disculpó mientras se lavaba las manos.
–Me he quedado dormido en el sillón –le dijo él–. Nunca había estado tan cansado en toda mi vida, y eso que ha sido Mikhail el que me ha traído hasta aquí. No me puedo creer que pasar el fin de semana aquí haya sido idea mía...
–Los accidentes ocurren, por mucho cuidado que tengamos –le respondió ella en tono amable mientras tomaba la única mochila que quedaba en el pasillo y lo conducía a su habitación.
Durante la cena, Kat se esforzó en ignorar a Mikhail mientras los hombres comían con apetito. El postre, que consistía en tarta de manzana y helado, le valió muchos cumplidos.
Cocinaba de maravilla. Mikhail, que nunca había pensado que aquello fuese un talento, se sintió impresionado muy a su pesar, aunque lo que no le impresionó tanto fue comer en la cocina. Tampoco le gustó el comportamiento infantil de Kat, aunque le permitiera observarla y admirar el modo en que su pelo brillaba bajo las luces cada vez que movía la cabeza, fijarse en la elegancia de sus manos y en lo educada que era en la mesa. Le molestó sentir tanto interés por ella. Y se sintió muy frustrado al oírla conversar animadamente con Luka.
–¿Cómo es que vives aquí sola? –preguntó Peter Gregory de repente–. ¿Eres viuda?
–Nunca me he casado –respondió ella con naturalidad, acostumbrada a que le hiciesen esa pregunta–. Mi padre me dejó esta casa y me pareció buena idea convertirla en una posada.
–Entonces, ¿hay algún hombre en tu vida? –la interrogó Peter.
–Eso es solo asunto mío –replicó ella.
Y Mikhail se preguntó cómo era posible que no se le hubiese ocurrido a él esa posibilidad. Era posible que se sintiese atraída por él, pero que tuviese a alguien en su vida. Se sintió enfadado, tenso, algo poco habitual en él. Se puso en pie bruscamente.
–Voy a acercarme al coche a buscar los teléfonos. Creo que no ha sido buena idea dejarlos allí, Luka.
Kat parpadeó sorprendida al oír aquello.
–Ahora no puedes salir –le advirtió Luka–. Hay ventisca y el coche está a varios kilómetros de aquí.
–Habría ido hace horas si no te hubieses caído –le contestó Mikhail.
–A mí me gustaría recuperar mi teléfono –admitió Peter Gregory.
Kat miró a Mikhail por primera vez desde que había entrado en la cocina. Le había costado mucho esfuerzo mantener los ojos apartados de él, pero en esos momentos estaba preocupada. Dudó un instante, que él aprovechó para ponerse el abrigo y abrir la puerta de la calle, y salió a buscarlo.
Estaba nevando con fuerza y la carretera se hallaba completamente cubierta de nieve. Mikhail ya había salido fuera cuando ella lo agarró del brazo para detenerlo.
–¡No seas idiota! –le dijo–. Nadie arriesga su vida para ir a buscar unos teléfonos móviles...
–No me llames idiota –le advirtió él con incredulidad–. Y no te pongas dramática... No voy a arriesgar mi vida por dar un paseo con poco más de treinta centímetros de nieve...
–Si no tuviese conciencia me daría igual que te murieras congelado en la carretera –le replicó.
De todos los machitos idiotas que había conocido en toda su vida, aquel se llevaba la palma.
–No me voy a morir –dijo él en tono burlón–. Llevo ropa de abrigo. Estoy en forma y sé lo que estoy haciendo...
–No me parece un discurso muy convincente, procediendo de un tipo que me ha pedido que le señale en el mapa dónde está esta casa –le contestó Kat sin dudarlo–. Utiliza mi teléfono y sé sensato.
Mikhail apretó sus dientes perfectos y la miró con frustración. Aquella mujer le estaba gritando y eso también era una novedad. Era la primera vez que le ocurría y algo que no le gustaba en absoluto de una mujer, pero sus ojos verdes brillaban como esmeraldas y estaba preciosa. Y pasó de desear que se callase a desear algo mucho más primitivo y salvaje.
Más tarde, Kat pensaría que se había comportado como un cavernícola, y que su propia manera de mirarlo no había tenido